CALLES Y AVENIDAS
El Conde: ni sombra del pasado

<STRONG>CALLES Y AVENIDAS<BR></STRONG>El Conde: ni sombra del pasado

Por Ángela Peña
a.pena@hoy.com.do 
El Conde no es ni sombra de otros tiempos. Elegancia, esplendor, brillo, compostura, clase, distinción, pulcritud, son sólo un recuerdo de esa vía que fue el foco de todas las actividades trascendentes de la vida dominicana.

 Los edificios emblemáticos están ahí, pero deshechos, sucios, con ventanales de cristales rotos y espacios abiertos que tuvieron puertas en maderas preciosas artísticamente labradas. Al “Copello”, histórica obra que fue casa del Gobierno Constitucionalista del coronel Caamaño, le chorrea el óxido de los hierros de los aires acondicionados que ya no existen y le adornan retazos de tela desteñidos cubriendo persianas desvencijadas que también tapan pedazos de cartones y madera o viejas cintas adhesivas en cruces, al igual que ocurre con el antiguo local donde estuvo la tienda “El Palacio” y hoy está “Blumin’s”

 El que fue hogar del 14 de Junio tiene un balcón desfondado. El edificio “Olalla” no tiene puertas en su segundo piso donde las yerbas y enredaderas crecen silvestres. Muchos cables del tendido eléctrico son una maraña.

 El Conde parte arriba es símbolo de olvido, descuido, deterioro, indiferencia, mugre, impureza, desaliño, desdén, abandono total.

 Parte abajo hay fritangas, buhoneros que ocupan casi el centro en vez de limitarse a las aceras, vehículos que se estacionan pese a la condición peatonal de El Conde.

 Es refugio de buscones, vendedores que acosan con mercancías variadas, homosexuales, traficantes de sexo, “sankipanquis”, vagos, alcohólicos, dementes, mendigos, perros realengos que duermen, descansan o caminan al ritmo de turistas que se  asombran al verlos.

 Allí el rubio extranjero persigue a la mulata cadenciosa y los guías improvisan historiadas dudosas de monumentos y ruinas. Abundan fotógrafos: “¿Una foto, señora?”

 El mal olor de las alcantarillas se confunde en algunos tramos  con el de la orina de los locos que tienen en El Conde morada permanente, y niñas tiernas entrenadas para el oportunismo por mafias de adultos vividores caminan del brazo de ancianos desvanecidos que pagan en dólares su virilidad perdida.

 El desenfado, el ajuste en el vestir impera en las mujeres, aunque la indumentaria es surtida, desde “blue jeans” a pantaloncitos cortos y pronunciados escotes. Los hombres van en tenis, chancletas, “calisos”, sandalias, mocasines, guayabera, bermudas o franela. También pantalón largo, pero todo casual.

 Ya El Conde no es el de ayer cuando la dama sacaba del armario su ropa dominguera y el hombre su saco y su corbata de gala para recorrerlo o detenerse en sus esquinas.

 Coqueros, tricicleros con latas de maíz hervido, gigoloes, pasan lentos o raudos por la “bomba ladrona” que impulsa el agua a las pocas viviendas, algunas deterioradas, de los pisos altos.

 Los inconscientes lanzan basura al piso a pesar de los zafacones del Ayuntamiento y muchos caminan “broncos” temiendo un atraco, aunque hay policías turísticos en todas las esquinas.

 El piropero de ahora es más grosero y además, persigue con su retahíla de palabras indecentes a la muchacha que no anda “en búsqueda”. Porque no todo el que transita por El Conde es charlatán, prostituta, alcahuete, ladrón, cundango, holgazán.

Pero tiene un imán…  Sin embargo, pese a la declinación existente comparada con su momento de esplendor, El Conde sigue siendo para muchos un encanto irresistible. Saborear un café en las afueras del “Bar Colón”, en un taburete de la barra de “La Cafetera”, en la galería del hotel “Mercure”, en “Paco’s”, es costumbre de muchos capitaleños que aunque extrañan “La Ópera” hacen sus compras en “La Despensa” o siguen prefiriendo vestirse de “Flomar”, “Ciro’s”, “Sederías”, calzarse en “Los Muchachos”, “Los Arcos”, “Rothen”, ejercitarse con los equipos de “El Molino Deportivo”, comprar mercerías a las  Siragusa o preparar en “Bebelandia” la canastilla del recién nacido, como muchos feligreses, aunque dispersados por Naco, Gascue, Arroyo Hondo o Piantini, prefieren oír misa en la Primada. Porque aún quedan en El Conde muchas de sus tiendas tradicionales y la Catedral Metropolitana es un símbolo que no dejan de admirar viajeros de otras tierras.

 Escritores, poetas, historiadores, pintores, músicos, cantantes, no olvidan El Conde y son asiduos caminantes y compradores de sus regueras de libros de segunda mano o conteturulios de sus peñas cotidianas.

 Un imán los atrae y quieren ese Conde como está, decadente, sin lustre ni gloria, sin protestas ni marchas, ni héroes. Allí no hay lucha por la Patria, sino por la sobrevivencia. El Conde actual es un reflejo de la sociedad de hoy.

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