Calumnias del PRD provocaron suicidio

Calumnias del PRD provocaron suicidio

Fueron muy  amargos los momentos que nos tocó vivir en los últimos meses del gobierno de don Antonio Guzmán. Todavía guardo un vivo recuerdo de la campaña de difamaciones en contra del presidente agricultor, sus familiares y allegados. ¿Quién o quiénes la auspiciaron? Todos esos  ultrajes y desconsideraciones provenían de gentes del propio Partido Revolucionario Dominicano (PRD) alentados por las personas  más enconosas de esa agrupación política. 

¡Había que oír el programa Tribuna Democrática!

Ese programa de orientación supuestamente perredeísta, que era transmitido todos los días a la una de la tarde por una radioemisora local, era utilizado por algunos altos dirigentes del Partido blanco para proferir las calumnias y los ataques más desconsiderados y perversos que cabría imaginarse contra el gobierno y la persona de don Antonio.

¿Por qué? Porque, entre otras cosas, don Antonio Guzmán creía que sólo a su propio esfuerzo y al apoyo de las masas de su partido le debía el haber alcanzado el poder en agosto de 1978. Por eso, y sólo por eso, el Presidente perredeísta  le llamaba ¨mi gobierno¨  a un gobierno considerado por  otros como el gobierno del PRD. También, porque don Antonio era un hombre de carácter que no le permitía a nadie pasarse de la raya.

¡Las masas del Partido quieren a Guzmán! ¡Las masas del Partido quieren a Guzmán!

Vociferando esa consigna, los perredeístas de la base desafiaban a sus líderes,  y a los que preferían que fuera otro, y no don Antonio Guzmán, el candidato a la Presidencia de la República por el PRD en las elecciones de mayo de 1978.

Un día antes de la celebración de la histórica convención perredeísta que escogió a don Antonio  como candidato a la Presidencia de la República por el PRD en las elecciones de mayo de 1978, el líder más sobresaliente de ese Partido le hizo un llamado a los delegados para que votaran a favor de la candidatura del doctor Salvador Jorge Blanco, quien entonces era un candidato emergente proveniente de las filas de la desaparecida Unión Cívica Nacional que contaba con muchas simpatías entre la gente de clase media.

Después de don Antonio haber sido escogido por la convención de su partido como candidato a la Presidencia de la República, esa misma gente, maniobró para que la candidatura triunfante fuera sustituida porque, según esos engreídos, el doctor Salvador Jorge Blanco era el candidato más llamado a sacar del poder a Joaquín Balaguer. 

En la madrugada del 4 julio de 1982,  sonó el timbre de mi teléfono. Era un  catedrático de la UASD que esa vez me llamaba para comunicarme que el presidente Antonio Guzmán había resultado herido de bala. Me limité a colgar el audífono sin pronunciar una sola palabra. La persona que me llamó, me llamaba casi todos los días, siempre para comunicarme algo malo del Gobierno o de la persona de don Antonio. Parecía que no tenía otra cosa que hacer. Ya me tenía harto. Lamentablemente, en esa última de sus llamadas, había algo de verdad en lo que ese sujeto me dijo. Mi teléfono no paraba de timbrar. Opté por dirigirme a la residencia de don Antonio Guzmán en la avenida Bolívar.

Al llegar al hogar de don Antonio, noté que la guardia no se encontraba redoblada. Le pregunté al oficial de servicio que dónde se encontraba el Presidente. Me dijo, sin mostrarse alterado, que el Presidente se encontraba en la playa junto a sus familiares. Mayor, Le pregunté al oficial: ¿Todo bien? Todo bien, me contestó. De vuelta de nuevo a casa, le dije a mi esposa que todo estaba normal que se trataba de una bola más de tantas que en esos meses se ponían a correr. Pero, mi teléfono no paraba de timbrar.

Encendí la radio y la televisión. Me preocupaba que esos medios de comunicación transmitieran   datos biográficos de don Antonio Guzmán. Nada de noticias. Sólo biografía. Me dije: Algo tiene que estar pasando. Volví a salir, esta vez, me dirigí al Palacio Nacional. Todavía era de madrugada cuando llegué a la Casa de Gobierno.

Un grupo de dirigentes del PRD forzaba por penetrar al Palacio Nacional por el portal de la avenida México. El personal militar de servicio no cedía a su reclamo. Era que tenía órdenes  precisas  de no dejar entrar a ningún civil. Cuando los dirigentes perredeístas se marcharon del lugar, el oficial de servicio que era de mi promoción (quien esto escribe es militar de carrera) me permitió pasar.

En un despacho del ala derecha del Palacio, se encontraba la plana mayor de las Fuerzas Armadas, supongo que poniéndose de acuerdo en cuanto a las decisiones a tomar. Y en el presidencial del ala izquierda, al único que tuve acceso, se encontraba el vicepresidente Jacobo Majluta y otros de sus cercanos colaboradores. Ningún alto militar entre ellos. Fue allí que Winston Arnau me comunicó lo que había sucedido: el presidente Antonio Guzmán se había suicidado, dándose un tiro en la cabeza en el baño de su despacho del Palacio Nacional. Además me dijo, que la situación era muy delicada, que los jefes militares estaban deliberando y que no se sabía cómo aquello  habría de terminar.  No lo pensé dos veces, opté por salir de allí lo más rápido posible a perderme por los laberintos de San Carlos en espera de que esa situación se definiera.

Alrededor de las nueve de la mañana, después que todos los medios de comunicación se habían hecho eco de la tragedia y el panorama se había aclarado con la juramentación del nuevo presidente Jacobo Majluta Azar,  volví a casa a vestirme de ocasión.

A tempranas horas de la mañana, el sarcófago conteniendo el cadáver del Presidente  fue colocado ante la puerta principal del Palacio Nacional. Alrededor de las once de la mañana fue trasladado a la ciudad de Santiago de los Caballeros en cuyo Cementerio Municipal se le dio cristiana sepultura. 

No recuerdo cómo vino a mis manos la bandera nacional en que envolvió el cadáver de don Antonio. Pensé conservarla como una preciosa reliquia. Pero, pensándolo bien, días después, opté  por devolverla a su viuda doña René Klang. 

¿Por qué el Presidente Antonio Guzmán se suicidó?

 Una semana antes de su muerte, visité a don Antonio en su casa de descanso en la playa de Juan Dolio. Fui allí por encargo del entonces rector de la UASD, José Joaquín Bidó Medina,  en procura de una asignación extra para la Universidad estatal. Encontré al Presidente recostado  de una mata de coco, un tanto desaliñado y sin  afeitar. Nunca lo había visto en ese estado. Me dijo que sentía mucho no poder complacer al Rector, por el cual sentía mucho aprecio, lo mismo que por la doctora Ana Silvia Reynoso.  Salí de allí convencido de que algo no marchaba bien en el estado de ánimo del Presidente. Pero, ¿qué podía haber hecho yo? Hoy, sin pretender posar de psiquiatra, convencido estoy de que el suicidio de don Antonio Guzmán se debió a que no pudo superar una severa depresión nerviosa ocasionada por las tantas calumnias y las tantas infamias que se vertieron en su contra. 

¡Gloria eterna al presidente Antonio Guzmán! 

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