Callejón sin salida.- Los que aplauden y celebran, desde las trincheras del Instituto Duartiano o desde el nacionalismo racista y antihaitiano, los operativos de la Dirección General de Migración contra los haitianos deben mirar hacia la vecina isla de Puerto Rio, donde los criollos que allí residen están pasando las de Caín debido a las constantes redadas del Servicio de Control de Inmigrantes y Aduanas. Un drama terrible y doloroso por el que también atraviesan los que residen en los Estados Unidos, acosados por el miedo a ser detenidos y deportados a República Dominicana, que tal vez los ayude a entender mejor el complejo fenómeno de la migración, que acompaña a la humanidad desde el principio de los tiempos, aunque en los convulsos días que estamos viviendo los migrantes se han convertido en chivos expiatorios a los que dirigentes de muchos países del mundo culpan de todos los males que los aquejan.
Esa falta de empatía, o esa dificultad para colocarse en el lugar del otro para tratar de comprender mejor sus motivaciones y circunstancias, no puede constituirse en un obstáculo que nos impida ver la migración ilegal haitiana con racionalidad, pero sobre todo con realismo y sentido común. Y tanto el realismo como el sentido común nos dicen con claridad que hablar de expulsar a todos los haitianos ilegales del territorio dominicano, que hoy por hoy representan una mano de obra imprescindible para importantes sectores de nuestra economía, es una estupidez y una irresponsabilidad que nuestros nacionalistas, y todos los que le hacen el coro para estar “en la onda”, esgrimen sin ningún rubor ni comedimiento.
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Pero que también el gobierno, seducido por los beneficios políticos de mantener la crisis haitiana como el principal problema que amenaza al país, su integridad y su soberanía, se comporte como si desconociera esa realidad es preocupante y peligroso, pues por ese camino se está metiendo, sin ayuda de nadie, en un callejón sin salida en el que le será muy difícil dar marcha atrás.