Cambio climático

Cambio climático

En “Anhídrido Carbónico” y “Producción de Dióxido de Carbono” se trató sucintamente la gran causa del calentamiento global, el dióxido de carbono, C02, y las variaciones en las corrientes de los vientos que provocan. Efectos adicionales son los cambios en las corrientes marinas por los aumentos diferenciales, en zonas distintas, de las temperaturas de las aguas en océanos, mares y lagos; el incremento en los niveles de las superficies de los océanos, mares y lagos, consecuencia de la gradual desaparición de los hielos y nieves, así como del aumento, propiamente, de la temperatura.

Algunos podríamos tomar el aumento de temperatura y sus secuelas como quien ve llover: “Las temperaturas aumentaron o disminuyeron en varios países y regiones del mundo, ¡OK!  ¿Y qué? Total con los aires acondicionados y las calefacciones nos apañamos”.

No obstante, como los miembros del reino animal y vegetal estamos encadenados y los humanos, aunque nos podemos proteger, no poseemos los instrumentos artificiales necesarios para proteger a los demás puesto que no podemos congelar un glacial, ni los hielos polares, ni refrigerar los bosques, ni enfriar los océanos. Los efectos perniciosos del cambio climático ocasionan estragos en muchas especies que se ven privadas del ambiente en que pueden sobrevivir, algunas, desesperadamente, emprenden migraciones hacia regiones más afines. Poco a poco, como trabaja la naturaleza, muere tal o cual microorganismo y se lleva de por medio una especie o cambia de dirección la corriente equis y los humanos quedamos atrapados en los efectos de las modificaciones que provocamos.

Lo que nos parecía “ver caer la lluvia” apacible ahora se nos presenta como una terrible tormenta o una inclemente sequía. ¿De qué manera impediríamos que un año cualquiera llueva muchísimo más que otros o que el siguiente no llueva o que vientos violentísimos nos arrastren? Ni el país más avanzado tecnológicamente pudo hacer nada frente a Katrina; destruyó Nueva Orleans y buena parte de la costa de Louisiana, Mississippi y Alabama, golpe del que ese país no ha podido recuperarse aún.

Las consecuencias de una fogata que encendemos para pasarlo bien o cuando echamos a andar el aire acondicionado o esas “voladoras y conchos” con la enorme estela de contaminación o la tumba de árboles para hacernos de dinero o para subsistir (da lo mismo), son reales, nos afectan a todos y se revierten inexorablemente. Nótese que un alto porcentaje de la población mundial vive a orillas de océanos, mares, lagos o ríos; esa sería la primera y más afectada: El aumento del nivel del agua y violentas marejadas, los desplazaría de sus hogares y plantíos; su hábitat, incluyendo áreas algo más altas, sería inundado frecuentemente; las costas marinas o fluviales, se erosionarían; las sequías prolongadas que se sucederían con las inundaciones darían el estoque definitivo a los cultivos.

Las migraciones serían masivas e imparables a menos  que no fuera a pura bala, genocidio; los huracanes y tormentas provocarían masivos accidentes como roturas de presas y agravamiento de los efectos precedentes. En resumidas cuentas, las condiciones de vida como las conocemos ahora se transformarían, las presiones y agresiones de países poderosos sobre los menos, crecerían exponencialmente para hacerse de las áreas donde las condiciones de vida sean menos malas. En verdad una hecatombe que parece imposible ocurra pero desafortunadamente, las mejores predicciones apuntan en esa dirección y la pregunta que ha surgido, no es si esto puede ocurrir, sino los humanos vamos a poder parar las causas a tiempo para que no se traspase el umbral de no retorno.

Haríamos bien en restringir algunas de las necesidades superfluas y vivir más como nuestros padres y abuelos para que nuestros hijos y nietos puedan gozar de este planeta como nosotros.

No conviene tratar de engañar a la Madre Naturaleza, pues las probabilidades de “salirnos con la nuestra” son sumamente escasas.

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