Cambiadera de nombres

Cambiadera de nombres

PEDRO GIL ITURBIDES
A Evangelina Rodríguez no le permitimos descansar ni siquiera después de muerta. Tuvo el atrevimiento de estudiar la Carrera de Medicina en una época en que las mujeres únicamente debían ser amas de casa, y sacrificadas. Y como mucho, porque desde los días de Salomé Ureña se atrevían a ello, maestras de escuela. Pero la pobre Evangelina, además de graduarse de maestra, osó estudiar medicina. Tan lejos llegó su osadía que viajó a París, en donde se especializó en ginecoobstetricia y pediatría.

Cuando murió en 1947 todos tuvimos la convicción de que era loca. Por eso quizá el hospital de la mujer que llevó su nombre, ya no tiene nominal alguno. Porque a la pobre Evangelina, esquizofrénica o no, le hemos negado en la muerte lo que no quisimos darle en vida.

La historia de ese hospital comienza como clínica privada. La levantó, con financiamiento del Fondo de Inversiones para el Desarrollo Económico, el doctor Jacinto Mañón. La construyó en la avenida Bolívar, frente al parque infantil en que antes funcionara el zoológico, y la llamó “Dr. Mañón”. Poco después, el doctor Mañón se antojó construir un gran centro médico, y al no resistir la carga financiera, vendió el edificio a una empresa telefónica.

Ahora ese edificio hospeda las oficinas centrales de las aduanas.

El Instituto Dominicano de Seguros Sociales compró la clínica. Fue convertida en maternidad del sistema de seguro social. No recibió nombre alguno. Pero eso sí, todo el mundo sabía que sus instalaciones estaban destinadas a dar atenciones a cónyuges grávidas de asegurados, o a aseguradas. Posteriormente se erigió un anexo para cuya terminación el Instituto invirtió el denuedo de tres gobiernos. Al ponerlo en servicio fue bautizado con el nombre de la pobre Evangelina.

Hace un tiempo contemplé que habían desaparecido las letras que recordaban a Evangelina. Cuando el editorialista de HOY escribió sobre el cambio de nombre del hospital Dr. Carl Theodore George, pensé en Evangelina Rodríguez. Probablemente ambos fueron amigos, pues aquel ejercía en San Pedro de Macorís hacia los días en que ésta regresó de París con su título de pediatra y ginecoobstetra.

Su aciaga existencia terrenal no puede condenarla por siempre. Los graves sufrimientos que distinguieron su existencia no pueden condenarla al olvido. Ella fue un ejemplo que, quizá por la incomprensión de una época, fue aislada, y ese aislamiento la condujo a la esquizofrenia. Y porque fue ejemplo creo que la maternidad del seguro social de Santo Domingo debe exhibir, por nueva vez, el nombre de la primera ginecoobstetra dominicana. Como también debe restaurarse el nombre de carretera Mella al trecho al que rebautizaron con el nombre de Juan Lama. Conocí a este último, y lo juzgo hombre de trabajo, e infatigable. Pero en la zona oriental de Santo Domingo hay muchas calles sin nombre, por lo cual no se explica el sacrificio del nombre del patricio.

Creo, en pocas palabras, que debemos sustraernos a ese afán de andar cambiando nombres de calles y avenidas, edificaciones y otros lugares de servicio y dominio público. Porque por alguna vez, siquiera por una vez, hemos de respetar la consagración de los nombres de cuantos, mereciéndolo, han sido honrados en el recuerdo, al designarse con sus nombres, obras de servicio público.

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