UBI RIVAS
El 26 de mayo último, el juez titular de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) doctor Julio Ibarra Ríos, soltó un torpedo al expresar percibir aprestos en las más altas instancias del gobierno para modificar la membresía del más alto tribunal de justicia del país.

En un gallinero, ese torpedo no hubiese silenciado del cocotaco a ninguna gallina, y en el país político, sobre todo en los fastos de la SCJ, produjo un calofrío primero, susto luego y finalmente grima.

El doctor Julio Ibarra Ríos, por quien profeso un profundo aprecio, indisimulada admiración y gran respeto como persona, ciudadano y jurista brillante y probo, pienso que en su aseveración primó más su sectarismo político, que lo tiene, con absoluto derecho, que el de magistrado juez de la SCJ.

Se sabe que la membresía de la SCJ la conforma el Consejo Nacional de la Magistratura que a su vez escoge el presidente de la República, y se presiente que es posible que esa membresía actual sea modificada a partir del venidero agosto 16.

Sectores los hay que postulan porque los jueces de todos los niveles del país sean remozados cada cuatro años con el inicio de los gobiernos, mientras otros estiman que deben ser inamovibles, atendiendo al postulado que quizás no sea de su propia cosecha, pero que aludió el ex-presidente provisional de la República y destacado jurista, licenciado Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur, de que “las cosas, si están bien, deben dejarse como están”.

También que los jueces de todos los niveles deben ser sujetos de retiro y/o pensión al cumplir 75 años de edad.

El torpedo del doctor Ibarra Ríos convida a reflexionar y/o temer si su denuncia está conectada con una percepción del ruido apenas perceptible de las sandalias de César, aunque un río de parecer postula lo contrario.