Nadie duda de las buenas intenciones del Ministerio de Defensa cuando dispuso la erección de los monumentales bustos de los padres de la Patria y del Escudo Nacional en la Plaza de la Bandera.
Fue un acto para“fomentar y reavivar la dominicanidad y la identidad nacional”, como expresara el ministro de Defensa, teniente general Rubén Darío Paulino Sem, al explicar la obra.
Pero en decisiones de esta naturaleza no bastan las buenas intenciones ni valen las interpretaciones libres de imágenes ya registradas en la conciencia nacional, las cuales deben ser respetadas.
El busto, autoría del escultor Rigoberto Carrasco, hasta ahora desconocido, no representa los rasgos físicos del Duarte del daguerrotipo de 1873 nilos retratos al óleo de Alejandro Bonilla niRodríguez Urdaneta.
Además, si existe una efigie aceptada y difundida en bustos distribuidos por el Instituto Duartiano y el Estado dominicano desde hace tiempo, ¿por qué aventurarse a crear una imagen diferente?
Al justificar la obra, el ministro de Defensa aseguró que duró 15 meses en consultas con la Comisión de Efemérides Patrias, historiadores civiles y militares, ayuntamientos y miembros del Instituto Duartiano.
Esta última institución expresó a través de su vicepresidente, doctor Wilson Gómez Ramírez, que no fue tomada en cuenta previo al develizamiento de la obra efectuado en ocasión del 142 aniversario del fallecimiento del Patricio.
Recordó que la Ley 127-01 indica, en torno a la figura de Duarte, que la Institución debe, previo a la aprobación de cualquier obra pictórica o de escultura, velar por la preservación de sus rasgos físicos.
Como podemos apreciar, la intención fue buena aunque no así los resultados.