Canciones de Milton Peláez

Canciones de Milton Peláez

ÁNGELA PEÑA
Don Luis Espinal, el fanático coleccionista de discos de todas las revoluciones y formatos que ha convertido su enorme residencia de Mao en archivo de música de los más variados géneros y épocas de aquí y del mundo, me envió un compacto con las canciones de Milton Peláez. Conocedores de la pasión de este maestro de la modernidad les llevan composiciones grabadas en las modalidades más primitivas y él, que vive conectado a un moderno equipo de computadora, las convierte en impresionantes CDs con sonido a veces más fiel que el original, diseñados con ingeniosas portadas y literatura interior.

Es su entretención, para beneficio y deleite de amigos a los que obsequia sus esplendorosas obras de arte. Algunas de estas canciones de Milton Peláez deben haberle llegado reproducidas desde la televisión, la radio o de un acetato de corta duración.

Escucharlas es un encanto, es confirmar la sensibilidad humana y social de este jocoso artista que aprovechó su talento para convertirse, a través del canto, en crítico de situaciones, aún no superadas, de esta sociedad. Es pionero en la exaltación de la identidad, la censura a la explotación del obrero, la crítica a hipócritas y falsos predicadores que se mofa del complejo de blancos de unos nacionales con innegables antepasados africanos. En Todo lo que tengo, Más feo que yo, La Bemba, Los Estudiantes, Adiós vida mía, Mírame a los ojos, Alias Boogaloo, El viejito ye-ye, Perdón papá, A la fiesta, Paco cara de maco y El Juicio final, conjuga todos los ritmos y es a la vez humorista, autor, intérprete, exponiendo realidades preocupantes, parodiando verdades indiscutibles o sencillamente haciendo reír con sus alaridos de «teenager» y una banda  que hace coro a sus gracias.

 «No murmuren en la iglesia/ recen con devoción/ no se pongan minifalda p’a llamar la atención/ les recuerdo a los mayores que en el reino de Dios/ no se aceptan las limosnas sólo por exhibición./ Tampoco valen los trajes Corte Inglés o Christian Dior/ porque con trapos ni joyas/ se puede comprar perdón», dice en Todo lo que Tengo.

La Bemba fue uno de sus clásicos: «Todo el mundo eleva la bemba/ desde los tiempos de Colón/ hasta en las familias más finas/ aparece un negro bembón…». El millón de bembas «p’a reforzar» traídas del Congo por un informe del Padre las Casas fue lo que complicó la casta, antes formada, según Peláez, «por indios con su carita de lo más salá».  Y «por eso la raza, es tan enredá/ que aquí no hay quien sepa quien es la abuela de su papá». «El lío que tiene mi gente no tiene ejemplo en la humanidad/ hay blancos que tienen bemba y hay negros con la nariz pará/  y aparecen unos indios con la melena muy bien planchá/  pero tienen una bemba con una ñata bien aplatá», canta en uno de sus «capítulos».

Repara en la natural cuenca de los estudiantes, se torna romántico en Adiós vida mía, alocado, caricaturiza el boogaloo: «todo bien, todo chévere, hasta que empieza un zoquete a pujar como si estuviera… uh, ah, uh, ah…  empujando un armario». Jacarandoso en un remedo «A la clase que ya es hora», recreada en el malecón con Los Solmeños, y sentencioso en El Juicio Final, un merengue ajustado y arreglado no sólo para asustarse con las letras, sino para bailarlo, alerta: «¡Se acabó el relajo, se acabó el mundo, que suenen las trompetas del juicio, se armó el juidero!». Es fiesta para mansos y justos, que van junto al Señor porque a los «extremistas, timadores, millonarios, patos machos, extorsionistas, prestamistas, malhechores, serviles, anarquistas, terroristas, demagogos, politiqueros, charlatanes»,  «les sale el diablo con su tridente/ les pincha el fondillo y los mete al fogón/ y los jefotes, nadando en llanto/ van al garete sin vela y motor».

Aclaración de Jesús de la Rosa: «Nunca he dicho ni escrito que el general Lachapelle y yo tomamos a tiros La Voz Dominicana en abril de 1965», como declaró en una entrevista reciente don José Antonio Núñez Fernández.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas