Canción del sembrador

Canción del sembrador

Franklin Mieses Burgos nació en Santo Domingo en 1906; esta fecha aparece en todas las referencias bio-bibliográficas relativas a este grandísimo poeta dominicano. Tengo información confiable de que la fecha real del nacimiento pudo ser 1905; esta diferencia de un año carecería de importancia para todos los fines prácticos, a no ser por el hecho de que un pariente cercano del poeta afirmó, en una carta escrita en 1920, que Mieses Burgos era analfabeto a los 14 años de edad. Quizás el enorme dominio de la lengua española, visible en la construcción de sus versos, se deba a que aprendió a escribir con pleno “uso de razón”, no con la ingenuidad mecánica que aprenden los niños de las escuelas elementales.
Los primeros versos de FMB fueron escritos entre 1929 y 1936, esto es, diez o quince años después de su analfabetismo total. A esta etapa de su producción literaria pertenece “Canción de la voz florecida”. Es asombroso que diga, enfáticamente, “Yo sembraré mi voz en la carne del viento,/ para que nazca un árbol de canciones”. O sea, que afirme que su voz, su propia voz poética, quedará “instaurada” para siempre. Más asombroso aun, es que “Esta canción estaba tirada por el suelo” , fuera escrita en la misma época; “Esta canción estaba tirada por el suelo,/ como una hoja muerta, sin palabras;/ la hallaron unos hombres que luego me la dieron/ porque tuvieron miedo de aprender a cantarla”./
En la “Canción del sembrador de voces” afirma “estar construyendo/ con esas simples voces salidas de mis labios, / la estatua de mi mismo sobre el tiempo”./ Desde ese primer momento, compone uno de los poemas más hermosos y “definitorios” de su poesía: “Esta canción estaba tirada por el suelo”; también siembra “su voz en la carne del viento” y, por último, informa que -con palabras- está esculpiendo su propia estatua.
No debe extrañar que adquiera después penetración lingüística tan honda como la de Saussure. Veamos: “Hay algo que perece sin contacto de mundo/ sensible en la palabra./ Hay algo que se evade,/ sin que ésta pueda encadenarlo/ al sonoro universo de su cuerpo,/ e inconquistado, solitario muere;/ muere libre para el eco,”/ allí donde todo humano vocablo/ edifica su último destino.”

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