Camino de la luz en el Centro León

Camino de la luz en el Centro León

POR TONY GIL
La mañana aún se sentía fresca, y todavía disfrutaba yo del sabor de mi segunda taza de café, cautivo en mi paladar. Al llegar al Centro León pude confirmar que, tal como lo quería, era yo uno de los primeros visitantes en esa mañana sabatina. Al caminar hacia la entrada principal pude observar a un grupo de trabajadores desmantelando las torres de luces, las bocinas y la tramería, que en la noche anterior fueron utilizadas por Ernan López Nussa y su trío…

La música con la cual ellos nos deleitaron, hacía apenas unas 12 horas, todavía llenaba la atmósfera del «Patio Caribeño» y sus alrededores, y a la vez viajaba a través de los espacios infinitos de nuestras mentes… La energía contagiosa del jazz latino y la conexión de los músicos con el público, todavía se sentían en el ambiente…

Mi visita al Centro León esta mañana, era totalmente diferente; estaba llena de un silencio claroscuro y de una intimidad pacífica y luminosamente hermosa. La dicha de conocer a Domingo Batista personalmente, y de haber admirado su obra artística a través de los años, me ayudó a no sentirme atemorizado por mi soledad temporal. Confieso, sin embargo, que al verme caminar hacia el Centro, me sorprendía todavía de verme solo y me dije a mí mismo, que en realidad era esto más bien un acto de egoísmo o quizás obra del convencimiento, de que hay momentos en que solamente el alma ha de acompañarte y ella guiará tus pasos hacia un viaje tan impresionante y tan exquisitamente hermoso, como el que ya anticipaba yo, nos brindaría nuestro genial artista, al tomarnos de la mano y enseñarnos su «Caminata con la luz».

Entré a la amplia sala «María Asensio Vda. León», y en los segundos en que permitía que mis pupilas se ajustaran a la iluminación de la Sala, la voz de Domingo me atrajo hacia el área en que unos bancos permiten al espectador disfrutar de un video, donde él es entrevistado, y nos relata pasajes de su prolífera vida artística. Figuras conocidas de las artes plásticas, de la prensa, de la fotografía y de la música, aparecen brevemente y comentan, desde sus propios ángulos, el valor de la obra de Batista y el impacto que en sus vidas (y las nuestras, como ciudadanos de esta isla caribeña) sus fotos han causado. Sin querer, o quizás queriendo, ellos nos dan a entender que las fotos de Domingo Batista han sido, son y serán patrimonio del pueblo dominicano y de la humanidad, ya que sus lentes, guiados por sus geniales ojos e incansable creatividad, han también plasmado escenas no tan sólo en otros suelos, sino con un contenido humano realmente universal.

Al oír a Domingo hablar de su obra, y al ver fotos de él creando imágenes, comenzó a transformarse para mí el ambiente, me sentí inmerso en una especie de culto sagrado, a un punto tal, que sentí ese temor que por respeto tenemos a lo Divino… y me sentí niño… Luego lo vi dentro de un carro, en una esquina del parque Duarte, mientras la lluvia, el vidrio, la luz y la Catedral Santiago Apóstol eran capturados por su lente… y pensé en mi vida y en mi Santiago… Y cuando la música de Juan Luis usaba las imágenes, ya tantas veces escritas por Domingo, mis primeras lágrimas no pudieron ser contenidas…

Al comenzar a caminar la Sala, fui súbitamente tragado por la Cueva Doble Arco y sentí, mientras me adentraba en el rojo intenso de su interior, cómo una brisa suave y fresca me acariciaba, a medida que me introducía en la sombra… Pude percibir el olor frío y húmedo que los siglos tienden a dejar impregnados en templos sagrados. Apenas un giro a la derecha, y me encuentro de nuevo en mi país, no sin antes disfrutar de la magia que el tiempo, la naturaleza, el viento, la lluvia y la roca continúan practicando en Arizona… Los colores que Batista inmortalizó para nuestro deleite son tan perfectos, como la composición de sus fotos en el Cañón del Antílope… En verdad la fotografía de Domingo puede ver más allá de nuestra imaginación…

Luego me trae Domingo a Santiago y mi piel se eriza… Y pienso en mi gente y mi Callejón Jácuba, en el Parque Duarte, en el Centro de Recreo y en la Catedral… y los veo tras el vidrio que, llorando con la lluvia, le gritan al coche el mensaje mesiánico de Domingo:

«Adiós hermoso carruaje
de cuero, hierro y madera
que cual bote que se aleja,
la historia de mi pueblo te llevas.»

