Cambiar el método

Cambiar el método

CARMEN IMBERT BRUGAL
El trabajo de los aspirantes al poder, es distinto al trabajo del gobierno. El gobierno conoce muy bien el suyo y conoce mejor el público destinatario de sus esfuerzos. La ficción de solidaridad, la caridad, carecen de categoría política. Los discursos y las ejecutorias esporádicas y estridentes, dirigidas a la población afectada por desbordes y aguaceros, tienen efectos pasajeros.

Mientras los damnificados buscan en el lodo algo que les recuerde su casa, las oraciones no cesan, pidiendo paz para los difuntos, y los agricultores recorren sus predios devastados, algunos políticos, creyendo que les creen, buscan la adarga de don Quijote y su maltrecha lanza y propalan la realización de proyectos salvadores. Amenazan con recursos legales, mientras los técnicos tasan daños, el Presidente de la República designa una comisión para evaluar la pertinencia del procedimiento utilizado en la Presa de Tavera y dispone la erogación de 1,967 millones de pesos, para reconstruir las zonas afectadas por la tormenta Olga.

Escogen entre Barrabás y Cristo, aunque la crucifixión sea imposible. Esos políticos se conforman con calvarios mediáticos, pasajeros, que sólo sirven para ratificar la fragilidad institucional dominicana que beneficia a unos y a otros. El gobierno no está exento de culpas, empero, la manera de imputarlas es inadecuada. El azar no debe ser el propiciador de la acusación, la realidad infractora del oficialismo ha estado antes, durante, y estará después de los fenómenos meteorológicos. Esa realidad no es desconocida, intrincadas redes de connivencia impiden la dilucidación de las pendencias y los detentadores del poder, afuera y adentro del Palacio Nacional, del Poder Judicial, del Congreso, del poder municipal, conocen el procedimiento para contrarrestar eventuales querellas. Oposición y gobierno, antes y ahora, subsisten pactando en silencio, sin importar el color de la bandera que identifica el grupo político y con bendiciones propicias de mitrados imponentes e imprescindibles.

Los desastres provocados por la naturaleza carecen de militancia y de complicidades. Los terremotos, ciclones, tornados, marejadas, no son aclamados por gobernadores, síndicos, legisladores, presidentes, secretarios de Estado, directores. La responsabilidad no está en el viento sino en los vicios de construcción, en la impericia, en la cubicación errada, en el contrato otorgado como premio, en la imprevisión y chabacanería administrativa, en esa mezcolanza que caracteriza a un funcionariado leal a nadie.

Aprovechar la desgracia de la marginalidad, su indefensión, para obtener ventajas, es reprochable. Presa de sus errores, la oposición no repara en la necesidad de transformar métodos y participa en un escenario ajeno que no le permite protagonismo.

Luego de las tormentas Noel y Olga, los opositores remachan la incapacidad del oficialismo para prever y enmendar los estragos de las lluvias, las riadas y del desagüe cuestionable de la Presa de Tavera. Las más atrabiliarias hipótesis fueron difundidas, desde la complacencia del gobierno con la tragedia, hasta la provocación de la misma porque la asistencia apropiada permitiría recuperar la malhadada situación electoral del candidato oficial en Santiago. Sugerían y solicitaban acciones del Presidente de la República y de su gabinete, pedían la cabeza del advenedizo funcionario, rescatado de las huestes reformistas por Leonel Fernández quien, sin ponderar credenciales, le asignó la Dirección del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRHI).

«No tomar decisiones es peor que cometer errores. O se atiende el problema o se sepulta», recomienda a su Presidente, en un momento de crisis, la poderosa y sagaz María del Rosario Galván, personaje de «La Silla del Águila», la excelente novela de Carlos Fuentes. El gobierno comprendió la importancia de actuar y convocó el Consejo de Gobierno. Las decisiones acordadas involucran las autoridades de la región, sin importar origen partidista. Son contundentes, ambiciosas. Sin dudas, la estrategia es convertir en aliados a las víctimas, y pueden conseguirlo.

Antes del Consejo de Gobierno y sin proponérselo, candidatos y dirigentes de los distintos partidos, fungieron como cofrades y no como críticos sensatos. Después de la sesión del Consejo, la oposición está compelida a revisar sus estrategias y a modificar el método que pretende sumar adeptos para competir con el presidente-candidato. En un país con impunidad consentida, sostener la campaña electoral en la ilegalidad de un contrato rescindido, pendiente de ponderación judicial, y en la perenne desdicha de la pobreza, acrecentada con las tormentas, es insuficiente y majadero.

 

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