Cacerías y turismo ponen a los manatíes al borde de la extinción

Cacerías y turismo ponen a los manatíes al borde de la extinción

SANTO DOMINGO, EFE.- Indígenas, reyes y esclavos han probado la carne del manatí, un peculiar mamífero marino en peligro de extinción, que ha despertado incontables leyendas y que ahora tiene en el hombre y en el turismo a sus principales enemigos.

Cristóbal Colón quedó tan impresionado cuando divisó por primera vez tres manatíes, en enero de 1493 en el norte de la República Dominicana, que dejó escrito en su diario que las “sirenas” no eran “tan hermosas como las pintan” y que sus rostros se parecían al de los hombres.

 Y es que el manatí, que suele medir entre tres y cuatro metros de largo y pesa unos 1.500 kilos, tiene cabeza redonda, cuello muy corto, piel dura y gruesa, sus patas delanteras tienen forma de aletas y su cola es aplastada parecida a una cuchara.

 Un mamífero, que puede vivir tanto en agua salada como en agua dulce, que antes abundaba en el Caribe y que ahora está amenazado por el turismo y la caza.

 De hecho, la carne del manatí era parte de la dieta de los taínos, los antiguos pobladores de la República Dominicana, que también aprovechaban sus huesos, especialmente las costillas, para fabricar armas, flechas, amuletos y utensilios ceremoniales.

 Con la colonización, el cronista de Las Indias por excelencia, Gonzalo Fernando de Oviedo, llegó a ofrecerlo como un bocado “exquisito” a los reyes de España.

Después, sirvió para alimentar a los esclavos de los ingenios azucareros.

En la República Dominicana habita una de las tres especies conocidas en el mundo: el manatí de las Indias Occidentales, concretamente la subespecie “antillana”, que está también presente en unas 19 islas del Caribe, como Cuba, Puerto Rico o Jamaica.

 Es precisamente en este país caribeño donde se cree que se encuentra una de las mayores poblaciones del manatí antillano de todas las islas caribeñas, unos 70 ejemplares, aunque como señalan varios biólogos marinos son “pocos y en mal estado de salud”.

Los manatíes, que viven en estuarios, bahías y se alimentan de pastos marinos, tienen demasiados puntos en contra: por ejemplo, que nadan pausadamente y que se reproducen y crecen de forma también muy lenta.

Pero además, Idelisa Bonelly, bióloga marina y presidenta de la Fundación Dominicana de Estudios Marinos (FUNDEMAR), dijo a EFE que en la República Dominicana todavía existe “la cacería del manatí”, a pesar de que hay una legislación que prohíbe su captura y comercialización. “La tentación para los pescadores es a veces demasiado fuerte”, admitió Bonelly.

El turismo “sin conciencia” es otro de los grandes enemigos del manatí, ya que con la destrucción de los manglares y de los arrecifes se eliminan los hábitats de este mamífero.

Para Bonelly es necesario un plan articulado que proteja a este animal marino y que, “por supuesto”, involucre a las comunidades costeras.

“Cada institución trabaja por su lado y así no se puede”, añadió esta bióloga marina.

Lo mismo opinó Elianny Domínguez, especialista en conservación marina de la organización The Nature Conservancy, quien señaló que sin un plan común el manatí “tiene los días contados”.

Mientras, en el Acuario Nacional, en Santo Domingo, se encuentra Tamaury, un manatí de 10 años, que llegó cuando apenas era una cría.

Estuvo a la vista del público hasta que comenzó a crecer. Entonces, fue trasladado a un rincón del Acuario, alejado de las miradas, por “falta de un lugar apropiado”, dijo a EFE la encargada de Educación del Acuario Nacional, Angela Hernández, una entidad que depende del Ministerio de Medio Ambiente dominicano.

“Estamos esperando que lleguen recursos”, apuntó Hernández, quien añadió que el dinero “nunca alcanza” y que llevan en esa espera varios años.

Ahora, Tamaury permanece en la parte trasera del Acuario, en una piscina de seis metros de largo por tres de ancho, con agua que llega del contaminado río Ozama y come hojas de lechuga.

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