Calumniar; un extraño modo de suicidio

Calumniar; un extraño modo de suicidio

“Nada hay tan veloz como la calumnia;

ninguna cosa más fácil de lanzar,

más fácil de aceptar, ni más rápida en extenderse.”

Cicerón

¿Alguna vez alguien te ha calumniado? ¿Han comentado algo de ti que te hace daño, aunque sea verdad? El dramaturgo y poeta William Shakespeare, el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal de todos los tiempos dijo que aunque las personas sean castas como el hielo y tan puros como la nieve, no escaparán a las calumnias.

Las sabidurías ancestrales han advertido acerca del poder que tienen las palabras. Según el lugar de donde surja el verbo, lo que decimos nos conecta con la Fuente (amor) o nos desconecta de ella (miedo). Todas las palabras tienen poder, sin embrago, el poder de la calumnia es un suicidio para el espíritu.

En el judaísmo existe una expresión «lashón hará», que significa “habla mala”, y se refiere a cualquier comentario que sea potencialmente dañino para otras personas, independientemente de si es cierto o no. Popularmente, lashón hará también es usado para describir los conceptos de «rejilut» y «hotzaat shem ra», que significan difamar y mentir acerca de la vida de otros.

El escritor francés del S.XVIII Nicolas Chamfort dijo que la calumnia es como una avispa importuna, contra la cual la mejor defensa es no hacer ningún movimiento, a menos que tenga uno la seguridad de aplastarla. Muchas veces, hablamos solo por hablar y terminamos chismeando acerca de otras personas, sin considerar el efecto boomerang.

El poeta italiano Francesco Petrarca, considerado el padre del humanismo dijo: “El que de otros habla mal, a sí mismo se condena”. La energía nunca abandona su fuente. Todas las palabras que salen de la boca, regresarán al cuerpo. Si lo que decimos ha sido sano nos empodera, pero si ha sido impuro nos enfermará y en casos extremos nos llevará a la muerte física o a la muerte espiritual.

Persistir en un acto destructivo, que amenaza nuestra vida ¡es un haraquiri!. Aunque extraño, al fin y al cabo es un suicidio. La palabra suicidio viene del latín moderno “suicidium”, formado por los vocablos “sui”, que significa uno mismo, y el sufijo “-cidium”, que plantea un asesinato, asociado al verbo caedere, que se refiere a matar de modo explícito.

La calumnia es como el aceite -decía Napoleón Bonaparte- que siempre deja huellas. Penosamente, nuestra cultura es muy permisiva respecto al deshonor que provoca la calumnia. La educación no nos lleva a mirar esta problemática de un buen modo, que nos permita erradicar el mal uso del verbo. Algunas enseñanzas espirituales dicen que cada persona viene con un cierto número de palabras en su vida. ¿Quién desaría desperdiciar un regalo de tanto valor?

El escritor español Miguel de Cervantes, autor de la célebre obra Don Quijote de la mancha dijo: “Es tan ligera la lengua como el pensamiento,y si son malas las preñeces de los pensamiento, las empeoran los partos de la lengua.” En constelaciones familiares, aprendí que la difamación viene de la buena conciencia, una instancia que nos hace pertenecer al grupo (especialmente a la familia), aceptando ciegamente sus normas. De esta manera, juzgamos a las personas -y situaciones- que “no son bien vistas” por nuestro clan.

El escritor y político mexicano Ignacio Manuel Altamirano Basilio comenta que

la calumnia es un recurso utilizado por la gente mezquina. Él dice: “Si la culebra pudiese hablar, sería el mayor calumniador del león. Los hombres reptiles por eso persiguen con su lengua a las almas superiores”.

Sabiendo que esta dañina práctica es más frecuente de lo deseado, y que “la virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia”, como dijo el escritor británico William Shakespeare, algunas tradiciones han establecido consecuencias legales y morales para los calumniadores.

En el budismo y el judaísmo, calumniar es considerado un acto criminal. Para la Torá, un libro sagrado del judaísmo, el dolor más grande que se le puede ocasionar a alguien es la vergüenza. Cuando una persona provoca que alguien se ruborice, es juzgada como si hubiese cometido un hecho de sangre. En caso de que la vergüenza haga desaparecer la sangre del rostro, tornándolo blanco, es tratada como un asesino.

Buda dice que hay 10 cosas que todos los seres consideran malas. Tres de ellas dependen del cuerpo, 4 de la boca, y 3 del pensamiento. “Los 3 actos nocivos dependen del cuerpo son: matar, robar y cometer adulterio. Los 4 que dependen de la boca son: calumniar, maldecir, mentir y adular. Los 3 que dependen del pensamiento son; envidia, cólera y pasión ciega. Todas estas cosas van contra el sacro camino, y por tanto son nocivas”.

Cualquier comentario que pueda quitar valor a la persona de la cual se habla, ante los ojos de quien escucha es «lashón hará». Esto significa que no debemos hacer un comentario que pueda dañar (o perjucicar) a alguien física, psicológica o económicamente.

La exepción a esto es cuando lo que hablamos está motivado por el deseo de evitar un mal mayor. Por ejemplo, cuando se da una información relevante que puede evitar una alianza nociva. Por ejemplo cuando en la cerenonia del matrimonio de dice: “si alguien tiene objeción a esta unión, hable ahora o calle para siempre”.

Decir algo que no es cierto, que debilita, o hace daño a quien realmente somos, también es difamación. Por ejemplo, cuando usamos el “Yo soy” para mostrar un atributo que no corresponde a la naturaleza de Dios, por ejemplo: yo soy impaciente, impuntual, gastador (a), rencoroso (a), etc. Repudiar nuestra naturaleza divina también es una forma de suicidio espiritual.Uno de los cuatro acuerdos toltecas compartidos por el escritor mexicano Miguel Ruiz nos invita a ser impecables con la palabra. Usarlas para elevar, dar ánimo y motivarnos a nosotros mismos y a otros.

Me gustaría invitarte a utilizar el lenguaje para exaltar lo que es bueno, sano y vital para ti y para otros. Tal vez, puede ser útil tomar -y emplear- el consejo del libro sapiencial de los proverbios cuando dice: “El que guarda su boca y su lengua, Su alma guarda de angustias” (21:23)

Los Sabios dicen que cada segundo que una persona controla sus labios de hablar mal de otros, lo hace merecedor de la luz escondida para los justos a la que incluso los ángeles no tienen acceso.

¡Yo elijo la Luz!