Calles y avenidas
María de Lourdes Roques M.

<STRONG>Calles y avenidas<BR></STRONG>María de Lourdes Roques M.

María de Lourdes Roques Martínez, alta, espigada, elegante, erguida, fue una gran profesora de lengua española que enseñaba con gracia didáctica la correcta conjugación de los verbos y exponía, elocuente y vigorosa, originales técnicas para dominio de la redacción, el logro de una clara y hermosa ortografía. También impartía matemáticas.

Es una de las tres “Hermanas Roques Martínez” honradas en una calle de “El Millón”. Dirigió el colegio Santa Teresita desde 1934 hasta 1965, cuando sufrió el primero de varios ataques cardíacos, al encontrar la sede de la institución ocupada por las tropas yanquis que invadieron el país durante la guerra de abril.

El centro educativo estaba entonces en la avenida Bolívar esquina Pedro A. Lluberes y la abnegada maestra, que ya había repudiado ardorosamente a los intrusos marines de 1916, lloró al ver sus álbumes fotográficos deshojados, documentos esparcidos por el suelo, pupitres amontonados. “Sufrió mucho”, confiesa Atala, su  hija, que tampoco puede contener las lágrimas al evocar ese momento amargo.

Revolucionaria, firme, auténtica, justa, imponente pero amorosa y tierna, la “tía Lourdes” o “Lulita” rechazó con folclórico nacionalismo una lata de jamón que le ofrecían los invasores. Sosteniendo un racimo de frondosos plátanos, los despreció con patético disgusto: “Yo no pruebo nada de eso, esto es lo que como, no necesito comida de ustedes”.

De tía Lourdes, elegante dama en la que eran invariables aretes y collares de perlas, no sólo habla conmovida su hija Atala Santoni de Incháustegui. También sus nietas Cristina, Amalia y Victoria y sus sobrinos José Ricardo, María Cecilia, Martha Amalia, Lourdes, Cristina, Carmen, Rosalía y Martha Rosalía.

Al unísono recitan completo el Juramento a la Bandera que era  exclusivo del Santa Teresita, porque ese detalle que cada viernes impregnaba Lourdes Roques a la ceremonia, concluía en un mar de lágrimas que iniciaba la propia maestra enternecida: “¡Escolares, mirad: ésta es nuestra Bandera, la gloriosa enseña de la Patria”, inician espontáneos  la extensa composición que concluye: “¡Alumnos del patriótico colegio Santa Teresita: Vamos a jurarla con el corazón henchido de gratitud, amor, fe y esperanza por el glorioso porvenir de la República. ¡Prometéis conmigo adhesión y fidelidad a la bandera dominicana! ¡Prometéis conmigo vivir bajo su sombra y morir por ella si necesario fuese, como todo buen dominicano!” Era impresionante, muy solemne, afirman.

Lourdes modificó el Juramento  cuando declararon a Trujillo “Padre de la Patria Nueva”. Para no mencionar al tirano, prefirió eliminar los nombres de los auténticos patricios pues había que vivarlos al final junto al sonoro apellido del sátrapa. Lloró, significan, cuando al llamado “Jefe” le confirieron ese título.

El Santa Teresita tenía también su propio himno, escrito por Carmen Natalia Martínez, con música de José de Jesús Ravelo: “Cuando el sol alza su disco luminoso/ y se agita allá en lo alto la bandera/ vamos todos rebozantes de alegría/ hacia el templo milagroso de la escuela”, dice la primera estrofa.

“Hay que envarillarse”.  Fue cómplice de las tramas antitrujillistas de su hermana Minetta y era tan sensible, humana y “terrorista” como  la osada luchadora política. Tuvo igualmente hijos “adoptados” que protegía, defendía y ocultaba en escondites increíbles. Pero “Lulita” era la coqueta, aunque también defendió con pasión los derechos femeninos e inculcó en sus alumnos la búsqueda incansable de ser libres.  “Siempre vistió con trajes oscuros, tacos altos, medias, y así estuvo todos los días al frente del colegio”, cuentan. Sin embargo, no era frívola.

Nació el 20 de abril de 1900, hija de Eurípides Félix Roques Pérez y Josefa Cristina Martínez Aybar. Pasó parte de su infancia entre Santo Domingo, Cuba y Saint Thomas debido a las frecuentes expulsiones de su padre por razones políticas. Bachiller en filosofía y letras, se graduó Maestra Normal de Segunda Enseñanza en el Instituto Salomé Ureña.  Aprendió el inglés por su cuenta, y era, de las tres, “la más culta”. Casó en 1938 con Pascual Santoni Koch, padre de Atala.

Le atacaron un cáncer de senos y otros tres derrames y debió usar bastón “que convirtió en un instrumento de coquetería. Decía: ‘las mujeres deben envarillarse,  si otras se visten de negro, vístanse ustedes de blanco, si visten de corto, vístanse de largo. Cuando una llega a un salón tiene que saberse que entró una mujer”. 

Las enfermedades no la vencieron

Murió ya ancianita el 23 de febrero de 1990. Como vivió junto a su hija, las nietas tienen grabados detalles de la abuela exquisita que convocó a concurso para crear escudo, filosofía y lema del colegio. Iván Howellemont Roques ganó el del lema, que es “TEA”: trabaja, estudia, ama, lo cual resultó “muy raro porque a la familia no nos dejaba ganar, nos quitaba los méritos”, reaccionan.

 Evocan sus frases repetidas, como “El tono hace la canción”. Cristina, la nieta, no olvida “la manera personal como me enseñó a valorarme, a quererme a mí misma, a no hablar con desprecio de nadie. Siempre estaba alegre, cantaba hasta en su lecho de enferma y reía a carcajadas”. 

“Se sentaba con formalidad, limpiaba silla y mesa antes de acomodarse, ordenaba los mantelitos. Insistía: “Siéntate derecha, no cruces las piernas, di por favor, di gracias”. Y en sus últimos tres meses de vida encargaba a todos: “Cuando muera, no me entierren sin mis aretes y mi collar de perlas blancas”.

Aclaración

Pedimos disculpas a los lectores y a los familiares de la profesora Flor  Itha Roques Martínez porque en la semblanza sobre ella publicada el pasado domingo, se repitieron varios párrafos. Por suerte, no se alteró el texto original.

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