¿Cancillería o taller de “desabolladura”?

¿Cancillería o taller de “desabolladura”?

Los talleres de desabolladura cumplen con la esencial labor de transformar los vehículos, y a golpe de pintura, reconstruir la imagen con posterioridad al choque. Ahora bien, el mecánico diestro conoce perfectamente que sus destrezas pretenden un toque estético capaz de aparentar una reparación que luce perfecta, pero en el terreno práctico, el carro está dañado. Por eso, el “trabajo” realizado convence a los “terceros”, pero tanto el desabollador como su dueño saben del carácter irreparable, dando paso a un esquema truculento consistente en engañar al futuro comprador.
El acontecimiento político de mayor cercanía a la lógica del mecánico desabollador ha sido la selección en el Ministerio de Relaciones Exteriores del dirigente perredeísta, Vargas Maldonado. Aunque la designación podría reputarse como una compensación de su “alianza” con el partido de gobierno, lo que subyace es el marcado deseo de orquestar un ejercicio de gestión pública que “modifique y/o repare” su deteriorada imagen y la poco admirable reputación de ser el dirigente partidario de mayor nivel de impugnación ciudadana.
Vargas Maldonado presume que una significativa inversión mediática “borra” la negativa valoración que tienen amplísimos segmentos sobre él, y convierte su gestión en una acción de relaciones públicas, invade con fotografías la prensa escrita, alquila reconocidas voces para que opinen sobre su “brillante” desempeño, estructura los escenarios diplomáticos para validarse y enviar un mensaje de aceptación en el exterior, siente que la Cancillería se torna “eficiente” por el bombardeo en las redes y hasta acaricia la tesis de que un espacio de legitimidad en la desacreditada Internacional Socialista lo convierte en armador de solución a conflictos internacionales. ¡Por Dios!
El problema institucional de un ministerio de la importancia de Relaciones Exteriores reside en que, salvo reconocidas excepciones, sus titulares llegan a la posición producto de negociaciones políticas que terminan construyendo una nómina parasitaria que cubre la naturaleza insaciable de un club de politicastros de escasa formación y siempre aptos para esquilmar el presupuesto nacional. Lo que alarma es que la imagen de embajadores “a la carrera”, funcionarios acreditados en países que residen aquí, habita en todos los rincones del mundo. Y ahora, la prejuiciada carga sobre el personal se profundiza al observar el clan de asesores y sus altos salarios, sumándole torpezas respecto del manejo de la institución a la hora de abordar la veda de productos dominicanos en Haití y el papelazo de “garantizar” por labios del Canciller la no aparición del país en el informe de CIDH.
Si el rostro del país en el exterior se percibe por vía del Canciller, entonces estamos muy mal. Inclusive, el hecho de que Danilo Medina no sea un presidente fascinado por la escena internacional agrava la situación. Presumo que los obstáculos concernientes a utilizar la ciudad de Santo Domingo como punto de encuentro entre gobierno y oposición para avanzar en Venezuela demandan de una mayor habilidad diplomática debido a la red de intereses existentes y un vendaval de prejuicios construidos alrededor de posturas cercanas al presidente Nicolás Maduro. Lograr un acuerdo constituye una victoria.
Ahora bien, ojalá las buenas intenciones no sean dinamitadas por agendas de carácter comercial clásicas en exponentes políticos marcados por tomar ventajas económicas.

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