Cambiando hábitos

Cambiando hábitos

Los hábitos se pueden cambiar, es más o menos difícil, dependiendo de lo estructurado que se encuentren en el cerebro. Afortunadamente, existe una especie de efecto dominó que ayuda el proceso. No es necesario cambiar uno tras otro, en muchas ocasiones, basta con modificar el hábito dominante y los demás seguirán en secuencia, poco a poco.

Charles Duhigg describe el caso de Alcoa Exploration Company que explotó el aluminio en Pedernales. Resulta que para el año 1987, esa empresa, la más grande del mundo en su rama, estaba en malas condiciones económicas. La Junta de Directores de esa empresa decidió despedir a su jefe y en su lugar nombrar al burócrata gubernamental Paul O’Neill, desconocido en Wall Street. En consecuencia, Alcoa programó su presentación en la sala de baile de Manhattan, ahí se dieron cita todos los grandes inversionistas estadounidenses.

Unos minutos antes del mediodía O’Neill subió al proscenio, tenía cincuenta y un años, su postura militar, enérgico. Las expectativas eran sublimes, una súper empresa como Alcoa presentaba al nuevo Principal Oficial Ejecutivo (CEO), quien debía poner la compañía en el sitio que siempre había ocupado. ¿Cómo lo haría? Se preguntaba el auditorio. De seguro mejoraría el procedimiento trillado por numerosos grandes CEOs antes que él. No hay otra salida, pensaban.

La concurrencia atónita lo oyó decir: “Quiero hablarles de seguridad contra accidentes … Pienso convertir Alcoa en la compañía más segura en América. Pretendo convertirla en libre de accidentes”. Los presentes, distinguidos miembros de Wall Street, cuna de la derecha estadounidense, pensaron: <este tipo debe haber sido tremendo tecato en los sesenta, qué diablos hace un hippie dirigiendo Alcoa>. El señor O’Neill desarrolló su tema, sin mencionar una sola vez de recorte de gastos, aumento de ventas, maximizar los beneficios, ni nada que se relacionara con el discurso acostumbrado o los parámetros económicos usuales. Relata Duhigg que un vendedor de valores, tan pronto terminó el discurso de O’Neill, salió corriendo del salón y llamó a sus clientes para recomendarles que vendieran inmediatamente todas las acciones de Alcoa. Luego confesó que había cometido su más grande error.

Eventualmente, alguien levantó la mano y le preguntó sobre los inventarios en la división tal, otro de los asistentes cuestionó, sobre la relación del capital a diversos parámetros econométricos, etc., O’Neill respondió: “Me parece que no me han oído. Si ustedes quieren saber cómo le está yendo a Alcoa, deben mirar a las cifras de accidentes en el área de trabajo. Si las heridas se reducen, no será por las tonterías que oyen de otros CEOs. Será porque los individuos de esta compañía han decidido ser parte de algo importante: Se han dedicado a crear el hábito de la excelencia”.

En menos de un año, los beneficios de Alcoa registraron los valores más altos de su historia. Para cuando O’Neill se retiró en el 2000, la compañía obtenía entradas cinco veces mayores que antes de él empezar. ¿Cómo lo hizo O’Neill? Pues, atacando un hábito y observando los efectos colaterales a través de la organización.

Este ejemplo, se convirtió en caso de estudio en las principales universidades de la nación. Ocasionó numerosas investigaciones que han llevado a las empresas estadounidenses a crear departamentos especializados para determinar no sólo la mejoría de sus respectivas eficiencias, sino los hábitos de consumo de sus clientes y tratar de cambiarlos o predecirlos.

Los hábitos se forman siguiendo un proceso dentro del cerebro que comprende tres pasos: primero, una clave pone al cerebro en modo automático que es la manera, sistema 1, que usan los hábitos; luego sigue una rutina emocional o física y finalmente, la recompensa que al cerebro va si vale la pena recordar el proceso en el futuro. Con el tiempo la clave-rutina-recompensa se va haciendo más automática hasta que una poderosa anticipación, deseo y antojo emergen.

Lo importante es determinar el hábito dominante. Vencido éste, se influencia el comportamiento de la persona, le da más confianza en sí mismo, afecta su manera de trabajar, sus relaciones, etc. Similarmente sucede con una empresa y con la sociedad, no es necesario, tampoco es factible atacar todos los hábitos simultáneamente, sería una tarea imposible, monumental.

En el caso de nuestro país, supongamos que ponemos en orden la puntualidad: En el trabajo, relaciones sociales y humanas. Probablemente, muchos de los problemas se irían desvaneciendo poco a poco. La puntualidad es una forma de respeto al otro: del médico al paciente, del trabajador al patrono, del gobernante al gobernado, y, viceversa. Además, la puntualidad aumenta la eficiencia y el rendimiento en el trabajo, permite el justo a tiempo que ahorra inventario. Al lograr mayor rendimiento, se obtienen más beneficios, lo que conlleva aumento de la auto-estima, del amor propio y la cadena continúa.

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