Calles y avenidas; Don Rufino Blanco Fombona

Calles y avenidas; Don Rufino Blanco Fombona

Rufino Blanco Fombona era un ícono del mundo itinerante, porque era intransigente con los tiranos.

Vivió poco tiempo en Santo Domingo, donde su residencia fue tan fugaz como en otros lares ajenos al suyo, que era Venezuela, pero permanecía vigente con sus trabajos publicados en casi todas las revistas culturales y periódicos. La Opinión, La Nación, Listín Diario, acogieron sus colaboraciones políticas y literarias y era prácticamente fijo en Bahoruco, el semanario de su hermano Horacio, y en Letras y Ciencias, que parecía ser su predilecta.

Críticos dominicanos dedicaron extensos capítulos de libros y entregas en la prensa local al estudio de su obra. Sorprende el interés y la devoción con que expresaban sus sentimientos hacia él. Parece que las posiciones políticas del notable escritor y diplomático los influía tanto como su pensamiento literario.

A pesar del amor mutuo entre los dominicanos y el venezolano rebelde, apasionado defensor de la libertad y la justicia, su nombre fue sepultado junto a los intelectuales criollos que lo exaltaron.

Su voluminosa y superior producción escrita que le mereció ser propuesto para el Premio Nobel de Literatura en 1925, no la conocen ni cultos nonagenarios que pudieron haberla estudiado en sus escuelas.

En 1986 se le asignó una calle de la Capital, con resolución edilicia y ubicación pero fue letra muerta que engavetó la indiferencia. Tanto como a sus hermanos, el país debe gratitud a este hombre que amó la República y la representó cuando fue cónsul dominicano en Boston.

Sus seguidores dominicanos. En 1917 Federico García Godoy dedicó el más extenso capítulo de su libro “Americanismo literario” a analizar las publicaciones de Blanco Fombona que circulaban hasta ese momento. Consignó que en toda su actuación intelectual vibraba y se intensificaba “un alma de selección, impetuosa, de honda sinceridad, presta de continuo al ataque, pero plena siempre de hidalga generosidad y de indiscutible nobleza”.

Agregaba que este decía la verdad sin miramientos ni indecisiones, “su verdad”, y que poco le importaba lo que de ello se originara. “Es apasionadísimo por temperamento, sus libros lo demuestran a cada instante”, señalaba y luego entró a estudiar cada ejemplar. Citó expresiones suyas en “Letras y letrados de Hispano-América”: “El oficio de juez me repugna y nunca lo he ejercido ni lo ejerceré. Nadie tiene derecho a juzgar a sus semejantes, ni menos a condenarlos”.

Se definía heredero espiritual de las ideas de Bolívar, “que tuvo y quiso por patria la América de uno a otro lindero, siempre he sido fervoroso americanista”.

“Literariamente, añade Rufino, nunca hice la menor diferencia entre mi República y las otras repúblicas hermanas. Soy compatriota de todos los iberoamericanos. No quisiera que me llamasen nunca escritor de Venezuela, sino escritor de América”.

García Godoy no se limitó al estudio de los volúmenes publicados por Rufino Blanco Fombona, sino a defender la calidad de algunos, como “Cantos de prisión y del destierro” por el que descalificó a un compatriota que lo juzgó mal poeta. “Es poeta, verdadero poeta, genuino poeta. Lo es por el don personalísimo de un ritmo muy propio, muy singular, muy capaz de traducir anhelos e inquietudes de su espíritu en combinaciones estróficas de tanta originalidad como mérito”, aclaró García Godoy.

A través de este trabajo se puede conocer también al hombre “aislado, solitario, sin visible contacto con nadie, dueño y señor de su dominio, haciendo en todo tiempo su soberana voluntad”.

De Blanco Fombona escribieron también Juan José Llovet, Ángel Felino Vicioso, Miguel Ángel Garrido, Porfirio Herrera, Arquímedes Cruz, Arturo Logroño, Apolinar Perdomo, Juan S. Durán, J. Chery Victoria, Primitivo Herrera, Federico Henríquez y Carvajal…

Este último no solo ponderó la obra de Blanco Fombona sino que lo recibió con desbordante alegría en agosto de 1899: “Ahora es nuestro huésped, huésped mimado de la Ciudad Antigua… Aquí está, aquí lo tenemos, y si antes de conocerle se había ganado el merecido concepto de poeta, ya conocido, gánase la simpatía y el cariño de cuantos en el poeta ven un amigo”.

“Aquí está como en su casa. Cuando nos deje, cuando se aleje de la Primada en recobro del patrio hogar, en donde falta la madrecita muerta, Rufino Blanco Fombona estará aún entre nosotros: él nunca será un ausente”.

Rufino nació en Caracas el 17 de junio de 1874, hijo de Rufino Blanco Toro e Isabel Fombona Palacio. Estudió en los colegios Santa María y San Agustín, de esa ciudad, e ingresó a la Universidad Central de Venezuela a estudiar derecho y filosofía que abandonó para entrar en la Academia Militar.

No es preciso abundar en su vida pues, por suerte, aparece en Internet y en enciclopedias universales impresas.

Publicó más de 50 ejemplares de diversos géneros, participó en revoluciones, viajó por el mundo en sus descontentos con gobernantes y políticos de su Patria. En cada sitio donde vivió escribió abundantemente, no solo libros sino en periódicos, muchos fundados por él al igual que creó empresas editoriales.

García Godoy dijo que Rufino manejaba la espada lo mismo que la pluma, “como algunos de sus hidalgos antepasados”.

Cuando murió en Buenos Aires el 16 de octubre de 1944, La Nación y La Opinión destacaron el suceso con evidente pesar: “Falleció esta noche a las 7:00 el notable historiador venezolano Rufino Blanco Fombona, víctima de una dolencia cardiaca que lo afectó durante muchos meses.

Había dicho a Prensa Asociada que su estado de salud era malo, pero que tenía esperanza de restablecerse…”. Sus restos fueron repatriados y enterrados en el Cementero General del Sur el ocho de diciembre de 1944 y el 23 de junio de 1975 trasladados al Panteón Nacional.

Resolución incumplida por el ADN. El 5 de febrero de 1986 el Ayuntamiento del Distrito Nacional emitió una resolución en la que considera que era notoria la gran amistad “que profesó a la República Dominicana el ilustre venezolano Don Rufino Blanco Fombona y por tanto es de justicia perpetuar su nombre designando una de las calles de esta ciudad de Santo Domingo de Guzmán”.

Y seleccionó la entonces calle Primera, del Ensanche Naco, la cual, decía, “nace en la avenida 27 de Febrero con orientación Sur-Norte”.

Esta descripción coincide con una vía de otro nombre. En Santo Domingo no hay ninguna calle que se llame ‘Rufino Blanco Fombona’.

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