Calma

Calma

JOSÉ LOIS MALKUN
La resaca de los procesos electorales en nuestro país, siempre es difícil de superar.

Traen dolores de cabeza, a veces vómito y diarrea y no pocas veces violencia y muerte.

Y nada de eso vale la pena.

Los perdedores, cuando regatean, pierden en los votos y después pierden el poco apoyo que ganaron de sus propios simpatizantes.

O sea, se tiran a toda la opinión pública en contra. Pero la verdad es que a veces hay que regatear aún en contra de  esa corriente arrolladora llamada opinión pública.

Especialmente cuando la diferencia de votos es insignificante, como sucede en algunas provincias donde hay prácticamente un empate técnico.

Y eso la sociedad civil debe entenderlo y reconocerlo, porque las elecciones en este país están cargadas de irregularidades desde antes de emitir el voto.

Pero sobre esas irregularidades, que son vergonzosas y evidentes, nadie levanta voces de protesta ni emite comunicados.

Lo que es inaceptable es la amenaza de actos de violencia o el desconocimiento de las proclamas que realice la JCE.

Tampoco debe permitirse que ciertos candidatos y dirigentes políticos perturben el proceso declarándose triunfalistas antes de finalizar el conteo de votos y la revisión de cualquier irregularidad comprobada en las actas o en las urnas. Hay mecanismos para la revisión aún después de concluir los boletines de la Junta.

Pero lo  que hay que reconocer en nuestras siempre accidentadas elecciones, es el colosal fraude que se comete antes de emitir el voto.

Y esto es indiscutiblemente cierto con la compra de votos y el uso indiscriminado de los recursos públicos en las campañas que hacen todos los partidos en el poder.

Esta perversa y corruptiva práctica se ha convertido en algo generalmente aceptado por los ciudadanos donde de vez en cuando se oyen voces de protestas que nadie le pone atención.

Ciertos voceros importantes de la sociedad civil hacen críticas a la compra de votos, pero siempre alegan que todos los partidos la hacen, cuando en realidad el único que puede realmente comprar votos y gentes para cambiar los resultados de unas elecciones, es el Gobierno de turno, como de hecho ha sucedido en muchas ocasiones y sucedió ahora en forma avasallante. Con el cuento de que todos son culpablesde hacer lo mismo, el asunto queda siempre en el olvido.

Cambiar la ley electoral no implicará ningún progreso en esta materia mientras se sigan usando los recursos públicos, sin limitaciones ni restricciones, para comprar votos y financiar campañas de candidatos oficialistas.

Ahí está el reto para superar las agonías y sinsabores de los procesos electorales.

Eso es fraude y corrupción como cualquier otra.

Corrupción en grande, pero nadie dice nada.  Todos la aceptan como algo normal.

Mientras que ante un reclamo válido de revisión de actas o las protestas desesperadas de algunos candidatos perdedores, se levanta toda clase de críticas, reproches y comunicados. Hemos avanzado algo en los últimos años si lo comparamos con la época de gloria del Partido Reformista, cuando no sólo le regateó sino que le robó varias senadurías al PRD en las elecciones del 1978. Lo que hizo este partido en el 1994 fue histórico con el trastrueque de los listados de votantes y poca gente le dio crédito al PRD cuando se lanzó a denunciar el colosal fraude. Creemos que esas prácticas de fraude electoral se han superado, aunque quedan algunos remanentes y personajes que la siguen promoviendo.

 No obstante, queda pendiente por resolver la práctica más dañina y peligrosa de todas, que es el uso de los recursos públicos en las campañas, sobre lo que hay que legislar urgentemente. No habrá elecciones libres en este país hasta que no superemos esta desgracia histórica.

Si el PLD, con todo su nuevo poder, quiere demostrar que realmente tiene buenas intenciones en materia de reforma electoral y también en otros campos institucionales, entonces debe comenzar con una ley que penalice fuertemente el uso abusivo y corruptivo de los recursos públicos en las campañas políticas para promover a los candidatos oficialistas.

 Sin embargo, con ese ego inflado de triunfalismo y sus altas expectativas continuistas para las elecciones del 2008, es difícil suponer que se produzca algún cambio positivo en este u otros estamentos del Estado. Es el mismo escenario del 2002.

Los perredeistas, después de arrasar en las elecciones congresionales y municipales, hablaban de que las elecciones del 2004 serían un plebiscito para continuar en el poder. Era inconcebible suponer una derrota del PRD en el 2004. Pero ningún cambio institucional importante se produjo en esos dos años, y para ponerle la tapa al pomo estalla una crisis bancaria y se desmorona la disciplina interna del partido en el poder por el tema de la reelección.

Eso fue suficiente para enterrar todas esas expectativas.

¿Ahora cambiamos de país? ¿Cambiamos de gente? Nada de eso. Todo es una ilusión óptica producida por la pesadilla de un pasado reciente muy doloroso.

 Pero también de esas ilusiones temporales se alimentan las esperanzas de un futuro mejor, hasta que uno despierta de nuevo y se da cuenta que sigue metido en el mismo basurero político que tiene a este país jodido y sin expectativas.

Entonces todo vuelve a una situación de equilibrio crítico y las decepciones se renovan y sorprenden. La calma se impone en todos los órdenes.

Dejemos que los triunfadores disfruten sus logros, porque tienen ese derecho.Hay que darles sus oportunidades para ver lo que hacen y cómo lo  hacen, porque son muchas las medidas que se han pospuesto para después del 16 de mayo.

Pero dejemos que los partidos  que se sienten afectados hagan sus reclamos civilizadamente hasta que la JCE decida finalmente el resultado. Eso sí, nada de hacer líos ni alterar el cansado estado de ánimo de la gente, harta de tanta porquería electoral, porque ahí sí se pierde de verdad y para siempre.

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