Cambió la familia

Cambió la familia

Duele, duele mucho aceptar que la familia ha dejado de ser la mejor inversión social, el primer artículo de necesidad, el mejor espacio para el desarrollo sano. La inequidad, la tecnología, el mercado, el consumo, la dinámica económica y el relativismo ético han cambiado la dinámica familiar. Tan solo en una semana, un padre ahorca a sus hijos y se suicida; un adolescente le da una estocada en el pecho a su madre, mientras que, otro hombre estrangula a una hija, por sospecha de embarazo. Una semana anterior, un par de adolescentes mataron a su abuela para robarle.
Es una dura realidad que la viven cientos de familias excluidas, rotas, disfuncionales, estresadas y agotadas por el desempleo, la miseria, la desesperanza, el riesgo, la deshumanización y el desafecto. Ese riesgo psicosocial lo viven las familias excluidas que no han tenido oportunidad al desarrollo social, a la equidad y sanidad, para mantener el apego, el afecto, el vínculo, la identidad y un sistema de referencia que le ayude a empoderarse para poder existir como familia sana.
En la clase media la familia también ha tenido cambios: los dos padres trabajan las dos jornadas; salen temprano y llegan tarde a sus casas, los hijos están poco supervisados, duran horas delante de un televisor, permanecen largas horas en el Internet, en el ciber espacio, practican juegos violentos, observan pornografías, chatean con desconocidos, incumplen horarios de tareas escolares y se sienten seducidos por la vida del consumo, la publicidad, la vida “light”, la presión social y la cultura de la prisa. Esas familias viven más estresadas, la sociedad les exige más, tienen que cumplir las reglas sociales, pero también compiten y se angustian por no descender socialmente. El costo de esa familia de clase media es endeudamientos, estrés crónico, hipertensión, diabetes, ansiedad, tabaquismo, alcoholismo, etc. Cada quien enferma de la que trabaja y cómo trabaja. O sea, hay familias que para sobrevivir tienen que tener tres jornadas de trabajo; sin embargo, tienen que mantener deudas porque el salario no es ni digno ni decente para llevar una vida que les permita tener una buena salud mental.
Para no sorprenderse, las familias de clase media y los pobres son las que más impuestos pagan, pero también son los que mayor presión psico-social y emocional tienen. Las familias en la post modernidad han cambiado sus valores, sus prioridades y sus hábitos. Hoy se le hace difícil mantener los vínculos, el compromiso y el altruismo. El uso de la tecnología, va construyendo el desapego, el egocentrismo y el individualismo. El mercado ha comercializado la salud, la educación, la espiritualidad y los valores; pero también ha condicionado las mentalidades de las personas en vivir para el consumo y el confort, para la vanidad y para el narcicismo social. Todas estas implicaciones han influenciado a las familias y a las personas; han producido la alexitimia social, la baja autoestima social y el pobre auto concepto. Ahora nadie quiere obligación, compromiso, tolerancia social e invertir en la familia para desarrollar personas sanas, honestas y correctas.
Debido a que el mercado valora al “parecer” lo que se ve y lo que se toca, o sea, lo tangible. Por otro lado, la ausencia de políticas públicas que inviertan en los problemas sociales y estructurales que afectan a los padres y los hijos. Es evidente que las problemáticas sociales, las drogas, la violencia, las enfermedades mentales no tratadas, van a seguir afectando a las familias y, lo peor, serán los más pobres los más afectados, los de mayor riesgo y de peor pronóstico. Duele, la dinámica socio-económico ha cambiado la familia y ha evolucionado a una familia con mayores problemas en su salud mental.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas