Pasado el día de reyes, todas sus ilusiones estarán perdidas. Los niños inocentes, los nacidos en pesebres, se habrán quedado esperando la llegada de los Santos Reyes Magos. Estos, felices, cargados de juguetes para otros niños de padres afortunados, no pasarán por sus casuchas de yagua o de cartón. Por la pieza del callejón, de la parte de atrás. No atenderán sus ansias, ni sus caprichos.
Ya la canasta navideña, que les llegó como cascabel, de manos temblorosas y vencidas para saciar su hambre del día, será leyenda. Algo milagroso que habrá que esperar la próxima navidad, si la suerte les acompaña. Si sobreviven a la malaria, al dengue, a la tos ferina, a la desnutrición La ostentosa repartidera de las canastas navideñas será algo para recordar, sin un dejo de nostalgia. Un acto de conmiseración, de corte demagógico; de falsa piedad, de gobiernos malgastadores que olvidan sus obligaciones primarias y se gastan millones y millones de pesos en funditas y canastas para aliviar la pobreza infinita de los desposeídos de la tierra, en procura del voto salvador, el voto de la miseria. Asidos a una esperanza que no llega. A una promesa que tiene el valor de un periódico leído con repetidos anuncios y sin noticias nuevas.
Estas navidades, de pompas y oropel, me trae a la mente la enternecedora composición de León Gieco, que cobra, en la voz inmortal de la Doña, Mercedes Sosa, la tonalidad del drama humano; de la verdad y la impotencia; de la tristeza de la verdad. Diálogo que se repite con profundo pesar en cada casa, en cada lugar, en cada patria donde cohabitan, como hermanos siameses, la abundancia y la miseria, la falsa bondad y la dignidad de los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia. Meditemos en silencio el mensaje de La Navidad de Luis:
-Toma Luis, mañana es Navidad, un pan dulce y un poco de vino ya que no puedes comprar. Toma Luis, llévalo a tu casa y podrás, junto con tu padre, la Navidad festejar. Mañana no vengas a trabajar, que el pueblo estará de fiesta y no habrá tristeza.
– Señora, gracias por lo que me da. Pero yo no puedo esto llevar, porque mi vida no es de Navidad. Mi padre me dará algo mejor. Me dirá que Jesús es como yo. Entonces así podré seguir viviendo. Viviendo. Viviendo.
Hambre y sed de Justicia que clama al cielo, y es capaz de revolver la tierra. Sed y hambre de Justicia que no se sacia con un mendrugo de pan, ni con cientos ni miles de canastas navideñas.