El país está ante señales de que la campaña electoral que será abierta de manera formal, en gran medida resultará un ejercicio de superficialidades y ruidos, alejada de constituir una provechosa manifestación del juego democrático.
El perfil más notable del quehacer proselitista no parece propiciar la definición útil de opciones para que el electorado escoja entre quienes participan y que deberían mostrar contundentemente un conjunto de ideas que enriquezcan el debate, esbozando programas de objetivos claros para la formulación de compromisos confiables.
Por ese motivo la boleta electoral del 16 de mayo tendría que ser considerada como un elenco en el que mayormente los aspirantes se promueven con propagandas y discursos que no pasan mucho de constituir embestidas verbales para la descalificación generalizada.
Se resaltan defectos y se enrostran errores e inconductas (supuestas o reales) al tiempo de exhortar, más que nada, a no votar por quienes alegadamente han hundido o están hundiendo al país.
Y cuando suelen alegarse méritos propios y virtudes, la hipérbole y la soberbia de quienes hablan y se pregonan como los únicos capaces, apelan más a las emociones que al raciocinio de los futuros votantes.
¡Qué lejos estamos del debate inteligente, sereno, edificante. Cuánto nos apartamos de la confrontación elevada de posiciones para buscar solución a los problemas nacionales; para elegir con ecuanimidad a las autoridades; sin la influencia distorsionadora del poder y el dinero; sin propuestas demagógicas que traten de manipular al electorado.
Abrupto silencio
El presidente de la Cámara de Diputados, Julio César Valentín, formuló denuncias graves a propósito de la aprobación del presupuesto para este año, y respecto de la supuesta existencia de las ONG fantasmas, surgidas a la sombra de senadores.
Con su pronunciamiento destapó una olla de grillos y de paso provocó el lanzamiento de rayos y centellas sobre su persona, provenientes de su propio partido, el PLD.
El reto amenazante que le llegó como respuesta desde el Senado ha tenido el preocupante efecto de callarlo, ipso facto, como si el legislador Valentín pasara, muy a la carrera, a colocar su subordinación al partido y al liderazgo mayor por encima de la conveniencia que tendría para la salud de la República el dilucidar en toda su amplitud y profundidad la denuncia que formuló.
Si lo que ocurre es que tras pronunciarse descubrió que le faltarían fundamentos y pruebas para mantener sus afirmaciones, ha debido, por consideración a la ciudadanía, expresarlo con responsabilidad y sinceridad.
Su actitud causa en mucha gente la impresión de que ha callado para no herir susceptibilidades de personas que están por encima de su nivel partidario y no exponerse, ni exponer a otros, a una agudización de confrontaciones que tendrían un costo político.