Aún en tierra, en donde sus movimientos muestran cierta tosquedad, el animal es intimidante. Es en el agua, en donde la habilidad y la fortaleza de este reptil anfibio son descomunales, en donde es peligroso. Recordemos, no obstante, que los aborígenes convivieron con ellos. Enriquillo vivió con su gente en la isla Cabritos. Entraban y salían del lago Xaragua en sus famosas canoas. Al ser avistados por los españoles, abandonaron el lugar para internarse en las serranías cercanas. Sólo entonces se alejaron de los caimanes.

Francisco de Barrionuevo, encomendado para firmar la paz con el primer guerrillero del Nuevo Mundo, escribió a la Corona. En ninguna de sus relaciones se cuenta de percance alguno con estos grandes lagartos, como en un primer instante los denominaron los conquistadores. Por aquellos días en que se reproducían sin la malévola interferencia humana, debió existir una sobrepoblación ya acabada. ¿Por qué la alarma?

Sobre ellos, que se encuentran en peligro de extinción, se cierne una cucaramácara. Escribo por ello en defensa de estos animales. Creo indispensable recordar que somos nosotros, los seres humanos, los invasores de su ambiente. Por tanto, debemos aprender de su vida, para compartir con ellos el territorio que le es propio. No tan lejos, en las tierras del centro del continente, hay ejemplos de convivencia y hasta de explotación. Los dominicanos, a quienes nos gusta copiar tanto, debíamos averiguar qué hacen los ticos.

En las extensiones territoriales que les fueron propias en el pasado, los dejan reproducirse sin otro control que el surgido de su especie. Porque fuera de la raza humana, no tienen predadores conocidos. Pero los ticos han desarrollado también el negocio de la piel y la carne de estos animales. Los reproducen y crían, con lo cual aseguran que este magnífico anfibio no se extinga y sirven a mucha gente como medio de sustento personal y familiar.

A esto debe llegarse en el lago Enriquillo, sin alarmarse porque salgan o entren de esas aguas salitrosas.