Calles y Avenidas  de Santo Domingo

Calles y Avenidas  de Santo Domingo

POR ÁNGELA PEÑA
Los “piropeadores” o “lanzallamas” de la calle El Conde, no sólo inquietaron a las mujeres que transitaban esa vía, la más importante del Distrito Nacional hasta comienzos de 1990, sino a la policía,  prensa, justicia, Interior y Policía, Guerra y Marina.

 La práctica de galantear a señoras y señoritas con el verbo, era considerada un acoso. Hasta en el “Foro Público”, la columna de intrigas y chismes políticos del trujillato, se atacó ese proceder, aunque las quejas de la sociedad se remontaban a años anteriores a la dictadura.

 ¿Qué expresaban esas “flores” o lisonjas? Parece que expresiones sumamente encendidas. En 1945, el editorial de La Nación, “Piropos en la calle de El Conde”, explicaba: “Si fuera dable transcribirlos, bien podría comprobarse que el menos crudo de ellos es todo un modelo de prosa nauseabunda”.

 Tres años después, el periódico “El Urgente” escribía en “Los Piropeadores” que quienes los declaraban eran “poco respetuosos y no saben distinguir, en su aplicación, a la dama soltera o casada, de la cualquiera, simple, coqueta o reconocida ramera”.

 “No es necesario profundizar en cuestiones psicológicas para saber que la mayoría de estos imbéciles sufren de un complejo de timidez, o de castración, o de inferioridad. Porque eso es lo que según los psicoanalistas demuestra el donjuanismo. No obstante, nos limitamos a presentarlos como una lacra social más, con la cual es necesario acabar”, agregaba “El Urgente” en su edición del 23 de julio.

 Abogaba porque se castigara a esta “plaga” estimando que “Ciudad Trujillo es, y tiene que ser, una ciudad culta y refinada como la que más”. Decía que no le interesaba que en otros países consintieran “el piropo callejero y vulgar”.

 Pero los piropos de la calle El Conde no eran asunto exclusivo de esos tiempos. Si en los años 1940 y 1950 constituían un escándalo, era más grave la amenaza social que representaban en 1935 cuando el influyente “Diario del Comercio” manifestaba que ni la Policía Municipal, ni la del Distrito Nacional bajo el control del Superior gobierno, por mediación de la secretaría de Estado de lo Interior y Policía, habían podido contrarrestar “este asunto tan penoso” pese  “haber destacado algunos agentes por la calle El Conde y otras de igual importancia, para evitar que grupos de individuos se detengan en las esquinas en las horas de labor, donde solamente se posesionan en desperdicio del tiempo útil, a dedicar requiebros a las damas que salen de compras”

 Las quejas en la prensa continuaron. En 1954 anotaba el temido y terrible “Foro Público”: “Sigue la esquina caliente. Continúa la esquina del edificio El Palacio siendo la esquina caliente de la calle El Conde. Pelota, piropos –y no muy suavecitos por cierto- están a la orden del día. ¿Por qué no se le ponen los bancos sugeridos a los vagos que se reúnen ahí? Eso sería bueno, tal vez al sentirse cómodos dejarían tranquilas a las damas que pasan”. Firmaba “Carlos Ramírez”

¿Por qué el disgusto?

 Para caminar por El Conde,  “Condear” o “Callecondear”, las mujeres vestían sus más elegantes galas. Llevaban tacones altos, vestidos ceñidos, pronunciados escotes, maquillaje. Casi todas eran verdaderos “cromos” o “monumentos”, decían. Natural era que provocaran con esos ajustes y andar rítmico la pasión incontenida de los caballeros que, por suerte, sólo miraban, aunque en 1945 se denunció el caso de un “piropeador” que persiguió con su verborrea a una casada, está acudió al marido quien en salió furioso en busca del “galanteador bastardo”.

 “La pobre mujer, transida de rubor y enfurecida de indignación” regresó al “sitio del desmán” junto a su cónyuge, “prestante personaje de la localidad y sujeto de malas pulgas”, sin dar con “el joven ofensor” (La Nación, septiembre 10, 1945)

 “Así las cosas, quiera Dios que, por el mal régimen de educación moral en que vienen formándose muchos de nuestros jovencitos, en uno cualquiera de estos días no haya que lamentar más de un caso triste, más de un suceso de penosas consecuencias, en plena calle de El Conde”, apuntaba el prestigioso diario.

 Señalaba que a estos muchachos “de piropo soez y zumbón, que es, sin duda, una forma de agresión verbal tan punible y grave como la agresión a mano armada”, el pueblo los había bautizado “con el remoquete bélico de “lanzallamas”.

