Camino: Principio y fin

Camino: Principio y fin

SERGIO SARITA VALDEZ
Cuán hermoso es arrancar escribiendo asido de la mano de un poeta de la categoría de Miguel Hernández, haciendo uso de estos versos sueltos que nos sirven de pie de amigo: “Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte… Temprano levantó la muerte el vuelo, /temprano madrugó la madrugada, /temprano estás rodando por el suelo. Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue, / en los veneros del pueblo / desde ahora y desde siempre. / Varios tragos es la vida / y un solo trago la muerte”.

Habiendo querido el azar colocarme entre montañas al nacer, hice un hábito de vida subir temprano la loma y contemplar desde lo alto el bello azul de la arboleda, llegar con la mirada a la llanura hasta confundirse con el lejano mar. Admito que semejante panorámica provocaba en mi alma juvenil un éxtasis indescriptible, sin embargo, había algo que superaba esa emoción de niño, ese algo me producía una sensación misteriosa llena de interrogantes sin respuestas inmediatas. Todo empezaba al elevar la mirada al cielo en una noche veraniega con su luna estrellada.

Escrutar el firmamento cargado de esas pequeñas luciérnagas celestes, con una luna llena, cual reina de las luces, me llevaba a consumir horas sin tiempo, mirando aquel espectáculo gratuito que me brindaba la madre naturaleza. La tierna mente huérfana aún del cultivo de las ciencias físicas, trataba de entender, como era que aparecía y de qué manera desaparecía en el espacio sideral, aquella cíclica belleza nocturna. Luego el artificio del hombre puso sobre las nubes un ruidoso pájaro, que se movía en línea recta, dejando tras de sí una raya blanca que al tiempo que se alargaba también iba desvaneciéndose en su punta. Supe después que esas aves mecánicas las llamaban aviones de propulsión a chorro.

No me pregunten cómo me vino a la imaginación comparar dichos aviones con el transitar por la vida. La analogía me resultaba casi perfecta. Entendía que la existencia humana tiene un inicio que marcamos con el nacimiento. Nuestros padres se encargan de recordarnos la forma y el tamaño de dicho arranque hasta que la propia memoria graba el resto de esta simple figura geométrica. Después me di cuenta de que aquella línea era más bien una flecha unidireccional pues no tenía retroceso. Con el pasar de los años la flecha se me hizo zigzagueante y a veces errática aunque siempre con su ruta hacia delante.

Todo el conglomerado social se encargaba celosamente de mantener vivo y sin modificaciones el trazado que en vida había creado. Si intentaba modificar o borrar alguna porción del dibujo de trayectoria siempre surgían manos y voces que me obligaban a conservar el original del trazado inscrito en el mapa de mi vida. Solamente me ha sido permitido planificar y trabajar duramente en la construcción de lo que será el resto de la vía hacia un destino final que todos conocemos pero que muchos pretendemos ignorar u olvidar.

De dónde venimos lo sabemos, o nos lo cuentan y si acaso se nos olvida otros se encargan de refrescárnoslo. Hacia dónde vamos, también lo sabemos, aunque en ocasiones, por engaño o conveniencia, aparentamos no saberlo. La nave del Homo sapiens con una duración promedio medible en decenas de años, pero que raras veces alcanza la duración de una centuria, ancla en un puerto final que es común para todos los mortales.

El gran reto de la especie humana y lo que verdaderamente distingue a cada uno de los miembros que la componen descansa en lo que hayamos hecho durante nuestro breve tránsito por la vida. Importa estar siempre atentos a la siembra que vamos cultivando, conjuntamente con los frutos que vamos cosechando. Si plantamos cizaña no esperemos cosechar uvas, si sembramos el mal tampoco pretendamos recoger el bien. La sociedad, cual juez de grandes ojos, enormes orejas y fino olfato, nos sigue los pasos continuamente y con tinta indeleble dibuja la ruta que nosotros mismos construimos con las diarias acciones. Por grande y portentoso que luzca nuestro edificio, si su base de sustentación ha sido el engaño y la mentira, se vendrá al suelo ante la primera sacudida de prueba a que lo someta el insobornable juez de la historia.

¡Ay de aquellos que por ganes inmediatos y fugaces perdieron la visión del resto del camino! A ellos, como a muchos otros, les espera el eterno basurero del desprecio. Por eso cada día que pasa cobra mayor vigencia aquella lapidaria frase que reza así: ¡Hay algunos muertos que siempre viven y hay muchos vivos que ya están muertos!

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