Me lleva luego Domingo a docenas de lugares de nuestro país, donde nunca he ido; y me empequeñece al demostrarme cuántas cosas, la luz que él a diario captura, no han podido ver mis ojos… Me siento, sin embargo, orgulloso y más dominicano que nunca… Me lleva también Domingo a las lomas y ríos que con su obra él tanto ha querido proteger…

Como un baño de infantil inocencia, mezclado con la creatividad infinita en la mente de Domingo, y dejando que cada uno de nosotros veamos la foto de una forma o desde un ángulo diferente, nos brinda luego el foto-montaje de «La casa de las chivas», la cual, al humanizar a las caprinas, me recuerda tanto a los perros de Chichí Cordero y al mensaje elegante y profundamente sarcástico que Dalí le dió a muchas de sus obras… No sin dejar de pensar, en algunas de las obras de mi (ido a destiempo) hermano Francisco.

Llego al fondo del Salón, y tres obras montadas magistralmente, como si cayeran ellas del cielo, llenan la pared… Y nos dan mil razones más para seguir admirando la destreza con la cual el artista juego con los colores y con sus orígenes… Me llevó Domingo a las Salinas, a Boca Chica, a Constanza, a Pedernales, y a La Isabela… No me deja él olvidar la realidad vecina, y me acerca a un mercado haitiano cerca de Pedro Santana… Siento el calor incinerante de un horno abierto, siento la brisa agrietar la piel de mis mejillas, y ahí, no allá, una más de las grandes realidades humanas que nos rodean…

Querido Domingo, para hacerme llorar no es mucho el esfuerzo requerido… sólo se necesita tocarme el alma… Pero al tener yo el privilegio de caminar contigo el camino iluminado por tu luz… no tan sólo me haz hecho más dominicano, más orgulloso de mis orígenes, más comprometido con la protección de lo que puede no volver… sino que me has hecho pensar y, hasta cierto punto, redefinir mi rol en el rompecabezas que se teje en nuestra existencia y en el Mundo que nosotros creemos entender…

Agradezco infinitamente a E. León Jimenes su impecable y excelente rol de mecenas de nuestro patrimonio cultural y artístico… No hay precio para pagar lo que un monumento histórico vale para el pueblo que, bajo la sombra de sus paredes, encuentra el origen de su existencia y la raíz de su nombre… Tampoco hay forma de que sin la ayuda de instituciones, como la que hoy en día E. León Jimenes representa, puedan artistas como Domingo compartir su obra con el Universo… Sin el patrocinio de dichas exitosas empresas esto sería sólo un sueño, o un secreto compartido por un grupo selecto de afortunados. Es mi esperanza que, en el apoyo al trabajo de nuestros artistas vean, empresas del calibre de E. León Jimenes, una de sus más nobles razones de existir… El arte, en su expresión máxima, les da a los pilares de dichas empresas, una razón más de ser y los convierte en orgullosos Padres de obras que sin ellos, quizás no hubieran nacido… Sus vidas, sin la dicha de la inmortalidad que el arte les da, serían realmente efímeras, estériles, pobres, incongruentes y sin el sabor de la satisfacción de haberle regalado a la humanidad, un espectáculo como el que hoy despliega la gran familia de E. León Jimenes en su maravilloso «Centro León».

Domingo, tocar mi alma es hasta cierto punto algo fácil… Tu obra, sin embargo, al deleitarme en tu camino luminoso, no tan sólo la tocó, sino que llegó a lo más recóndito de ella y la enriqueció, infundiendo en ella la energía revitalizadora de una paz y de una alegría reconfortantes… Me hizo sentir como quien se encuentra de nuevo con los seres que, sin importar la distancia, conforman el marco de nuestra realidad existencial y entonces, mi querido Domingo, vuelve de nuevo uno a Creer.

Con mi más profunda admiración y eterna gratitud,

Tony Gil
Port Charlotte, Fl
Agosto, 2005

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