Cabo Francés, Río San Juan y Bahía Escocesa

Cabo Francés, Río San Juan y Bahía Escocesa

La Bahía Escocesa posiblemente deba su nombre a algún nostálgico corsario inglés, que recordó en sus contrastes de grandes acantilados y hermosas playas, los de Sandwood, la más hermosa bahía del noroeste de Escocia.

En las proximidades del cabo Bretón, que dicen los ríosanjuaneros que así se llama a causa de un barco inglés que naufragó en estas costas, está la Cueva de las Golondrinas, joya de la naturaleza, próxima al espléndido parque de golf de Playa Grande, donde, refieren, el pirata Cofresí se escondía y se solazaba entre las ensenadas de El  Diamante y El Caletón.

Conocí de adolescente esos lugares cuando solo había trozos de caminos carreteros alternados con trayectos fangosos y las arenas blancas y firmes de las playas, y luego subir a las barcas por dos tablones, en donde los doble tracción solían irse a pique o había que esperar que el río Boba o Caño Azul dieran paso.

De Nagua a Río San Juan eran unas cuatro o cinco horas, con paradas obligadas en La Entrada, donde comíamos los jugosos quesos de hoja de los Paiewonsky, y visitar otros grandes comerciantes, los José Namis, Alvarado, Alonzo, Guzmán y otros pocos. Llegábamos a Río San Juan a eso de las doce y José, mi padre, saludaba a doña Adela Acosta Balbuena, la dueña del único hotel, quien nos hacía preparar un pollo guisado con arroz blanco, ensalada y tostones, mientras nos sumergíamos en la laguna del Grigrí, el baño más frescos y límpido que se pudiera soñar, especialmente después de todo el calor y el polvo del camino.

Toda esa belleza y esplendor está aún ahí en los mismos lugares. Desde luego, abandonados y contaminados de diesel, basura y excrementos. La gran fauna de la laguna ya no existe. Amigo de los bivalvos, como soy, nunca comí ostiones tan deliciosos como aquellos que Chanano, un criado de don Lando Alvarado, subía por ramilletes a nuestro bote. Creo que todavía quedan algunas ostras alabastrinas en los maltratados manglares de Boba, debido, acaso, a lo deprimida turísticamente que está la región.

Porque son insufribles los cuarenta y siete kilómetros entre Cabrera y Gaspar Hernández, inexplicable e injustificable abandono de una zona con todos los méritos para tener un gran desarrollo, justamente a menos de una hora de dos aeropuertos internacionales y a menos de tres de la Santo Domingo.

Lo de la electricidad es desastroso. Dicen que el día que llegue el voltaje correcto se fundirán todos los aparatos y equipos que comerciantes y lugareños tienen conectados en corriente directa de 220, de los cuales no llega ni la mitad.

Y ni hablar de la delincuencia y los basurales, de barrios que la Policía no conoce. Tal vez debimos dejar en paz esos lugares. O dejárselos a indios y piratas, que los amaron más que nosotros.

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