Calles y avenidas de Santo Domingo
Bartolomé Olegario Pérez

Calles y avenidas de Santo Domingo<BR><STRONG>Bartolomé Olegario Pérez</STRONG>

POR ÁNGELA PEÑA
Fue uno de los más renombrados, exaltados, cantados poetas de su tiempo. Aunque vivía en Azua, sus versos y canciones despertaban admiración y merecían el reconocimiento de los más ilustres intelectuales nacionales del siglo antepasado. En las publicaciones de antaño, en cada antología, están sus creaciones íntimas, vibrantes.

Pero además de inspirado músico y relevante bardo, Bartolomé Olegario Pérez fue también maestro, de los primeros normalistas graduados de la República. El magisterio y la literatura, que marcaron su existencia breve, le acercaron estrechamente al que había sido su maestro en la Escuela Perseverancia: Emilio Prud’homme. Al celebrado autor del Himno Nacional le sustituyó como director en aquel reputado centro de enseñanza ese discípulo aventajado y sobresaliente que le había cautivado no sólo como educador sino por la espontaneidad y la calidad de su producción poética.

Se asegura que Bartolomé Olegario Pérez es el verdadero autor de las letras del Canto Patrio. Abraham Ortiz Marchena, el autor del prólogo de “Margaritas”, único libro publicado de Pérez, no sólo hace la afirmación sino que, a la espera de que resplandezca la verdad, reclama justicia para el excelso capitaleño que Azua adoptó como su hijo.

Estudiosos de las obras de ambas figuras, historiadores y críticos literarios de Azua y del país ofrecieron sus pareceres en torno a la contundente afirmación hecha pública el 10 de junio de 1929. “Ese mismo entusiasmo hará que un día Azua lleve a cabo la glorificación de su poeta y la apoteosis de su maestro, gloria y cumbre del civismo, del magisterio, del foro y del parnaso, delicadísimo poeta que cuenta entre sus múltiples laureles el de haber sido el inspirado y celebrado autor del Himno Nacional Dominicano y ese justo homenaje debe hacerse en vida del ejemplar e ilustre educacionista, porque Prud’homme está muerto para todo acto que pudiera ser considerado como un desmayo de su acrisolada virtud”.

Sobre tan categórica consideración se ofrecen en una segunda entrega las opiniones de Eddy Rafael Noboa Bonilla, historiador, antropólogo y director del Museo de Azua; del intelectual azuano Rafael Guaroa de Soto; de Miguel Holguín Veras, autor de “Azua y el Himno Nacional Dominicano”; de Tomás Oviedo Canó, historiador azuano, miembro de la Academia Dominicana de la Historia y de William Mejía, Director Nacional de los Talleres Literarios de la Secretaría de Cultura, laureado por su libro “Azua: ayer y hoy”.

El poeta de Azua

Así le llamaban, aunque era nativo de Santo Domingo. La faceta más difundida de Bartolomé Olegario Pérez fue la del poeta. Pedro Henríquez Ureña, Rafael Deligne, Abigail Mejía, Enrique Striddels, Joaquín Balaguer, Rafael Damirón, entre otros,  dedicaron páginas a estudiar su poesía que acogían con entusiasmo las principales revistas literarias. 

Al mismo tiempo que daba riendas sueltas a su musa, Bartolomé Olegario Pérez se dedicó a impulsar una intensa actividad cultural desde Azua que se proyectó a todos los rincones de la Patria. Era la figura intelectual del momento. Afirma su nieto Apolinar Pérez Noboa, que descollaba en un tiempo “en que Azua tenía su primacía provincial en el Sur, porque llegaba hasta Comendador, la provincia de Azua hasta 1939, cuando fue cercenada, y por la influencia socioeconómica que tenía debido al comercio del azúcar”.

Bartolomé escribía en el Listín Diario, donde creó Los Lunes del Listín. También colaboró con Letras y Ciencias, La Revista Ilustrada y La Lucha, de Azua. Hasta pocos meses antes de su muerte estuvo publicando unos Cuadernos Literarios titulados “Domingos de Ocio”.

