Mi espíritu se conmovía dentro de mí. Y como una criatura que ansía ya salir del cuerpo de su madre, presionando su piel hacia afuera para descubrir la vida, mi espíritu pujaba para irse tras de ti. Te anhela tanto, te ama y te desea con tal intensidad que lucha contra las leyes de la naturaleza para salir a tu encuentro y fundirse en ti.

Mi espíritu te anhela, su incontenible pasión por ti lo impulsa a elevarse. Sí, es ese Amor tan fuerte, más fuerte que la muerte, que traspasa el mundo, los reinos, los cielos; que trasciende los tiempos para amarte. Es ese Amor mayor que mi espíritu, más aún que mi cuerpo, el que me lleva a tus divinas esferas,  a penetrar en tu intimidad y a habitar en ti. Soy en dos realidades: una temporal, otra eterna una degenerada, la otra perfecta; camino y vuelo. 

Tu Amor es. Sin importar la dimensión, el espacio o el tiempo, tu Amor es. Vivo enamorada, en un estado de admiración, fascinación, placer y armonía.  Mi espíritu te pertenece más a ti que a mí, eres su hogar. Un día será totalmente libre, libre de todas las limitaciones y bajezas del cuerpo y de este mundo provocadas por el pecado, y regresará a donde salió en el Principio: a ti. Recobrará su estado original: tu semejanza; y entonces podremos amarnos a plenitud por la eternidad. Con ese espíritu glorificado, a tu imagen, podré amarte y recibir tu amor en su verdadera naturaleza. No soy sólo huesos y carne, yo soy de ti y a ti volveré.

Gracias Jesús porque por tu sacrificio en la cruz hoy contigo podemos volar. Por tu sangre derramada la humanidad recobró su identidad como hija y heredera de Dios, su lugar como reina y sacerdote, y su sobrenaturalidad como portadora de tu Gloria.    “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.  1 Jn 3, 2-3.