Calles y avenidas
Dionisio Valerio de Moya y Portes

<STRONG>Calles y avenidas<BR></STRONG>Dionisio Valerio de Moya y Portes

Fue un vegano altruista, de espíritu constructivo, innovador, patriota, revolucionario. Religioso y político, pionero en el desarrollo del país y de su pueblo, tuvo un final angustioso: murió en el barco donde iniciaría doloroso exilio y su cadáver tuvo el mar como destino final.

A pesar de sus obras, aportes, virtudes, no ha merecido más homenaje que dos enaltecedoras semblanzas de sus compueblanos Guido Despradel Batista y Manuel Ubaldo Gómez Moya y una pequeña calle en su honor que no evoca su recuerdo pues  han modificado su identidad sin que ningún ayuntamiento enmiende tan  descomunal falta. En archivos públicos no hay una foto suya. La que ilustra este reportaje pertenece al de Vetilio Alfau Durán.

Para algunos ha sido simplemente el “pintoresco, excéntrico” padre Moya. El propio Despradel, que lo engrandece, considera que fue una personalidad “original y compleja, digna de un análisis psicológico detenido y profundo”.

Al margen de consideraciones en torno a este espíritu “violento, pasional, inquieto”, justo es reconocer que el presbítero Dionisio Valerio de Moya y Portes se entregó a su feligresía y a su Iglesia y defendió con dignidad a la República.

Construyó el primer aserradero, el más grande cementerio que en su tiempo tuvo La Vega y un templo católico que a juicio del historiador norteamericano Samuel Hazard “era demasiado grande para un pueblo tan pequeño”. Prácticamente se había anticipado a La Vega, dice, construyéndole una inmensa catedral.

Se integró a las tropas dominicanas en Jácuba y Sabana Larga hasta Dajabón y por el Sur hasta Las Matas de Farfán como capellán que prestaba ayuda espiritual a los soldados moribundos. Escribió que fue el único sacerdote que asumió este compromiso. Estuvo preso en La Torre del Homenaje.

Fue Dionisio Valerio de Moya Portes quien incrementó el culto a la Virgen de las Mercedes e introdujo la práctica de visitar el Santo Cerro. Manuel Ubaldo Gómez Moya cuenta que en uno de sus viajes a Venezuela, donde recibió Órdenes Sagradas, estuvo a punto de naufragar “y ofreció una promesa a la Virgen de decir una misa todos los sábados en el Santo Cerro y de ahí la costumbre de ir el cura de La Vega ese día de la semana”.

En octubre de 1853 colocó la primera piedra a la iglesia de La Vega y un año después edificó el antiguo cementerio. Restauró por completo el templo del Santo Cerro e hizo fabricar una ermita en Jarabacoa “que fue el origen de la fundación del pueblo”, anota Gómez Moya.

“Era  de un dinamismo extraordinario pues siendo cura de la Catedral y del pueblo de San Carlos estableció unos cortes de madera por Las Nazas, jurisdicción de la entonces común de San Carlos. Al ir definitivamente para La Vega tuvo cortes de madera por las costas de Puerto Plata, lo mismo que en las cercanías de La Vega, y para la fábrica de la iglesia de su curato puso un tejar cerca de la ciudad y hornos para quemar cal en las inmediaciones del Santo Cerro”, consigna Manuel Ubaldo Gómez.

Agrega que en sociedad con su hermano Casimiro de Moya estableció una máquina de aserrar maderas, la primera de vapor que hubo en la República, con la ayuda técnica del ingeniero americano Arthur Lancaster, que luego sería restaurador. “Solamente un hombre como aquel podía acometer la empresa de traer por el puerto de Montecristi, y desde allí arrastrar en carretones tirados por bueyes, las enormes piezas de la máquina hasta montarlas a orillas del Camú, en las alturas de El Coco, en la parte suroeste de la ciudad”, narra Gómez. Despradel Batista hace una relación de sus terrenos y otros bienes.

Este “ministro del Señor, soldado de la Patria, heraldo del progreso”, como lo describe  Despradel, no permitía “que la estrecha disciplina de su hábito ahogara inútilmente la robusta expresión de su virilidad a toda prueba.  Su vida no podía limitarse a servirle santa, callada y humildemente al Señor y así, en nuestras guerras de Independencia fue soldado heroico en Talanquera y después de instalarse la República abrazó su bandera política y militó por ella como un hombre real y completo, con sus momentos felices de luz y sus horas tristes de penumbra”.

“Su desgracia”.  “Para su desgracia y la de su familia tomó parte en la política contribuyendo con su prestigio a la revolución del 7 de Julio de 1857”, escribió Manuel Ubaldo Gómez. Despradel acota que puso todas sus influencias al servicio de esta revuelta. “La política lo absorbía y al ser considerado enemigo político de Buenaventura Báez, el padre Moya, al volver este caudillo a escalar la primera magistratura del Estado se vio precisado a tomar el camino del exilio el 31 de enero de 1868”.

Se embarcó para Venezuela en la goleta. “Dos Hermanas” y el cinco de febrero de 1868 murió víctima de una terrible epidemia de cólera… “El mar le sirvió de tumba”.

Dionisio Valerio nació en La Vega el 30 de enero de 1825, hijo de Cristóbal José de Moya y Juana Carlota de Portes, influyente y rico matrimonio de la región. Hizo sus estudios en Santo Domingo bajo la dirección de su pariente Tomás de Portes Infante y tuvo entre sus maestros al presbítero Gaspar Hernández.

 Culminó la carrera eclesiástica en Caracas y ofició su primera misa en la Catedral Primada. Estuvo ininterrumpidamente, desde 1853 hasta 1857, como párroco y Vicario foráneo de La Vega a la que retornó en 1858 después de haber estado interino en San Antonio de Guerra.

José Joaquín Pérez escribió a su trágico deceso: “¡Horror… un cadáver flotando en las olas! / Satánico signo de inicua expiación / ¡Oh, sátrapa, tiembla!,  el mártir que inmolas / llevaba en la frente, de Cristo la unción”. 

Info

Grave error

El rótulo de la calle que honra la memoria del insigne sacerdote dice: “Dionicio Valera de Moya” cuando el nombre correcto es Dionisio Valerio de Moya Portes.

No fue posible localizar la resolución del Ayuntamiento que designa esta vía del Mirador Norte. Es probable que la denominación date de los años 70. Nace en la avenida Núñez de Cáceres y termina en la Camila Henríquez Ureña.

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