Felices, muchos nos hacemos al día con la certeza de que lo que vendrá será extraordinario. Cambiar el curso de los días, perderse en el tiempo… jugar a que todo es perfecto. Nada como las vacaciones, aunque sean cortas, para reivindicar la vida.
Los destinos serán tan diversos como el individuo mismo. Algunos irán al encuentro del espíritu, mientras otros sólo buscarán el solaz por el solaz. De cualquier manera, antes de partir, toca sentarse a pensar en los múltiples mañanas que tenemos por delante. En honor a ellos, debemos ser todo lo prudentes que sea necesario. Que la diversión no dé al traste con lo más importante: nuestra propia existencia.
En los días por venir tendremos tentaciones por doquier. Los segundos serán eternos y se presentarán como una elegía que busca rendir culto a Baco, al frenesí y la desidia. Serán, si nos descuidamos, momentos perfectos para perdernos. Pero, ¿en realidad vale la pena? ¿Cuántas cosas, cuánto tiempo tenemos por delante? Que nada de eso se pierda en nombre de una tontería. Que no llegue, de la mano del exceso, lo irremediable.
Estos también son días perfectos para reflexionar. Da igual si estamos lejos o nos quedamos en casa. Unos instantes son suficientes para reparar en lo que podemos hacer para echar hacia adelante este pedazo de tierra que tanto nos duele.
Nunca será más propicio recordar a Jesús para ser como él. Resucitemos lo mejor de nosotros y pongamos lo que esté a nuestro alcance para mejorar la sociedad. De todos depende que mañana no sea igual que hoy. Empecemos por nosotros: tomémoslo con calma.