Además de Apolinar, de Bartolomé Olegario también habla Margarita. Son vástagos del único hijo que tuvo el vate, Nicolás Santiago Pérez Pelletier, quien casó con Cristiana Noboa Martínez. Ni ellos ni su padre conocieron a Bartolomé. El maestro murió cuando su unigénito contaba siete meses de nacido. Las referencias se las ofrecía don Nicolás quien las recibió, a su vez, de la abuela, María Antonia Pelletier Objío. Aparte de los testimonios orales conservan de su antepasado fotos, diplomas, ejemplares de “Margaritas”, páginas líricas y otros documentos. “En todas las fotografías que he visto de él, luce una persona acicalada, con traje, bigote, un poeta de su tiempo”, manifiesta Apolinar. 

A pesar de la intensa labor poética de Bartolomé Olegario, a quien apodaban “Yayo”, en Azua se rinde mayor tributo al maestro y se le recuerda y evoca principalmente por su canción “Piedad”, que cantan con sentimiento los mayores. “En mi adolescencia en Azua siempre se iba al cementerio a llevarle flores en el aniversario de su muerte. Bartolomé Olegario es  muy significativo para Azua, pero creo que ya esas costumbres se han perdido”, expresa Apolinar. Una calle, una escuela y una biblioteca azuanas llevan el nombre del insigne maestro y poeta.

“Piedad” es como un himno entre los azuanos. Lo cantaban Eduardo Brito, Héctor J. Díaz, Juan Lockward, Nicolás Casimiro y Eulogio Díaz quien lo estrenó. El historiador Tomás Oviedo Canó narra el acontecimiento: “Bartolomé vivía en la Emilio Prud’homme esquina Miguel Ángel Garrido, a tres casas del teatro Odeón. Cuando ya no podía valerse sus amigos le ofrecieron una velada y lo llevaron al Odeón en una mecedora. Eulogio Díaz cantó Piedad, con acompañamiento musical. En la velada habló Abraham Ortiz Marchena”.

La calle

La calle Bartolomé Olegario Pérez, ubicada en el ensanche Atala, fue designada con ese nombre por iniciativa de maestros jubilados de Azua residentes en ese sector.

PERFIL
Bartolomé Olegario Pérez

m Nació en Santo Domingo el 24 de agosto de 1873, hijo de Olegario Pérez y Nicolasa Suero. Se trasladó a Azua tal vez debido a las guerras civiles en las que participaba su hermano Santiago o posiblemente porque su pariente, Pedro Pérez, llegó a Azua como farmacéutico e instaló allí una botica. 

 Estudió en la Escuela Perseverancia, dirigida por Emilio Prud’homme. En 1891 recibió el título de Maestro Normalista. Casó con María Antonia Pelletier Objío, madre de su hijo Nicolás.

Entre sus poemas están Elegía, Ofrenda, Preludios, La palabra, Homenaje, Alcohólicos, Gloria, El Rey Negro, Se va la tropa, De rodillas, A Ocoa, Huérfano, El Maniel,  Mariposas, Nupcias, En la alcoba, Cineraria, Lucha sagrada, En el café, Al partir, Crepuscular, Todo es tarde, Versos de Navidad, Por la plebe…

 Rafael Damirón, quien le dedica cuatro páginas en su libro “De soslayo”, reproduce algunos versos jocosos. Cuenta: “Fue en una noche de esas, claras, cuajadas de luceros, de cocuyos, de luciérnagas, cuando conocimos al poeta Bartolomé Olegario Pérez. Su poesía nos había subyugado de niños, habíamos cantado sus canciones, y como torpes rapsodas recitamos sus versos. Cuando lo tuvimos de cerca ya estaba enfermo de un mal tan profundamente cruel que le había inspirado la dolorosa canción que decía:

“Adiós, los que en la triste vida, / como yo, se estremecen de dolor, / los que comprenden mi ansiedad inmensa / adiós, y para siempre adiós. / Para todo el que lleve dentro el alma / hecho cadáver su bendito amor, / murmura el numen que mis sueños guía / adiós, y para siempre, adiós”.

Bartolomé Olegario Pérez falleció de tuberculosis, en Azua, el 10 de julio de 1900, a los 27 años de edad.

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