Caciquismo y desgracia nacional

Caciquismo y desgracia nacional

El caciquismo es una pandemia nacional que arranca en la aurora republicana dominicana, cuando el 6-11-1844 el general Pedro Santana impuso el artículo 210 que le otorgaba poderes sumarios para liquidar a sus contrarios, como hizo, con el asomo de su peonada de El Prado en las ventanas y puertas del caserón de San Cristóbal, al promulgarse la primera Carta Magna.

El forcejeo entre el primer espadón proditorio de nuestras desgracias patrias y monseñor Tomás de Portes e Infante culminó con la aprobación por forcep del artículo 210 y la demencia del purpurado, al enfrentar primero y claudicar luego su original rechazo.

Quizás el escritor dominicano que más amplio ha tratado el tema es Miguel Angel Monclús, en su obra El caudillismo en RD, Editora Montalvo, 1946, en 135 páginas, con un prólogo de Sócrates Nolasco, desglosando en 30 capítulos los vectores de nuestras desgracias republicanas.

El mal ejemplo original del general Santana, como si los buenos se imitaran tanto como los primeros, regó la pandemia de la práctica perversa, sucediéndolo Buenaventura Báez, ícono del vende patrias abominable condenable, mucho más que su predecesor, por su ilustración y talento innegables.

El caciquismo es la levadura primigenia del fuercismo, la arbitrariedad y la tiranía, y en ese capítulo lóbrego, el presidente Juan Bosch, civilista ilustrado con briznas identificables de arbitrariedad por su carácter obstinado y terco, plasmó la abyección de los gobiernos despóticos en su obra Las dictaduras dominicanas, Editora Alfa y Omega, l998, sin desperdicio.

Los dirigentes políticos y líderes, que encubren lobregueces y despropósitos nacionales, deben estudiar estos dos textos, como catequesis y rechazo a prácticas reñidas de cultivar el edén imperfecto de la democracia.

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