CALLES Y AVENIDAS DE SANTO DOMINGO
El Conde: zona de escritores
y una fuente de inspiración

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ANGELA PEÑA
a.pena@hoy.com.do
La calle El conde es  presencia constante, permanente, vigente en la literatura dominicana, no sólo como referencia obligada por los hechos trascendentes de los que ha sido escenario sino como inspiración de poetas, ensayistas, novelistas, cuentistas, cronistas del folklore, las tradiciones y costumbres.

Son cientos los que la describen en prosa y versos, recorren afamados lugares que se extinguieron, celebran acontecimientos gloriosos  de los que fue testigo, lamentan las tragedias,  se entusiasman con el encanto de las chicas que la transitan, se asombran del tiempo que consume a sus asiduos otrora productivos y lúcidos y lamentan la irreparable decadencia de esta avenida  esplendorosa en otras épocas.

 Es que, durante años, por El Conde pasó la vida dominicana representada en sus hombres y mujeres.

 “Armé una decisión: bajé por la calle El Conde invocando la inutilidad del olvido, ligándome a la guerra de olores que protagonizan los transeúntes, y llegué hasta la puerta del bar Roxy. Por el vidrio divisé a Isis, de pie, con un cigarrillo entre los dedos gesticulando como una concubina imperial, con la cara pintada de blanco y los labios muy rojos”, escribe Andrés L. Mateo en su novela “La otra Penélope”.

Caminante consuetudinario de esta vía, parroquiano habitual de sus tertulias, Mateo ha publicado, además, poemas e infinidad de artículos en los que la cita, aunque el que mejor la define es su “Viñeta de la calle El Conde”. Locos, homosexuales, líricos, mendigos, policías, desfilan por ese “nuestro callejón de los milagros” que él ya considera muerto, “aunque Justo Giró me toque en el hombro y me advierta, solemne, de una peligrosa conspiración internacional que puede caer por sorpresa…”

Le canta  Tony Raful “como soplo cálido que cruza las ramas de los árboles y se interna veloz entre vidrieras y adoquines” El intelectual y político camina por ese Conde de su  numen y  los saludos son medida de su popularidad.  ¡Tony! Él responde alegremente con abrazos  en esa ruta que fue su musa: “¡Oh calle El Conde/ como tú, embeleso y fortuna, / celaje de feroz dulzura, / como cielo y luna, / como nupcias del alma, / como duende de violeta grávida, / se gestó esa canción, que en tu voz/ navega por la ciudad”

El insigne antologista José Alcántara Almánzar también fue impactado por esa arteria que considera “el corazón de la vida intelectual y cultural”, de otros tiempos. Una traumática experiencia de su adolescencia la consagró en un cuento, “Los estragos del olvido”. Se inicia en la desaparecida heladería “Los Imperiales” Allí encontró de cajera a la soprano Violeta Stephen, muy distinta a la del lujoso pasado de solemnidades y oropeles en la emisora oficial. “Fui incapaz de desviar la vista de la inolvidable cantante cocola, ahora un triste despojo de sí misma, lenta y rutinaria en su tarea, turbada por zumbidos de licuadoras, rumores de abanicos gigantes y palabras sueltas de quienes llamaban al camarero sin enterarse de su existencia”

 La conmoción le hizo olvidar el helado, que se derritió ante el asombro. “Al salir me aturdió el trajín vespertino de la calle colonial. Vi gente apresurada, turistas con paquetes, palomas nerviosas que se acurrucaban bajo aleros de la calle El Conde. En el ocaso de esa tarde imborrable, presentí que jamás volvería a pedir un Peach Melba”, concluye.

