Caamaño y Amaury (2 de 2)

Caamaño y Amaury (2 de 2)

MARÍA ELENA MUÑOZ
En el 34 y 33 aniversario del holocausto respectivo de estos paradigmas de la luz. Al parecer en encuentro entre Amaury y Caamaño en aquel ardoroso verano del París 67, había sido muy exitoso, por las expresiones entusiastas de ambos, que giraban alrededor de la posible reincorporación del primero y su grupo al mencionado Plan revolucionario, que como expresamos en la anterior entrega, estaba en su primera fase de implementación, denominada Operación Estrella.

En este contexto, se reclutarían en Europa los combatientes y luchadores de las distintas jornadas democráticas libradas por el pueblo dominicano antes y después de la caída de la Dictadura en 1961, quienes luego serían entrenados en países amigos de varios continentes, para converger luego en Cuba, lugar final del campamento definitivo y estructural del proyecto emancipador. 

Pero, cuando el Proyecto llegó a la Perla de las Antillas, ya el simple ideal de restauración democrática había desbordado sus perfiles ideológicos -como anotamos antes- para asumir las características de un movimiento de liberación nacional, destinado a la implementación de un régimen de justicia social, que estrechara la tremenda brecha entre los pocos ricos y la inmensidad de pobres. Sin embargo, extraordinarios acontecimientos en el ámbito internacional, ligado al plan original, iban alterar de cierta manera el desarrollo del mismo.

El más determinante de tales hechos sería, sin lugar a dudas el asesinato del Che en Bolivia en octubre del 1968, uno de los grandes iconos, de los grandes símbolos de la utopía. Con su caída también se desplomó la teoría del “foquismo”, con la cual el promovía la guerra de guerrillas, o sea la lucha armada para la toma del poder. La concepción del “foco guerrillero”, premisa suramericana en Bolivia, sería la chispa que iba a estimular el gran incendio que se inició con la Revolución cubana desde 1959, la cual se sintetizó en la consigna de factura guevarista, aquella “de caer 21 Vietnan en América”.

Sin embargo, el nuevo deshielo que invadió determinados segmentos del mundo socialista, no pudo, no fue capaz, emulando a Benedetti, de “descongelar los ribetes del júbilo” de muchos combatientes de la ira en varios confines del planeta, entre los cuales estaba Caamaño. Recordemos que incontables líderes del campo progresista nacional e internacional, quisieron inútilmente de hacerlo desistir, algo que el no aceptó en función de los compromisos contraídos con los compañeros y el pueblo.

Por eso cuando el Coronel llegó a mi casa de París en las cercanías de la Place Italíe, donde le esperábamos los compañeros (a) que el había convocado desde Londres, con un ejemplar del periódico “Le Monde” que exhibía en la portada de aquel 8 de Octubre del 68, la imagen de la cabeza cercana del Che, yo sabía que su decisión era irrevocable. Lo decían sus ojos con aquel vaho de infinita tristeza que compartía, sin embargo, con la luminosidad arrolladora que dan la fuerza de las convicciones ante la justeza de un ideal.

La inmolación del Che, al igual como sucedió después con la mencionada de Amaury y su grupo, tuvo un efecto contrario en la conciencia de Caañamo, a lo esperado por sus gratuitos consejeros pacifistas, quienes predicaban que ese hecho implicaba un recular en la concepción de la lucha, en su versión armada. De ahí que pocos días después de aquel tremendo suceso en la selva boliviana, el Coronel catapultado por la Estrella que antes parpadeaba de luz en los espacios siderales europeos, se instaló en los territorios tubulentos del Caribe, cerca de la playa donde después los caracoles entonarían con su ulular profundo su metáfora de fuego.

Después vino el silencio. Solo el silencio. Las noticias prometidas con las que quedamos atadas al proyecto en su segunda etapa, jamás llegaron. Me pasé más de un año en aquella agobiante y ansiosa espera, en medio de problemas y riesgos inenarrables a causa de la desaparición del Coronel, de la que agencias internacionales conocían a los involucrados, situación que alteró el curso de mis estudios impidiéndome concentrarme en mi tesis, ya que vivir en un ámbito sublevado, como aquel de la cuerda floja, o al filo de la navaja, no crea la atmósfera propicia para la creación intelectual.

Fue así como un buen día en los albores de los 72s, tomé mi equipaje desbordado de frustraciones, rumbo a mi país, desafiando el impedimento de entrada y el peligro que con esa acción se dimensionaba, en el marco de la cacería desatada entonces por la neodictadura Balaguerista. Tales expectativas se materializaron cuando al bajar del avión fuí llevada al Servicio Secreto de la Policía, situación facilitada por el enorme silencio que rodeo mi llegada, en razón de la ausencia de parientes y amigos, que no recibieron mis incautados avisos de retorno, para llevarme sin escandalizar a sus madrigueras, donde fui retenida por cierto tiempo, sometida a intensos y penosos interrogatorios.

De aquel calvario fue liberada por la diligencia valiente y oportuna de colegas, familiares, compañeros, grupos populares y profesionales, con esas cargas solidarias de entonces. Pero la alegría de mi excarcelación fue prontamente rota con una inesperada visita que recibí al llegar a mi casa, cuya razón de ser rompió la magia de tan añorada presencia. Era Amaury Germán quien con otros compañeros, me reclamaba la entrega del mensaje que según él, yo le había traído del Coronel. Un frío estremecedor recorrió toda mi espina dorsal al pensar no solo que ahí estaba uno de los móviles, entre otros, por el cual los esbirros de la policía al interrogarme, al registrar con furia mi cuerpo, aplastaban mis carnes, me auscultaban los huesos, me trituraban la mente; en búsqueda de algo, a la espera de un indicio, de esa respuesta que para su impotencia y frustración jamás llegó.

Sin embargo, un requerimiento interior que me hice borró de golpe toda la angustia que me produjo aquello y la demanda de Amaury, y su cara de desesperación apocalíptica, al recibir mi respuesta de que yo también, me había quedado esperando: Quién o quienes más estarían a la espera de mensaje ¿fue entonces que adquirí conciencia de algo que había sospechado hacía tiempo, desde las demoras insatisfechas de París, razón por lo que cuento por primera vez, todo esto. Porque aparte de la división, de las infiltraciones del enemigo, de las delaciones, etc, que habían minado la izquierda y con ella los planes reivindicadores, se agregaba otra razón, la más determinante de todas: la incomunicación.

La incomunicación, viniera de donde viniera. De fuera o de  dentro. Pudiera ser la creada por el bloqueo del enemigo del norte, de otros disimulados y más cercanos, visibles e invisibles; pero en fin una incomunicación que impedía la llegada del mensaje enviado, o de aquel que llegaba adulterado para justificar una maleta repleta de billetes que se perdió, en el camino, o para asumir una misión que jamás se le asignó. O aquel, que debía pensar que el Coronel le había abandonado…O el objetivo supremo de que se les dejara solo, solo con su sueño a la hora de la verdad, como estrategia de fracaso; tal como sucedió con el holocausto de Amaury y su grupo y el de Caamaño en la Playa Caracoles, hecho este último que evocamos en esta fecha.

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