Fue el décimo noveno arzobispo de Santo Domingo y se distinguió porque, a pesar de haber sido un destacado y prestigioso letrado, graduado con elevados honores, y de ser autor de novedosos libros, se colocó al lado de los más sencillos y recorrió a caballo la Primada de las Indias en visitas pastorales por aldeas, barrios, campos, lomas, templos y capillas.
Creó parroquias en San Juan de la Maguana, Neyba y Dajabón así como un “Centro Parroquial” en san José de las Matas.
Además del cariño que dejó entre la feligresía, especialmente entre los moradores de San Carlos, entonces una común que lo atraía porque se sentía como en su patria, España, infundió su trato y preocupación por las almas en los sacerdotes que lo auxiliaron en sus recorridos, como el canónigo Antonio de la Concha Solano, al que designó Visitador General.
Dio a conocer a Santo Domingo en los lejanos tiempos de 1740 a través de los valiosos informes y escritos que enviaba a Europa, como la “Compendiosa noticia de la Isla de Santo Domingo”, que reseña sus impresiones de la tierra en que trabajó desde el tres de marzo de 1739 hasta agosto de 1743, consignando no solo la pobreza material sino espiritual de las ovejas a su cargo.
En 2001 se solicitó designar con su nombre una calle de Santo Domingo y se emitió la resolución edilicia complaciendo la petición de un compatriota del ilustre mitrado, pero no se materializó.
“Era un hombre asequible, hablaba con la gente, no era dominador, no vino a colonizar”, expresa el historiador José Luis Sáez, sacerdote jesuita que dirige el Archivo del Arzobispado de Santo Domingo y que es biógrafo del eminente purpurado.
Con su habitual generosidad mostró informes de las visitas, localizó sus obras publicadas y los cuadros que se han pintado del clérigo, descifró anotaciones sobre sus funciones y fue evidente su admiración por este sacerdote que tuvo “la ventaja” de hablar “como la gente de aquí”.
Resalta su preparación intelectual, escasa en esos tiempos. “Era muy eminente, completó sus estudios teológicos en la Universidad de Ávila, donde se doctoró en derecho canónico” y según el cronista Agustín Millares Carlo, “debió estudiar latinidad y filosofía en el convento de San Agustín de La Laguna”.
Esta inusual formación profesional perjudicó a los dominicanos pues por esta y por su rendimiento, a sugerencia del rey Felipe V, el Papa lo nombró obispo-arzobispo de Puebla de los Ángeles “y cuando una persona era promovida a Puebla, tenía que ser muy valiosa para la Corona”. Era la sede “más prestigiosa”.
Pero el arzobispo Álvarez de Abreu amó tanto a Santo Domingo que se trasladó hasta a Higüey, “donde era imposible llegar”, y aunque anduvo devoto y decidido todo el territorio, Sáez relata: “Parece que sentía predilección por San Carlos, iba personalmente, entonces este poblado estaba en las afueras de la Capital”.
El religioso demostró tal ansia de trabajar por la civilización y la evangelización en la isla, que antes de arribar designó a Antonio Solano de la Concha como su representante para tomar posesión enseguida.
Sáez supone que cuando le escucharon hablar en la solemnidad de la catedral, la feligresía se alegró exclamando: “Este es uno de nosotros”. Para el jesuita, “los castellanos (de Castilla) han sido dominadores”, y Pantaleón no solo era entendido por su vocabulario claro, sino que atraía por su sencillez. “Lamentaron que debiera irse tan pronto, pero hizo méritos suficientes para que lo elevaran de categoría”.
Lo sustituyó el mexicano Ignacio de Padilla y Estrada.
Considera el historiador que en su breve estadía aquí mostró un gran respeto por el pueblo. “Otros se ganaron la enemistad del gobierno colonial”, y destaca el apreciado servicio que representaron sus visitas pastorales.
La calle. El siete de junio de 2001, el Ayuntamiento del Distrito Nacional acogió la solicitud del doctor José Marcos Iglesia Íñigo para que se designara con el nombre del Arzobispo Doctor Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu una calle de Santo Domingo. Aunque se emitió la resolución y se ordenó la ejecución, no se cumplió. Es la número 123/2001, firmada por Rafael Díaz Filpo y Eddy de Jesús Olivares, presidente y secretario, respectivamente, del cabildo.
“Ese hombre merece ese homenaje, y en la capital hay muchas calles con letras y números para que bauticen una con su nombre. Es digno. Se congració con el pueblo, con sencillez.
Después empiezan a venir los castellanos, que eran colonizadores”, opinó Sáez, haciendo énfasis en sus visitas pastorales. Al pie del óleo de Álvarez de Abreu que se exhibe en la catedral se lee: “El Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. D. D. Pantaleón Álvarez de Abreu, Arzobispo que fue de la Isla Española de Santo Domingo, Primada de las Indias”. Y siguen sus demás cargos.
“Lleno de méritos y virtudes”
“Lleno de méritos y virtudes”
Sobre el arzobispo doctor escribió también Vetilio Alfau DurÁn, quien en agosto de 1955 estuvo en Puebla de los Ángeles, México, y al visitar la catedral copió “la laude sepulcral” del “dignísimo Arzobispo Dominicopolitano” y obtuvo, además, el acta de defunción.
Alfau Durán se explaya en el relato del breve episcopado de Álvarez de Abreu en Santo Domingo, refiere comentarios sobre su labor que anotó Carlos Nouel. “Se interesó por el buen régimen espiritual de la Arquidiócesis y por su administración temporal”, apuntó el canónigo, y reproduce y comenta los hallazgos de su viaje a México, que publicó en la revista “Clío”, en 1956.
Domingo Pantaleón nació en Santa Cruz de la Palma (Gran Canaria), el cuatro de agosto de 1685, hijo del sargento canario Domingo Álvarez y la sevillana María de Abreu. Tuvo un hermano: Antonio José Álvarez de Abreu, “primer marqués de la Regalía”. Después de ordenado sacerdote, su primer nombramiento en Canarias fue el Curato Nuestra Señora de la Concepción (La Laguna) “al que siguió el de racionero en la Catedral de Gran Canaria, ascendiendo a la canonjía octava, el 27 de septiembre de 1732, y por fin, a la categoría de arcediano segundo. El 29 de julio de 1737 recibió la notificación de que Felipe V le había presentado para gobernar el arzobispado de Santo Domingo”.
“Lleno de méritos y virtudes” falleció el 28 de noviembre de 1763, después de haber gobernado la diócesis de Puebla de los Ángeles por más de 20 años.