Calles y avenidas
Honor  a Abelardo Rodríguez Urdaneta

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Como reconocimiento a la obra, acciones patrióticas, legado educativo y la figura excepcional  que fue Abelardo Rodríguez Urdaneta sólo hay noticias de la pequeña calle de Gascue y tres réplicas de su escultura “Caonabo” que probablemente aún se exhiban en Santiago, San Juan de la Maguana y la avenida Mirador Sur, de Santo Domingo. El paradero de “El Soldado Desconocido” que se encontraba en la avenida Abraham Lincoln y que retiró el Ayuntamiento del Distrito Nacional, es un misterio.

Pese a la calidad indiscutible de sus numerosas producciones pintadas, esculpidas, dibujadas, y de los innumerables retratos que dejó a la posteridad, la vía con su nombre fue un tributo tardío. El relevante artista falleció en 1933 y la denominación se produjo después de un cuarto de siglo.

La incansable labor que desempeñó en sus diferentes talleres y laboratorios donde también creó fórmulas y procedimientos técnicos, los cuadros imperecederos, los discípulos agradecidos no han consentido, sin embargo, que Abelardo y su obra se pierdan en el olvido. Las protestas de historiadores, periodistas, escritores, por la desaparición de su magistral “Uno de tantos” han demostrado la veneración latente hacia el magnífico cultor del arte y la belleza. Reconocidos intelectuales se han unido a la petición de su familia que reclaman el traslado de sus restos al Panteón Nacional.

El desacierto edilicio ha permitido, además, que se conozca una descendencia del notable maestro que había permanecido silenciosa. Para la mayoría, Abelardo sólo había tenido los cinco hijos de su matrimonio con Graciela Núñez, y resulta que tuvo otros tres fuera de esta unión.

Se creía, además, que todos habían fallecido en el extranjero pero su hija mayor, Elena, decidió venir a morir a su Patria. Ya octogenaria, la dama buscó a Olga, su sobrina, hija de Ángel Abelardo (Angélico) Rodríguez Batista, fruto de la unión de Rodríguez Urdaneta con Altagracia Batista Amiama. “Vino ya viejecita, mamá le buscó casa. Al cabo de unos años falleció y está enterrada aquí. También nos visitó Abelardito, pero regresó a París. Otro hijo, José, se radicó en Maryland”, cuenta Tulio Matos Rodríguez, hijo de Olga.

 Ambos saben de la vida del patriota que se enfrentó a los marines yanquis, por referencias de las tías de Olga pues ella apenas tenía dos años cuando el padre murió, y por la extensa biografía que publicó Belkiss Adrover de Cibrán, hija de Frank Adrover Mercadal, que compartió con Abelardo “su arte y su inteligencia. En sus laboratorios jugaban con la fotoquímica y la mecánica, con los baños, la sensibilidad del papel fotográfico y un sinnúmero de procesos más”.

“Mis tías y mamá me contaban que era muy enamorado y gustaba mucho, tenía como un encanto para las mujeres. Me hablaban de cómo cotizaba sus fotografías y que siempre andaba limpio, perfumado, le gustaba arreglarse. Que tenía una cicatriz que le hizo un esposo celoso”, manifiesta Olga.

El libro de Belkiss dice que era acicalado y que Graciela fue una gran sufrida que “soportó por años su triste destino”. Describe a Abelardo con ojos expresivos, boca sensual, cabeza preciosa, se dejaba caer sobre la frente un rizo que lo hacía muy interesante. Alto, elegante, vestía muy bien y le gustaba perfumarse y empolvarse. “Un morenito le llevaba la comida al estudio”.

Los hijos, agrega, le decían “Papacito” y, aunque no fue amoroso con la fiel esposa, desbordaba en ellos todo su cariño. Sufrió la muerte de su primer hijo, Abelardito, fallecido en un accidente a los cuatro años, “jugando con un palo. El golpe se convirtió en tumor cuando la cirugía estaba en pañales”. Luego les nacieron Elena, Rafael, Abelardito (segundo) y José, contemporáneo de Angélico.

Con una artista cubano-española tuvo a Eloisa y Enrique, según sus investigaciones. Estos fueron “amores temerarios. De la arriesgada aventura le quedó el recuerdo imborrable de una cicatriz en el rostro”, relató Adrover de Cibrán. Su otro gran amor, añade, fue una española aragonesa, primera tiple cómica de la Compañía de Adelina Vehí. A ella le dedicó “Retrato de española” y “Es el amor que llega”.

“El matrimonio de Graciela con Abelardo fue más bien un pacto familiar. Ella lo amaba, pero él no le correspondía por igual. Por aquellos tiempos el padre de ella era Jefe del Estado Mayor del Presidente Ulises Heureaux”, consigna. Él, agrega, “sí quería a sus hijos. Para las fiestas de Reyes Magos personalmente les adornaba la casa y les llevaba preciosos juguetes”. Refiere que el incidente doloroso de Abelardito (el primero) “atrajo de nuevo a Abelardo al lado de Graciela, pero por muy poco tiempo”. Nunca se divorció, “pero fue una mujer muy sufrida, soportó callada, por años, su triste destino”.

Abelardo vivió en diferentes sitios de la Ciudad Colonial, cuenta Olga cuyo padre, también artista, casó cuatro veces y procreó tres hijos. La madre de Olga era Flérida Otero.

La calle

Resultó imposible localizar boletines del Ayuntamiento correspondientes al periodo 1959-1962 cuando posiblemente se designó “Rodríguez Urdaneta” la parte de la calle “Benigno Filomeno Rojas”, que se inicia en la “Estrella Sahdalᔠy termina en la Mahatma Gandhi. En mapas de la ciudad correspondientes a 1958 todavía no figura esa denominación.  Pero residentes del sector afirman que ya en 1963 llevaba este nombre.

Su datos

Abelardo era “enamoradizo y bohemio”, alto, esbelto, robusto, de cuello fuerte, rostro ovalado, ojos oscuros y expresivos, frente amplia, nariz perfilada, boca de labios carnosos y elocuentes, sedoso y abundante bigote, negra, rizada y abundante cabellera. Nunca salía a la calle sin llevar la americana puesta, testimonia Belkiss Adrover. Salía en coche por las noches.

Nació en Santo Domingo el 23 de julio de 1870, hijo no reconocido del médico banilejo Manuel Guerrero Peña (Papá Lao) e Isabel Rodríguez Urdaneta, de origen venezolano. Asistió a la Escuela Preparatoria que dirigían Francisco Henríquez y Carvajal y Pantaleón Castillo, mas dijo adiós y se adentró en la música, el dibujo, la fotografía y finalmente la escultura. “Desde la infancia mostró vocación artística. El violín suspiraba a mares bajo su arco que parecía de seda”, se escribió a su muerte.

Fue director de la Academia de Dibujo y Pintura, “el más representativo de su época, maestro de generaciones”, escribió Jeannette Miller.

Su obra es admirablemente abundante, exquisita, imponderable. Abelardo vivió para el trabajo aunque casó a los 22 años. Murió el 11 de enero de 1933. La “Necrología Ilustre” que publicó la Academia Dominicana de la Historia concluye: “No tuvo maestros ni visitó los países consagrados por los genios del arte… En un medio de alta cultura artística habría llegado a ser un virtuoso maestro”.

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