 Pedro Peix, casi habitante de El Conde, por donde se le ve transitar solitario y callado es narrador del discurrir de esa que tanto parece amar y en la que se embelesa tanto en “La Cafetera” como en el llamado “Palacio de la Esquizofrenia” “Ya los oligarcas no bajan a la calle El Conde”, publicó, afirmando que desde la guerra de abril El Conde se ha convertido “en el último reducto de una crápula que no acabó la secundaria”

 Obra suya es “El fantasma de la calle El Conde” y un poema que la retrata “larga y delgada como la pierna de Chile, / pavimento favorito de la vanidad”

“No estaremos tú y yo”.  René del Risco Bermúdez se situó en El Conde para escribir “La oportunidad” y “No estaremos tú y yo”.  “Otras muchachas vendrán con veinte años/ y la cartera llena de lápices de labios, / y el café de las cinco en la calle El Conde/ será para otros jóvenes”

 En su “Canto sin tregua”, Juan José Ayuso repara: “No digo, /ahora y hoy/ que sea un pecado/ comprar nuevas camisas en La Ópera, / lucirlas en El Conde/ y verlas desteñir heroicamente. En “Están incendiando la ciudad”, Miguel Alfonseca anuncia que se irá “de gancho por el Conde a las 5 de la tarde”.

 En “Urbano Corazón” Alexis Gómez Rosa afirma que “La poesía se hace en las calles (mañana, frente al baluarte de El Conde)” y Pedro Vergés cuenta en “Juegos reunidos” que “Las muchachas en mi país sonríen cuando cruzan El Conde en busca de las flores que nacen del asfalto”.

 No hay antología en la que se excluya el “Poema del llanto trigueño”, de Pedro Mir, un himno social a la calle “del Conde” asomada a las vidrieras, a la tragedia, “y donde quiera, el sudor emocional de mi tierra”

 Víctor Villegas es El Conde mismo. Allí se le encuentra invariable en más de una tertulia, engalanado o casual, siempre acompañado y voz al mando. Hasta las palomas del parque Colón le conocen y hacen coro. Tiene más de un poema sobre El Conde que comenzó a frecuentar con Franklin Mieses Burgos. “El Conde es mi vida interior”, después del alimento y la siesta, confiesa. “El Conde en sus restaurantes, en /las esquinas muchos… / Café sólo bebieron en el restaurant / de El Conde…”, escribió en “El 6 de Julio”.

 En la obra de Marcio Veloz Maggiolo El Conde es constante. Probablemente donde más lo menciona es en su novela “De abril en adelante”. Se refiere a un seudo revolucionario que de metralleta al hombro en el 65, que nunca hizo un disparo y cuando el bombardeo yanqui se metió debajo de un escritorio. “Luego lo vi salir y hablar mierda en las esquinas de la calle El Conde”

Tan amplia es la bibliografía concentrada en El Conde que Miguel D. Mena, inagotable “condero”, ha publicado dos tomos de su “Poética de la calle El Conde”.

Otros autores a los que inspiró esta calle son Luis Alemar, Amiama Gómez, Tulio M. Cestero, Manuel de Jesús Troncoso, Tulio Cestero Burgos,  Ramón Marrero Aristy, Ramón Tejada Holguín, Aída Cartagena, Chiqui Vicioso, Amable López, René Rodríguez, Homero Pumarol, Enriquillo Sánchez, Francisco Moscoso Puello, Enrique Aguiar, Ramón Lacay Polanco, Guillermo Piña Contreras, Manuel Salvador Gautier, García Cartagena, Gladio Hidalgo, Juan Sánchez Lamouth, Rita Hernández, Mario Dávalos…

“Unos y otros salen a morir por última vez a la calle El Conde. Es el patio de la prisión. Los que allí moran no se soportan, se insultan, se odian, porque ven reflejado en el otro su propia miseria y soledad”. Escribió Peix. Alcántara Almánzar, que hacía años no transitaba por esa vía de sus recuerdos, encontró un “turismo degradado”, para no entrar en condiciones sociales y ambientales, y sólo reiteraba, mientras observaba el deplorable panorama: “Estoy anonadado con lo que he encontrado”.

 

Víctor Villegas y el locutor Martín Dania en el llamado “Palacio de la Esquizofrenia”. HOY/Rafael Segura

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José Alcántara Almánzar evoca recuerdos de El Conde frente a una taza de café en el hotel Mercure (antiguo Comercial). HOY/Rafael Segura

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Andrés L. Mateo y Tony Raful caminan por El Conde al salir de sus respectivas oficinas. HOY/Rafael Segura

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Tony Raful y Andrés L. Mateo salen de comprar libros del negocio de Daniel en el “Edificio Saviñón”.

5

Víctor Villegas interrumpe el esbozo de un poema para hablar de su vida que es, prácticamente, El Conde.



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