Calles y avenidas
Octavio del Pozo, médico pionero

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“Tenía la costumbre de sentarse en un banco del parque Colón. Ya no conocía a nadie. Desorientado en tiempo y espacio, alguno que otro lazarillo lo llevaba y traía a su casa…”

El psiquiatra Antonio Zaglul recoge este triste final de Octavio del Pozo,  eminente médico, científico y maestro dominicano, especializado en París en medicina y cirugía después de graduarse  en la Universidad de Santo Domingo.

Fue difícil construir su biografía a pesar de que dirigió el Hospital Militar, fundó el Instituto de Anatomía, creó las cátedras clínicas, transformó la medicina y la docencia universitaria en una época en que el propio Zaglul afirma que estaban “fosilizadas”.

Quizá sus tétricos últimos años de vida, el hecho de que no dejara descendencia y nunca se casara lo condenaron al olvido. Repararon en él cuando murió, el 10 de mayo de 1948. La prensa destacó sus méritos, y médicos y profesores le acompañaron a la morada final. Pero nunca más se mencionó a este visionario revolucionario de la ciencia, hasta 1976 cuando se designó una calle de Naco con su nombre.

Rafael Cantisano Arias le dedica un capítulo en “Santiago y sus servicios médicos” refiriendo las consultas que ofreció, enfermedades tratadas y la breve residencia en esa ciudad donde participó en operaciones y partos, se integró a la Cruz Roja, analizó enfermedades de las vías urinarias. También estuvo en Puerto Plata, Barahona y otros pueblos.

Moscoso Puello cita algunas de sus primacías y destrezas al igual que los “Anales de la Universidad de Santo Domingo” y periódicos de su tiempo que revelan descubrimientos y actuaciones de su ejercicio, como Listín Diario del 5 de mayo de 1909, que anunció el primer diagnóstico de hematozoario de Laveran (plasmodium o parásito que produce el paludismo, descubierto por Charles Laveran). Dice que Del Pozo fue el primero en diagnosticarlo en Santo Domingo. Este hecho originó polémicas.

Pero fue Antonio Zaglul en su “Galería de Médicos Dominicanos” quien describió la personalidad del médico y escribió sobre él las líneas más conmovedoras. Anota que su enfermedad mental lo llevó a destruir parte de su obra escrita. “Hombre respetado por su capacidad y su moral, se granjeó una gran clientela y al éxito científico se le sumó el económico”.

Añade que ya pasada la cincuentena comenzó a presentar trastornos en su conducta. “El síntoma más importante era la megalomanía o delirio de grandeza. Se consideraba el mejor médico dominicano de todos los tiempos”, señala, y expresa que a esta condición se agregaban otros síntomas. “Su mente se perdía en las nieblas de la locura”.

Diagnosticaron una parálisis cerebral “o sea, una sífilis del cerebro. De ello no puede haber certeza. Fuere la enfermedad que fuera, don Octavio murió loco y pobre, pobre por su misma enfermedad que lo llevó a soñar más allá de sus límites y el sueño se convirtió en delirio”.

La clínica inconclusa.  Para  1910, el doctor Octavio del Pozo y Vicioso adquirió  casas y  solares y levantó una clínica célebre, con planos del arquitecto británico Nechodoma, según unos apuntes del doctor Horacio Read, quien consignaba: “ahí está inconclusa”. Es por lo más que lo recordaban sus contemporáneos. Está al comenzar la “Isabel la Católica”, donde estuvo  provisionalmente el Correo antes de ser llevado al Centro de los Héroes. “Esta fue la cristalización de la megalomanía de un genial enfermo mental”, manifiesta Zaglul, quien consideraba que en comparación con muchas nuevas, esta no se quedaba atrás, lo cual es comprobable aún.

Era de gran envergadura, “sobrepasaba la normalidad. Muchos de sus colegas que se habían enemistado con él por su actitud prepotente en el conocimiento médico, lo buscaron de nuevo con el fin de ayudarlo”. No aceptó.

Todos sus ahorros se iban “en un tonel sin fondo sin vislumbrar el final de su obra soñada. Aumentó sus horas de trabajo y todo seguía igual. Su monstruo tragaba más y más”. Enloqueció y murió y no supo de sí ni de su clínica. La edificación estuvo abandonada durante años, hoy está aparentemente habitada. En un tiempo se rumoró que la había adquirido una adinerada familia licorera.

Del Pozo.  Al margen de sus condiciones psíquicas, Octavio del Pozo fue un profesional capaz, emprendedor, actualizado, estudioso, honesto. En el Directorio Médico Dominicano compilado por Luis F. Thomén se ponen de manifiesto estas cualidades de quien en 1916 se pronunció contra la Ocupación Militar Norteamericana.

Nació en Santo Domingo en 1868, hijo de Luis Del Pozo y María de la Cruz Vicioso. Graduado en el Instituto Profesional de Santo Domingo, en 1891, en el que fue profesor, fue el primer dominicano en impartir “lecciones prácticas”. Su tesis doctoral la escribió sobre “La gota”. Fue respetado por su capacidad y moral.

Ejerció en París, donde fue miembro de mérito de la Sociedad de Higiene Francesa, fue presidente del Juro Médico Dominicano, rector de la Universidad de Santo Domingo, presidente de la Junta Superior de Sanidad, vicepresidente de la Cruz Roja y gran colaborador contra la peste de Cuba. “Se asegura que durante el rectorado de Octavio Del Pozo, la Universidad avanzó en su desarrollo académico”, destaca Thomén.

El prominente facultativo falleció a los 79 años de edad. Su cadáver fue expuesto en la capilla de Los Remedios, de donde el cortejo fúnebre partió hacia la Catedral. El doctor Hostos Fidel Fernández Naranjo pronunció el panegírico y el doctor Gilberto Gómez Rodríguez habló a nombre de la Facultad de Medicina. “Amó la medicina por sobre todas las cosas y a ella consagró su vida. Derramó la salud y el bien a manos llenas”, dijo  Fernández. La única foto localizada de Del Pozo es la que ilustró su necrológica.Apenas se aprecian sus rasgos físicos.

La calle

El Ayuntamiento  del Distrito Nacional consideró que Octavio Del Pozo “está asociado de modo entrañable” a quienes dejaron huellas en el campo de la medicina dominicana y que era su deber recoger “el clamor de las grandes virtudes” que le rodearon, por lo que el siete de enero de 1976 designó con su nombre la antigua “calle 6”, del ensanche Naco, “que nace en la avenida Tiradentes y se extiende al Este hasta la calle Alberto Larancuent”.

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