Butacas para los «sin categoría»

Butacas para los «sin categoría»

LEILA ROLDÁN
Según datos ofrecidos en noviembre pasado por el Encargado de Desarrollo Sostenible del PNUD, la escolaridad dominicana es 19% más baja que el promedio latinoamericano y tenía, al año 2002, un 25% por debajo de lo que debería tener en relación a 177 países del mundo. En ese año, nuestro país tenía una escolaridad promedio de 4.9%, es decir, que cada dominicano mayor de 15 años promedio, tenía ese nivel de escolaridad, situándose la tasa de escolaridad infantil (a nivel de secundaria) en el puesto 99 de un grupo de 135 países en el mundo.

Según lo expresó en marzo pasado la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE), República Dominicana tiene uno de los porcentajes de juventud en la población más altos de la región, con una escolaridad entre las más bajas del mundo, lo que en su opinión «es sumamente grave ya que el futuro de todo país yace en su juventud y a su vez el futuro de toda juventud yace en la educación».

¡Cuántas teorías se elaboran y se propagan diariamente sobre la educación como «factor estratégico y prioritario para el desarrollo y crecimiento humano, social y económico sostenible de los países», como «instrumento esencial para la construcción de sociedades más autónomas, justas y democráticas», o como «elemento indispensable para afrontar los retos actuales y de los tiempos por venir»! ¡Cuánto se ha hablado sobre la falta de educación como «factor esencial del aumento de la pobreza y la persistencia de la desigualdad», como «factor determinante para garantizar la competitividad de un país», como la causa primaria del subdesarrollo, la insalubridad, las disparidades económicas y no sé cuántos males más de toda sociedad!

Pura teoría. O como hubiese dicho alguien, pura «pendejá». Los teóricos nacionales han olvidado el componente más escaso y tal vez más influyente: el factor butaca. Así de poco intelectual como suena, pero nuestros jóvenes pobres de las escuelas públicas no tienen butacas. En un noticiario reciente fue mostrado el recorrido del reportero por varias escuelas del país y las fílmicas resultaron una colección de imágenes desoladoras: dos niños por butaca, en algunos casos; en otros, trapitos de tela amarrados al respaldo; en los más, los asientos de las butacas eran sustituidos por cuadernos. Todo, por hacer el intento de utilizar las butacas rotas. Y eso, sin hacer reportajes más amplios sobre las condiciones de ventanas, paredes, pisos, techos, energía o ventilación.

(Es inevitable comparar, y por tanto no puedo dejar de hacer este aparte para recordarles que, al mismo tiempo, aquellos magistrados de «categoría», como los definió la cara decoradora Margarita Gómez, no tienen esas preocupaciones. Los gobiernos se han encargado de proveerles de costosos sillones en piel para sus posaderas. Sin entrar en mayores detalles sobre otros lujos tan exquisitos como inútiles que adornan sus ricos despachos. Al igual que congresistas y otros funcionarios, que sólo llegan, y de inmediato se suben en la ola efímera del dispendio y la yipetocracia).

¿Por qué los niños de nuestras escuelas no tienen butacas? ¿Por qué han sido las butacas un reclamo tan recurrente? ¿Por qué no hemos superado esa necesidad tan primitiva? Las escuelas no piden una decoradora, no piden piel, osos de adorno ni alfombras; las escuelas quieren sólo butacas enteras. ¿Será que esos jóvenes pobres de escuelas públicas no tienen la «categoría» requerida ni siquiera para que un pedazo de tabla cubra los tubos y los oxidados tornillos sobre los que apoyan sus nalgas? No quisiera ni pensarlo, pero ¿será así como pretendemos elevar ese nivel de escolaridad en el país que tanto preocupa a nuestros políticos en campaña o será que esas teorías se desvanecen tan pronto termina esa campaña?

Dejémonos de estadísticas y pendejadas. Ya está bueno de palabras y ofrecimientos. Nuestros muchachos necesitan butacas para educarse y las necesitan ya. Y el Estado tiene que proveerlas ahora, aunque algunos de sus funcionarios sacrifiquen de cuando en cuando sus estirados beneficios y hasta sus «gastos de representación». No olvidemos que esos muchachos que tratamos «sin categoría», cuando están de pie, no duran mucho dentro del aula.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas