Porque el profesor Ramón Fidel Yáñez González, a quien reconoce una calle del barrio Mirador Norte, no tuvo descendencia con su leal esposa Mercedes Navarro, la querida Chela que fue también maestra, y a todos los muchachos que pasaron por las aulas de aquel recinto del saber los acogió también en su casa para seguir educándolos desde el hogar como continuación de lo enseñado en la escuela.
Gracias a Dios, estos discípulos pudieron tributarle en vida la gratitud al maestro pues, apenas nueve meses después del homenaje, cerró sus ojos para siempre aunque no estaba enfermo ni mostraba señales de debilidad, al contrario, lucía eufórico recibiendo galardones, condecoraciones, flores, versos, un 7 de marzo de 1965 en el Conservatorio Nacional de Música.
Uno de sus exestudiantes era entonces miembro de un triunvirato que gobernaba la República: Ramón Cáceres Troncoso, quien le impuso la Orden de Duarte, Sánchez y Mella y habló en nombre de sus compañeros.
Esa figura delgada, de afable y sereno semblante que era Yáñez, dedicó su vida al magisterio. El medio siglo de docencia solo fue interrumpido cuando Trujillo quiso reprimir sus métodos de educación para la libertad y la justicia que impartía en la Escuela de Varones o que predicaba como auxiliar de la secretaría de la Escuela Normal.
Tras un breve periodo inactivo se integró al Colegio Santo Tomás de Aquino en el que formó generaciones de jóvenes modelos. A la hora de su muerte era profesor y subdirector.
Los datos biográficos sobre el insigne educador son escasos, quizá por la ausencia de prole. Lo que más habla de él es la conducta de aquellos que recibieron de él las bases firmes para su futuro desarrollo.
Yáñez nació en Santo Domingo el 28 de marzo de 1895.
Un compañero más. En su discurso, Cáceres destacó la educación cristiana, el consejo orientador, la dirección espiritual y la práctica deportiva en la que su mentor se confundía con sus alumnos como un compañero más.
Se van alejando de nosotros aquellos días felices de nuestra infancia, pero su recuerdo se mantiene vivo en nuestra memoria, y a medida que vamos ganando edad y que los años pasan, mayor capacidad de apreciación y de experiencia tenemos, y más grandes se nos hacen nuestros viejos maestros, entre los cuales el señor Yáñez ocupa el lugar preferente, agregó el entonces triunviro.
Fue un discurso emotivo en el que además hizo referencia al plantel, sus aulas y su fundador y director, Parmenio Troncoso de la Concha, ejemplo también de educador, y de tan venerada memoria para los dominicanos.
Añadió que al conceder la más alta distinción que otorga la República a aquellos ciudadanos que se han distinguido por sus servicios eminentes, el Gobierno no solo reconoce ese amor que despiertan los grandes educadores en sus discípulos, sino vuestra vida ejemplar de maestro, de formador de conciencia, de orientador de juventudes.
José Vendrell Vicioso dijo el discurso de apertura en ese memorable tributo que se inició con una misa en el Convento de los Dominicos por la salud y ventura personal del amado maestro. Expresó que Yáñez era digno de gratitud nacional, y lo llamó apóstol del saber, resaltando su carácter enderezado siempre hacia firmes ideales: el propio perfeccionamiento y la elevación de la Patria y la Humanidad. Es algo más que un carácter: es un carácter prototipo, un modelo de caracteres. Y estos son imperecederos.
Rogó a Yáñez para que siguiera derramando luz por doquier, capaz de convertir las noches tétricas del entendimiento en claros días solares para la familia dominicana.
Además de Cáceres y Vendrell estaban en el comité pro-homenaje Mariano E. Puello P., Tomás Troncoso, Marino Cámara, Juan J. García, César Pacheco, Federico Medrano Basilis, Manuel Fernández, José Oliva, Manuel Goico, Alberto Peña C., Manuel Valverde, Orlando Haza, Nelson Pellerano, M. Enrique Ubrí, Marino Piantini, Marino Puello, Androcles Cámpora y otros.
El 10 de diciembre de 1965, los mismos exalumnos junto a profesores y familiares se dieron cita en el cementerio y en la Catedral para dar el último adiós al maestro, fallecido en la madrugada.
La calle. El Ayuntamiento del Distrito Nacional consideró un deber rendir tributo de admiración al profesor Ramón Fidel Yáñez González, el cual se lanzó a la conquista de la perfección, con voluntad batalladora, para situarse en el bien ganado sitial de gran luchador por el refinamiento de la educación de toda personalidad humana.
También tomó en cuenta que este educador formó conciencia en el molde austero de las aulas, siendo fuente de protección con el ejemplo de su conducta y con sus prédicas idóneas, así como amado por aquellos que tuvieron la dicha de oír su verbo en los fulgores de la enseñanza, convirtiendo a sus alumnos en personas dignas de una sociedad que exige la solidez de hombres superados.
Por esa razón, el 7 de enero del año 1976 designó con su nombre la antigua Calle 8 Este, del barrio Mirador Norte, conocido también como Barrio Los Maestros.