Caamaño y Amaury (1 de 2)

Caamaño y Amaury (1 de 2)

MARÍA ELENA MUÑOZ
Nos sucede en enero. También en febrero y en casi todos los meses del año, en esas fechas significativas que están marcadas tanto en nuestro calendario histórico nacional, como en nuestro mundo emocional, en las fibras más sensibles del alma. Porque se trata de la conmemoración de hechos específicos de nuestro acontecer, que han sido protagonizados por seres muy queridos, amigos, parientes, compañeros en las rutas del ideal, en cuya defensa, cayeron para siempre. De ahí que nos invada esa tristeza inmensamente nostálgica, al recordar, en primer instancia, el aniversario de la gloriosa epopeya en la que en 1972, Amaury Germán y 3 miembros más del grupo revolucionario Los Palmeros, y luego la del glorioso Coronel Caamaño, apenas un año después, en 1973; quienes reivindicaron el ejemplo milenario de Cristo, entregando su vida por amor a la humanidad.

Aparte de que el primer suceso desbordó la capacidad de asombro de gran parte de la ciudadanía, en especial por la disparidad de las fuerzas en pugna: 4 muchachos todos ubicados en la veintena de edad, como el líder del grupo, Amaury, con apenas 22 años, también generó inquietudes que aún hoy permanecen insatisfechas, en sectores de la ciudadanía y de compañeros que participaron con ellos en diversas trincheras del sueño.

A nosotros que formamos parte de estos últimos, se nos dificulta despojarlos de la pasión, al hacer un análisis objetivo, pero debemos hacerlo, por aquello de la memoria histórica. Este debe comenzar con la contextualización de tales hechos. Los Palmeros caen en 1972, en un espacio político totalmente fragmentado. Especialmente en el ámbito de la izquierda, situación que se crea en el Santo Domingo de postguerra, luego que el poder hegemónico nos dejara en 1966, al doctor Balaguer como garante y ejecutor de su política imperialista, ferozmente represiva y divisionista; a los fines de destruir los remanentes de la gesta revolucionaria del 65. Allí donde la muchachada rebelde, en una temporada de fuego, los humillara. Primero, desafiando la presumida omnipotencia de su ejército imperial de 42,000 marines; y luego sentándolo a negociar en un insólito final, sin vencidos ni vencedores.

La masacre de Los Palmeros, entra en este contexto de exterminio. De otra parte, la táctica divisionista oficialista citada, pudo haber infiltrado el movimiento con sus derivaciones delatoras, aparte de que evitó la cohesión necesaria para que se produjera una respuesta revolucionaria conjunta al genocidio del kilómetro 14, en la autovía del Este. La dispersión de la unidad política fue una de las causas de la mayoría del fracaso de las acciones y proyectos reivindicadores después de abril, incluyendo el último, como fue el de Playa Caracoles, protagonizado por el citado coronel Caamaño, quien cayera herido combatiendo, y luego fusilado con la mayoría de sus compañeros.

El legendario Coronel, estaba al corriente de esta situación, dado que importantes personalidades y algunos dirigentes del mundo progresista tanto nacionales como internacionales, le advirtieron sobre la misma, incluso como uno de los argumentos inapelables, desde la óptica de sus consejeros, para hacerlo desistir de su empresa libertaria. Pero el contestaba siempre con otros más concluyentes, que emanaban de la verticalidad de sus convicciones, del ideal arraigado en el fondo de la conciencia, ese que honra el compromiso asumido con el pueblo y sus compañeros de viaje. Como lo fue Amaury con el que Caamaño se sentía más comprometido y tributario de sus obligaciones.

De ahí que la tesis del abandono de este último, por parte del primero, que entre otros resentimientos, esgrimen algunos analistas, en este contexto estricto, se cae por si sola. Porque fue justamente el asesinato de Amaury y su grupo, el que actuó como motor impulsor inmediato de su regreso al país, aún en las graves situaciones de riesgo, de peligro; del que fue advertido. Todos sabemos que el Coronel era impulsivo, rasgo de su carácter que lo condujo a la gloria, pero también a la muerte. Por tanto, él no pudo reprimir el desgarramiento interior, el sentimiento de culpa que no hemos podido superar los sobrevivientes de la utopía, con los caídos.

En el caso del Coronel y del líder de Los Palmeros aquel dolor se magnificaba. No solo porque él lo eligió como el bastión fundamental de su plan emancipador, en tanto que uno de los jefes -o quizás el único- de Los Comandos de la Resistencia, en el ámbito urbano, sino también porque él lo sintió siempre muy cerca de su corazón, como uno de sus hijos. Además, porque recuerdo que él como nosotros, admiraba el enérgico desafío que arrojaban sus ojos, la fiereza de su valor irreductible, el temprano vigor con que sostenía el rifle, el que quizás le superaba en tamaño en el marco de una adolescencia forzada a ser adulta por el rigor del sueño; pero no la grandeza que con su accionar de fuego le disputó a la historia.

Quien suscribe, reitero, habla con la autoridad que da, el haber sido testigo y participe dentro y fuera del país, en casi todas las estaciones de la ira. Estuvo con ellos en las jornadas patrióticas del 1J4, antes, durante y después, de la primavera insurreccional de abril, por la reinstalación, como objetivo primario, de la democracia perdida. Luego en la segunda fase de ese proyecto frustrado por el imperio, se implementaría la llamada Operación Estrella, con la que se intentaba revivir aquel entre la hojas muertas de la Europa otoñal -donde el Coronel fue confinado- pero con dimensiones ideológicas más hondas, basadas en las ideas de la justicia social.

Aunque el Coronel residía en Londres, era en París donde el ensayaba las melodía del canto, ya que para entonces, aquella era la ciudad donde convergían todas las quimeras. Fue ahí donde se reencontraron el Coronel y Amaury, después de la guerra. El segundo junto con Homero Hernández, otro convidado de la luz, me había contactado, para que yo le hiciera la entrevista con el primero, una de mis actividades cotidianas en el trayecto de la utopía, que compartía con el postgrado que realizaba en La Sorbona, Universidad de París. Pero fue el quehacer político el que me valió un “premio” que imponía Balaguer por decreto: un impedimento de entrada al país, que me llevó a engrosar las filas del destierro.

La reunión de los compañeros citados, se produjo en el distrito 16, cerca de la Plaza del Trocadero, unos días antes de que aquellos se dirigieran a Cuba en agosto de 1967, a la Conferencia de OLAS, (Organización Latinoamericana de Solidaridad). Mientras ellos viajaban el citado Proyecto, que para entonces dirigía Juan Bosch y el Coronel, seguía su curso, sobre todo estimulado por la rabia antiiperialista que le atacó al primero en el marco de la Intervención extranjera, que como vimos antes, aspiraba a retomar abril in extenso, en el terreno pesaroso del exilio; tema que seguiremos en otra entrega.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas