Calabazas, panteones y quijotes

Calabazas, panteones y quijotes

ANTONIO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
Nuestro país es una sociedad tridimensional, mezcla cultural de calabazas indígenas, panteones africanos y quijotes españoles, que se fue labrando lentamente como una sociedad autoritaria y centralista a lo largo de cinco siglos. Las costumbres estatistas, autoritarias y anárquicas, las ha hecho el tiempo con tanta paciencia y lentitud, desde la Colonia, como ha hecho las montañas y sólo el tiempo, trabajando todos los días, con una enorme participación democrática y ciudadana, con una activa y creativa sociedad civil, las puede destruir.

No se derriban montes a bayonetazos ni costumbres autoritarias y anárquicas con violencias físicas o mentales. Esa es una tarea para J. Krishnamurti, el nuevo superman de la quietud. Y eso es válido hoy tanto para gobernantes como para gobernados. Dice Federico Henríquez Gratereaux que los dominicanos llevamos la guerra en el corazón. Ese sólo dato sería suficiente para ser muy permisivos, demócratas de oficio en todo el siglo XXI.

Los dominicanos de hoy, en nuestra generación XVII, desde el momento en que españoles y africanos llegaron a esta tierra, estamos detrás de la mayor de nuestras utopías sociales. Como Quijote, la sociedad dominicana pretende vivir en democracia, en el marco de un Estado y una sociedad que nunca han sido democráticas, sino autoritarias, caciquistas, centralistas y ahora clientelistas en nombre del centro político.

Hagamos memoria republicana. De 1844 a 1916, en esos 72 años hubo 56 cambios de gobiernos, lo que significó un gobierno cada trece meses. ¿Un buen averaje o un récord mundial? Luego vino la primera intervención militar norteamericana de 1916-1924. Y una vez se marcharon los gringos, en los seis años siguientes llegó al poder Horacio Vázquez primero y Trujillo inmediatamente después, como Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, que terminó triturándonos. Lo de Patria Nueva fue pura semántica, tiranía pura y simple: aún no se recupera el aire puro. ¿No es así? Décadas económicas pares, casi siempre de vacas flacas, y décadas nones, décadas de vacas gordas.

Década 1950: auge. Década 1960: declive. Década 1970: auge. Década 1980: declive. Década 1990: auge. Década 2000: declive. Auges y declives decenales. De 1960 al 2004, los hechos demostraron que nuestros problemas de desarrollo nunca fueron ni de izquierdas ni de derechas. Que esos fueron símbolos discursivos de importación de la guerra fría que produjo sangre a borbotones y que dividió al país en dos partes encontradas. Esa larga confrontación era de importación norteamericana o rusa y fue nuestra por imitación, por pura semántica y por razón de Estado. Nuestra sociedad caciquista, mezcla cultural de calabazas indígenas, panteones africanos y quijotes españoles, aprendieron la lección y tiene ahora otra lógica de gobernabilidad. Con un tradicional Poder Ejecutivo avasallante, al que hemos delegado derechos y obligaciones ciudadanas, y donde esperamos la solución de nuestros problemas de desarrollo en medio de una sociedad de pobrezas, no todo el mundo puede ser Presidente. Ello así porque nuestra sociedad es un cheque en blanco, sin comunidades activas, una sociedad permisiva y quijotesca que siempre apuesta a la suerte y al destino y termina seducida por sus líderes de barro. Una sociedad de caciques donde el Poder Ejecutivo tiene el rol de árbitro que no debiera ser desbordado por un partidismo político cada vez más frenético. Al morir hace muy poco el último de nuestros grandes caciques, ese indiscutible y mesurado equilibrista que irradiaba paz, pero que podía comerse un tiburón sin eructar, se desamarró el zoológico político en liderazgos menores, dos de los tres grandes partidos se dividieron y el Poder Ejecutivo, piedra filosofal de nuestra vida autoritaria y caciquista, ha perdido la confianza pública al calor de un clientelismo menor, de un ambiente recesivo mundial y de un discurso oficial que no convence, que no logra dar señales de confianza. De una sociedad trujillista de mudos hemos pasado ahora a una sociedad antidemocrática de sordos: «El Poder es para ejercerlo». Con la muerte de Balaguer el nuevo monarca perdió el equilibrio del mundo político y ahora somos ciegos y sordos. Se ha roto la mesura y el juego democrático es otra vez un pedazo de papel, transfuguismo puro. El mundo político no tiene ideas nuevas, se embotó en sí mismo. El mundo es un adorador del fetiche tecnológico. Y de la realidad tecnológica, el mundo político dominicano no tiene ideas nuevas y se desgasta en sí mismo.

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