Campo y cotidianidad

Campo y cotidianidad

Tahira Vargas

Vivir en cualquier campo del país supone vivir en condiciones muy distantes de la “modernidad”. Se duerme con velas o quemadoras que iluminan a pesar de la presencia de conexiones que ofrecen solo 4-5 horas de energía eléctrica a las comunidades rurales. Las velas y las lámparas de gas están siempre presentes en la vida nocturna de las comunidades campesinas porque los apagones son frecuentes.

Dormir en el campo implica el uso obligado de los mosquiteros, porque no hay abanicos o son escasos. A pesar de que existen lavadoras y televisores muchas veces no se utilizan por la irregularidad en el abastecimiento eléctrico. La visita nocturna al baño, (perdón la letrina) tiene que estar acompañada de velas o simplemente recurrir a la tradicional bacinilla presente debajo de las camas, práctica que no ha cambiado, a pesar de que supuestamente estamos en la era digital.

Las viviendas del campo son las que se encuentran en las condiciones más precarias, cualquier comunidad campesina del país tiene viviendas con piso de tierra y paredes de material desechable o madera en mal estado. Cualquier aguacero se convierte en una tragedia porque la casa se llena de agua, “llueve afuera y e’campa dentro”.

La población campesina se levanta a las cinco de la mañana, hora en que se sale al conuco y algunas mujeres cuelan café y chocolate de agua para ofrecérselo al que pase por su casa en su camino al trabajo. La mujer y el hombre del campo madruga, aunque esta acción no ha sido retribuida con la abundancia que supone el refrán, “el que madruga Dios lo ayuda”.

Esta práctica de madrugar y de iniciar el día con el sol también es utilizada por niños y niñas en su salida a la escuela, tienen que caminar varios kilómetros para llegar, y cruzar varias veces el río. Estos/as casi siempre salen sin desayunar y esperan obtener un desayuno en la escuela, que está lejos de ser suficientemente alimenticio y nutritivo.

La vida en el campo está llena de hospitalidad, de una acogida afectuosa y solidaria para el que llegue y brindar comida o café al visitante es una practica cotidiana no importa que vayamos al Cibao, al Suroeste o al Este. A pesar de la escasez en alimentos y la precariedad bañada de pobreza y abandono, el campesino y la campesina siempre está dispuesto/a a compartir lo poco que tiene. Parecería que esperan de la visita una retribución a largo plazo en la mejora de sus condiciones de vida, aunque intuyen que probablemente no ocurra.

 

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