Calles y avenidas
Benito Arrieta, médico y escritor

<STRONG>Calles y avenidas<BR></STRONG>Benito Arrieta, médico y escritor

En vida, al igual que Jesús, recorrió los caminos de Palestina, Betania, Nazareth, Jerusalén, ejerciendo un difícil apostolado entre árabes, judíos, ortodoxos. Era médico, escritor, políglota, un intelectual de profundos estudios bíblicos-teológicos que jamás hizo alarde de sus conocimientos. Escogió una existencia humilde, sacrificada, caracterizada por la caridad y el bien al prójimo. También quiso morir como Cristo y el Señor le complació: no solo experimentó su calvario sino que expiró a la misma hora y el mismo día que el Hijo de Dios cerró sus ojos, pero en 1975.

El padre Benito Arrieta Gorrochategui eligió Los Alcarrizos, de la República Dominicana, para culminar su obra de entrega al Creador  y a los pobres. La tarde de su muerte “era serena y no había ninguna nube en los cielos”, no obstante, al iniciarse el funeral  “sonó un estampido de trueno” que dejó sin voz ni respiración a los presentes. El religioso Florencio Landa, que celebró los oficios fúnebres, narra que un escalofrío sacudió  su cuerpo, miró a todos lados y se encontró con ojos de espanto. “¿Qué fue? No lo sé. Solo sé lo que  oí y también los demás. Seguramente fue el cumplimiento de la promesa que en vida hiciera el padre Benito: “Cuando llegue al cielo produciré un estampido que anuncie mi gloria”.

Benito Arrieta, recordado por la avenida principal del poblado en que pasó sus días desde el 12 de octubre de 1958 hasta su deceso, el 29 de agosto de 1975, es considerado santo y desde 1997 las altas autoridades del clero nacional introdujeron la causa de su beatificación. Después de consultar a los obispos de la República, el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez inició el proceso de solicitud ante la Congregación para las Causas de los Santos. El 10 de marzo de 1999, los Religiosos Pasionistas anunciaron la causa de la canonización en una concurrida ceremonia presidida por Su Eminencia. José Ramón Zubizarreta, Vicario Regional del Caribe, firmaba la invitación al acto.

Para los moradores de Montosa, San Miguel, Piedra Gorda, La Ciénaga, Hondonada, Palmarejo, Batellas, Palamara de la Duquesa, La Ochocientas, Pantoja, Manzano, Hato Nuevo, barrios Enriquillo, Pueblo Nuevo, Savica, era un santo y lo mismo se expresa en Los Alcarrizos,  España, Tierra Santa, Roma…

Sería el primer santo dominicano aunque nació en España porque el padre fue nacionalizado por decreto de Balaguer años antes de su partida. Además pidió ser enterrado en Pantoja y no mostró intención de quedarse en su  natal. “¿Qué voy a hacer en España?”, decía, “ya no tengo ni padre ni madre… Quiero morir entre mis pobres de Los Alcarrizos”, declaró a Mercedes Andújar, miembro de las “Hermanas Cooperadoras” que fundó.

De este siervo de la Providencia que no solo difundió el Evangelio e incentivó la vida espiritual del pueblo sino que fue prácticamente el urbanizador de Los Alcarrizos, se han publicado biografías que recorren el mundo, una de ellas en italiano. La primera se publicó en Bilbao en 1983. Se han producido cuadros en alto relieve y circulan millares de estampas con su efigie y una oración para pedir al Señor su glorificación. Se ruega rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria e informar favores recibidos por su mediación  al apartado postal de los Pasionistas ubicados en el Centro de los Héroes, de Santo Domingo.

Milagros del Padre Benito.  Son muchos los “milagros y gracias” que se atribuyen al religioso pero no todos aparecen consignados. El pasionista Antonio M. Artola, uno de sus biógrafos, da cuenta del de María Jesús R. J., residente en Bilbao, curada de un tumor carcinoide por intercesión de Arrieta, al que hizo una novena. Médicos españoles certificaron con asombro su sanación.

En Santo Domingo, y especialmente en Los Alcarrizos, son múltiples los testimonios de personas que le han pedido y han recibido  favores por su intervención. Cuando su espíritu se iba de este mundo en el hospital Oncológico, la hermana Mercedes exclamó: “¡Padre! ¿Ya se va?”. Sí, mi Cooperadora -le contestó-. Desde el cielo haré más por ustedes. ¿Qué hacen con este pobre viejo?”. Y añadía: “Ya es tiempo de ir a la casa del Padre. Ya he vivido mucho. También la Madre me llama”.

El libro de Artola, “El P. Benito Arrieta, Pasionista”, es un testimonio conmovedor de la vida del sacerdote. Los episodios que describe dejan  la convicción de que, realmente, fue un santo.

Benito nació en Cegama, España, el 8 de noviembre de 1907, hijo de Cristóbal Arrieta y Francisca Gorrochategui, labradores. Asistió a la escuela a los siete años y en el hogar se rezaba desde el amanecer hasta el final del día: antes de las comidas y de las faenas agrícolas, tres veces el Ángelus e invariablemente el Santo Rosario, plegarias al Santísimo Sacramento, actos de fe, esperanza, caridad, y asistían a misa en días festivos. Desde la infancia, Benito “era callado, humilde, noble, honrado” y estas características le acompañaron siempre. En su itinerante vida antes de venir a la República Dominicana trabajó con enfermos y refugiados. Fue confesor de monjas y novicios. Formó generaciones de seminaristas que han dejado escritas reveladoras experiencias sobre Arrieta.

En Los Alcarrizos

“Él hizo Los Alcarrizos”, atestiguan. Cuando llegó allí “todo estaba por hacer. La gente era pobre como en la zona árabe de Jerusalén” aunque tenía una fe firme y generosa como la de los polacos huidos del comunismo y el nazismo. Y se entregó en cuerpo y alma a la ayuda del pueblo dominicano”, apunta Artola.

Luz eléctrica, oficina de correos y telégrafos, colegios, escuelas, cuartel de Policía, carreteras, capillas rurales, catequesis, misas, cuidado de enfermos, dispensarios, asociaciones religiosas, formación de monaguillos, además del engrandecimiento de su parroquia San Antonio de Padua fueron parte de las obras que logró. Asistía a pacientes de los hospitales Psiquiátrico y Antituberculoso del kilometro 28, confesaba al personal de la Nunciatura. Con su prédica atrajo  a grupos adventistas que originalmente lo enfrentaban.

En gratitud, la comunidad de Los Alcarrizos, que le llamaba “el padre”, “el papá”, venera sus recuerdos: rosario, libros, cálices, rituales, breviario; depositan flores en su sepultura; levantaron en la parroquia un monumento a su memoria  y designaron con su nombre una escuela y la avenida principal del municipio. La vía comienza en  la  “Juan Isidro Jimenes” y termina en la  “Calle 38”.

Cuando publicó su libro en 2006, Antonio Artola escribió que la causa de la beatificación estaba en proceso. Pasionistas  consultados al respecto manifestaron que el sacerdote encargado del caso era el único autorizado para ofrecer detalles y se encuentra en Roma.

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