Caminito de hormigas

Caminito de hormigas

RAFAEL GONZÁLEZ TIRADO
Lo conocí en la avenida Mella, entre la 19 de Marzo y la José Trujillo Valdez (ahora avenida Duarte) de los años ‘40.  Era delgado, de estatura mediana y, por el hablar, me pareció que era español. Siempre conversaba con el propietario de la ferretería Cobián, que desapareció con  la eliminación de las viejas edificaciones comerciales, y que antes se engulló las instalaciones del diario La Nación, de la propiedad y fundación de Trujillo.

¡Claro! Con posterioridad al 31 de mayo de 1961. Nuestro protagonista, cuyo nombre nunca conocimos, se me parecía en algo al cómico español Ángel Garasa, que co-protagonizó para la época, con Cantinflas, más de una película. Cantinflas era hombre remidesbigotado, pues sólo se le notaban en cada extremidad del labio (superior). El bigote y las barbas eran bien apreciados entre los dominicanos de aquellos días, con alguna acentuación.

Recuerdo una “chivita” del ex-presidente José Bordas Valdez, que a menudo pasaba por casa con una funda y pensábamos que debía ser un presente para algún familiar de por aquellos contornos.

Estábamos lejos de la moda del “candado”, que ha proliferado ahora. Se trata de la unión del bigote con la barba, convenientemente ajustados para su mejor atracción.

Tengo en la memoria que mientras se libraba la lucha insurreccional en Cuba hasta a un sacerdote israelí, que vivió en la Jacinto de la Concha casi esquina Ravelo, le hicieron afeitarse la barba para que no “desentonara” con el régimen del caudillo.  ¡Qué raro nos parecía aquel sacerdote judío sin su “chiva blanca” y ritual!

Con la desaparición de Trujillo volvimos muy pronto a las barbas.  Creo, dentro de eso, algo que parece fue efímero: un llamado “bigote de aguacero”, original de Méjico, que es aquel que cae por los extremos de los labios, y que algunas  mencionaban como antecedente de los “candados”, tan de última entre nosotros.

La presión del régimen fue en contra de las barbas.  El bozo nunca dejó de ser una señal de crecimiento y atractivo para la juventud.

Mas, con el paso de los años, ese mismo crecimiento va marcando la madurez y el envejecimiento y surgen los tintes: Fulano no se atreve a meterse en la piscina, o lo que le  sucedió a Zutano en la cabeza cuando fue a un río de Bonao.


Si uno pone cierto orgullo por estas cosas, comienza poco a poco a cortarse los pelos blancos que más se destacan en el bozo.  Paso por paso y, sin darse cuenta, baja de una línea a otra del mostacho.

Viene a mi mente el proceso de José Israel Cuello y de un compañero de trabajo en la Cámara de Diputados. A este último lo conocí en el 1963, durante los primeros meses del gobierno de Juan Bosch.  Lo llamamos Palillo por flaco y largo. Todavía está allí y no permite que le hablen de pensionarlo.

Hace unos años José Israel, amigo desde el primer lustro de la década del ‘50, se rasuró el bozo. Mucho antes,  yo había dejado atrás esa majadería.

No sé qué pensó Irving Vargas, publicista,  hijo de la doctora Ana Daisy García, catedrática de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y de otras instituciones.  Al desarrollar, Irving tuvo la sorpresa de que la mitad de su bigote era oscuro y la otra mitad era blanca ¡Rarísimo! No sé cuánto galaneó con esta rareza.

Vuelvo al  pasado, por la necesidad de darle final a estas notas. Un amigo de cuando teníamos alrededor de quince años, a quien apodábamos Felo, “cuquiado” por nosotros, se atrevió a molestar al amigo de Cobián, de la avenida Mella, diciéndole “Mostacho, mostachito”,  éste se mantuvo impasible durante unos segundos, y cuando ya no pudo soportar las molestias de Felo, se le avanzó, gritando “No molestes; no molestes.  Mis bigotes son míos”.

A lo que nuestro amigo le contestó:

¡Qué bigotes ni bigotes! Lo que usted tiene es un caminito de hormigas!

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