Búsquennos los taparrabos

Búsquennos los taparrabos

EUSEBIO RIVERA Y ALMODOVAR
Recientemente y casi simultáneamente, nuestra nación fue testigo de dos noticias que, por la forma en que fueron manejadas por la opinión pública, nos dejaron la impresión de que la gran mayoría del pueblo prefirió ignorar sus alcances o consecuencias y dedicarse a otros temas, como Quirino, la isla artificial, la creciente ola de delincuencia y los conflictos haitianos.

Sin embargo, mi conciencia ciudadana, mi patológica o morbosa predisposición para que las cosas sean diferentes en nuestra sociedad, con más sentido de equidad, con más justicia, con más orden, no me han permitido todavía reponerme de la conmoción que me produjo escuchar el anuncio rimbombante de que el fondo de pensiones ha acumulado la multimillonaria suma de 18,000 (dieciocho mil) millones de pesos sin que eso moviera a la reflexión de qué realmente era lo que deseaban los banqueros, algunos sectores de poder y aviesos promotores de la controversial Ley de seguridad social que movió a los médicos y los trabajadores a protestas enérgicas que incluyeron arrancar con sus propias manos el portón del Congreso de la República.

La pregunta “se cae de la mata” como diríamos los dominicanos: ¿Qué sería del Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS) y sus instituciones prestadoras de servicios si tuviera acceso a esos fondos?… ¿Se verían las dramáticas escenas de pacientes rogando por diálisis, insulina y otros medicamentos?… Creo que no, por más corruptos e incapaces que fueran los gerentes de esa institución. ¿Por qué el Estado se autoproclama ineficiente para manejar grandes recursos y deja en manos de banqueros privados esa importante suma de dinero del pueblo?…

La otra noticia fue la declaración de “inocencia-culpabilidad” en contra y a favor del doctor Marino Vinicio Castillo por parte de un tribunal, siendo destacada por algunos medios de comunicación su inocencia y por otros su culpabilidad según la tendencia o visión “imparcial” de cada uno.

Como no soy abogado y desconozco los alcances de expresiones como “lo civil” y “lo penal”, la repartición de una culpa o inocencia para que una persona sea a la vez culpable e inocente me pareció un artilugio que buscaba quedar bien con Dios y con el diablo. El problema es que con esa decisión el demonio se intercambió con Dios y viceversa para que no supiéramos quien era quien.

Con estos juegos sociales, políticos y judiciales mi humilde inteligencia me convence de que todavía nos tratan como salvajes, ignorantes capaces de cambiar espejos por trozos de oro. Sin embargo, son injustos, egoístas e hipócritas, pues nos manejan como primitivos pero no nos dejan vestir como tales; nos dejan usar zapatos, calcetines o medias, pantalones, camisas y chaquetas de este siglo para que nos ilusionemos con la idea de que ya no somos indios.

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