El auténtico comienzo germinal de la vida todavía está científicamente en discusión y por ello sobre el mundo se ha extendido el respeto a la discrecionalidad de la mujer para decidir la interrupción o no de embarazos, de los que ocurren los que podrían hacer morir a la propia procreadora y, lógicamente, al embrión carente de conciencia, desarrollo vital y personería, quizás producto del crimen mayor de la violación, incesto o demostradamente inviable.
Es injusto promover con desfase prohibiciones a detener desarrollos celulares primarios en los úteros ajenos en que incurren fanáticos que se hacen llamar pro vida insistiendo en la proscripción que impide a las embarazadas salvar las suyas.
Desde ese ángulo están más llamados a esgrimir con propiedad el epígrafe en contrario de «promuerte».
Este país no debe seguir dominado por la obcecación brutal de entrometimiento con penetración judicial a los vientres femeninos y contra los derechos de sus dueñas, incluido entre los escasos Estados, en falta de actualización jurídica, que se niegan a aceptar que el extinguir unos procesos biológicos que no pasan de incipientes y absolutamente incompletos es un dilema a ser dejado a la conciencia de cada quien que lo aborda.
Los conglomerados de creyentes –que merecen respeto- que no participan del fundamentalismo negador de los fueros internos, siguen con presencia pero sin ser escuchados por quienes desde el alto clero se aferran a lo irracional.
¿Cómo es que se puede defender el “derecho a la vida” sin proteger todas?
La que menos quiere interrumpir embarazos es la mujer, salvo que…
No se conoce ninguna regla ni cultura carentes de excepciones