 “No se ha podido lograr todavía que desaparezca, no obstante la protesta del público, la vigilancia de las autoridades, las continuas quejas de la prensa, el hábito que han contraído no pocos jovencitos de apostarse en algunas esquinas de la calle El Conde y lanzar groserías, desde ellas, a gran número de las señoras y señoritas que por allí transitan”, informaba La Nación.

 Agregaba que “los expertos en tan incivil cuanto peregrino deporte suelen escoger como zonas para el ataque aquellos sitios en donde llegado el caso de tener que esquivar la presencia de un agente del orden o que rendir cuentas ante el representante de una dama ofendida, sea posible entrar por una puerta, salir por otra y tomar con cautela y maña el rumbo que mejor convenga. Tales sitios son, conforme se nos ha dicho, las aceras de las principales tiendas de modas, de los restaurantes, cafés y demás establecimientos de continua actividad y mucha clientela”.

 Definía a los autores como “jovencitos que pertenecen, en su mayor parte, a familias de cuya prestancia cabría esperar mejores frutos”y deploraba que “nuestra concurridísima y bella calle de El Conde” se convirtiera “en lugar de temor y zozobra para múltiples damas que no siempre pueden frecuentarla” a causa de esos piropos, muchos en poder del periódico, enviados solicitando cooperación “para corregir tan antisocial proceder”, pero lamentablemente impublicables.

 El “Diario del Comercio” llegaba lejos en su petición de sanción: “En todas las ciudades grandes del mundo, este es un problema que resuelve la policía. Dos toques de macana es suficiente, por ejemplo, en los Estados Unidos” Y señalaba: “No son pocas las damas de nuestra sociedad a las que hemos oído hablar de que los requiebros que se le dirigen no son para ser oídos… cambian el curso de sus rutas para no pasar por los lugares donde se encuentran” (los piropeadores)

 A mediados de 1950 el piropo fue considerado una infracción y sancionado con prisión y multa por las leyes dominicanas. “La policía está realizando una campaña con el fin de erradicar la desagradable costumbre de muchos hombres que se dedican a piropear a las damas”, se informó en 1958, informando el arresto, en El Conde, de nueve individuos.

Piropos de la época

Personas consultadas de esos tiempos alegan que el piropo era una forma de declararse, halagar una mujer bonita y que de ningún modo podría considerarse indecente, sino que la mentalidad de la sociedad de entonces era muy estrecha. “Quizá los ofendidos eran, en realidad, los esposos y novios de las galanteadas”, manifestaron.

 El Conde era el sitio donde se expresaban “porque era la vía más concurrida y más importante”. Significaron  que muchos apostaban a su verbo y ocurrencia, que aquello era más bien un deporte. “Peores eran los varones que sin decir palabras seguían a las jóvenes con miradas lujuriosas y ojos llenos de lascivia” Destacaron que circulaban libros de piropos que muchos se aprendían para decirlos a las muchachas en El Conde.

 Algunos de moda eran: “Si como caminas cocinas, guárdame el concón. Que Dios te guarde y me dé la llave. Cuando mires las estrellas acuérdate de mí. Si fuera un barco me hundiría en tu corazón. Si fuera Dios te tuviera en mi reino. Le voy a pedir el molde a tu papá. No serás la Virgen María, pero estás llena de gracia”. Cuando la chica iba con su madre planteaban a la señora: “Mamá, le cambio a su hija por mi padre”.

 También: “Bendito sea el árbol de donde sacaron la madera para hacer la cuna donde te mecieron. Si el infierno es como tú que me lleve el diablo. Tantas curvas y yo sin frenos. Déjame ser la almohada de tu cama. Quisiera ser bizco para verte doble. Adiós, flor de orgullo, todo lo que tengo es tuyo. Si el flechazo existe, que vivan los indios. ¿Qué pasará en el cielo que los ángeles andan en la tierra? Dame un cheque de tu amor, que yo soy muy efectivo. Si el sol pudiera mirarte nunca sería de noche”.

 Entre los considerados groseros estaban: “Quisiera ser piano para que pongas tus dedos en mi tecla. Me gustaría ser caramelo para disolverme en tu boquita. Quisiera ser una toalla para rozar tu cuerpo. ¡Arroz, que carne hay… ! Quisiera ser un catarro para estar en tu pecho” Cuentan que lo que más molestaba a las muchachas era que las persiguieran colocándoles el sombrero a sus plantas, para que lo pisaran, como señal de que eran superiores, y que le jugaran una broma en la que decían a la mujer: “¡Se te cayó un papel!” Y cuando ellas  volteaban para comprobarlo les aclaraban: “El que te envuelve, porque eres el chocolate más exquisito”.

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