POR ÁNGELA PEÑA
a.pena@hoy.com.do
Pocos periodistas de su generación exhibieron tan ejemplares valor y atrevimiento para la denuncia de corrupción, los excesos y arbitrariedades, las injusticias y el autoritarismo de los gobiernos.
Tampoco fue pusilánime a la hora de descubrir perversión e imperfecciones de honorables caballeros a los que la sociedad había convertido en héroes. A estos méritos agregaba la virtud del brillante manejo del lenguaje.
La historia, sin embargo, ha sido injusta con Miguel Ángel Garrido, el comunicador que con su pluma destiladora de fuego e indignación decía lo que los demás callaban, por lo que fue perseguido, encarcelado y más de una vez desterrado.
Enfrentó con intensidad la dictadura de Ulises Heureaux (Lilís) y combatió vehemente la Convención de 1907 que permitía a los Estados Unidos el control de las aduanas y la intervención su conveniencia en los recursos del Estado dominicano.
Una de sus cláusulas fue excusa para la ocupación militar de 1916.
Las biografías del escritor elegante y rotundo son escasas. Es más frecuente leer los elogios de la crítica a su libo Siluetas, del que se han hecho repetidas ediciones.
También son pocos los homenajes al ardiente opositor de la tiranía lilisista. Una calle del sector Los Prados lleva su nombre.
Periodista combativo
En un artículo lamentando su muerte, Federico Henríquez y Carvajal afirmó que por sobre todas sus demás facetas, la prensa fue su campo, el periodismo su medio de acción En él se destacó el periodista batallador, tesonero, que arrojó con certera mano el dardo castigador del apóstrofe al descarado rostro de transgresores, versátiles o tiranos.
Agregó que Garrido justiciero a veces, inflamable siempre, se aislaba para flagelar con el verbo de sus iras patrióticas, para poner su pensamiento al servicio incondicional de la causa augusta del deber y del derecho
Se refugió en las aulas como profesor de letras y de ciencias sociales sin desertar, por eso, sin abandonar siquiera, ni un solo día, la candente arena del periodismo militante.
Todavía, sin flagelar en la ruda brega de la controversia de la prensa periodística, hacía acto de presencia cada vez que algún tópico trascendental dividía las opiniones o contrarios intereses y solicitaba de él desinteresado concurso, enfatizó Henríquez.
Lo definió como paladín del periodismo nacional, atleta de la prensa que mantuvo las páginas de diarios y revistas como curul, tribuna, cátedra, siempre en aras de la Patria.
Sus libros, sus periódicos y pluma formaban parte de su ser, en ellos apacentaba su corazón y su cerebro
Al morir Garrido, Federico García Godoy escribió que espíritus de esa clase van siendo cada vez más raros. La envenenada atmósfera del autoritarismo en que vivimos los asfixia prontamente.
Son bellos productos de una flora rezagada que se extingue con rapidez. Recordó que entre su corto grupo de amigos íntimos solía repetir, bajo un laurel de la Plaza Colón: Yo no seré jamás amigo de ningún gobierno que fusile.
Lo describió forjado para el combate recio, inflexible, fogoso e inquieto, templado por su ardiente amor a la justicia y por cierta magnanimidad ingénita que dulcifica un tanto la acerbidad a veces extremada de sus apreciaciones.
El protagonista
Miguel Ángel
Cargo
Nació en Azua el 14 de mayo de 1866
Hijo de Antonio Garrido y de Isabel Aybar.
Ejerció el magisterio desde la adolescencia. Fue profesor del colegio San Luis Gonzaga, el Colegio Central y la Escuela Normal.
Además de reportero fue jefe de redacción del Listín Diario y dirigió La Cuna de América y la Revista Ilustrada, las más importantes de su época. Escribía también en El Teléfono y junto a Leonte Vásquez fundó El Imparcial. Colaboró con Letras y Ciencias.
Presidente de la sección literaria del Ateneo Dominicano, no sólo libró campañas vibrantes con las letras. Vetilio Alfau Durán reproduce una nota del Listín de 1902 que anuncia: Entre los muchos capitaleños que salieron de aquí para ir a engrosar las filas de la revolución en el Este, hemos saludado ayer a Miguel A.
Garrido
El distinguido cronista es quien ha acumulado la mayor cantidad de datos biográficos del enérgico soldado de la palabra: el ostracismo en Venezuela, encarcelamientos, inclinaciones políticas y cargos públicos, familiares, los reiterados comentarios favorables a Siluetas. En la Antología de la Literatura Dominicana, de la colección Trujillo, hay notas de su vida y su obra.
Garrido ocupó poco tiempo la función de Administrador de Hacienda. Casó en 1889 con Elisa M. Cestero De Castro. No hay noticias de descendencia. Publicó, además de Siluetas, Discurso (en la toma de posesión de presidente de la Sociedad Hijos del Pueblo) y dejó inédito Bustos dureos.
Al morir Garrido, el 11 de mayo de 1908, en Santo Domingo, Gastón Deligne dedicó a su memoria Cineraria: Ya su valiente voz no clamorea/ contra lo injusto, con clamor acerbo, / cual relámpago ardiente de la idea/ como trueno del verbo.
Se han cerrado sus ojos, esos ojos/ de acerada firmeza centelleante; / en que vibran un fulgor de enojos/ y una blanda expresión acariciante./ Fidelísimo espejo/ donde, impregnando el alma su reflejo, / estampaba la viva semejanza/ de los que fueron sus más altos dones:/ ¡Fortaleza y Templaza!…! La calle Miguel Ángel Garrido nace en la Max Henríquez Ureña y termina en la Arístides García Gómez, en Los Prados.
Polemista ardoroso
Mariano Lebrón Saviñón y Joaquín Balaguer también destacan en breves líneas el quehacer periodístico de Miguel Ángel Garrido, fustigador de cuantos procedimientos atropellantes practicaron los mandatarios, de inteligencia vivaz, generoso, incapaz de felonía, de nobles arrestos cívicos, polemista ardoroso, adversario acérrimo de la tiranía que empleó la pluma como una máquina contra la dictadura, escribió el ex Presidente. Lebrón se refiere a las pinceladas fulgurantes y bocanadas de lava ardiente de Garrido en el que resume a un escritor elegante, pulcro, intransigente, responsable.
Analizando Siluetas, Balaguer apunta que en él, Garrido muestra el lado repulsivo y el lado atrayente de los hombres que mayor influencia han ejercido sobre la vida dominicana, los arranca del pedestal en que los colocó la imaginación, reduciéndolos a sus dimensiones naturales, revistiéndolos de condiciones menos legendarias y más humanas.
En el ejemplar, Garrido analiza las figuras de Luperón, Meriño, Francisco Gregorio Billini, José Gabriel García, Tomás Bobadilla, Manuel María Gautier, Galván, Santana, Ricardo Miura, entre otros calificados como maestros del oportunismo, servidores complacientes del hecho consumado.