Candelier

Candelier

CHIQUI VICIOSO
Sara Pérez tiene el arte de hacerme sonreír. Inteligentísima, es lo suficiente brillante para escribir en El Nacional con humor sobre sí misma y los temas nacionales. De Sara colecciono una serie de artículos, como el de «Las Joyas de la Corona», que han hecho historia en el periodismo nacional.

Sin alardes, ella tiene el coraje de escribir lo que todos/as pensamos y preguntar lo que todo el mundo en silencio se cuestiona.

Lo ha hecho ahora con respecto al lanzamiento de la candidatura presidencial del ex-general Pedro Candelier, quien como todo ciudadano dominicano tiene el derecho a aspirar a gobernar este país, si no se le asumiera, como con insistencia se rumora, como testaferro de un poderoso banquero, (con imagen de demócrata y familiar bonachón), que todos conocemos y queremos creer que está más interesado en programas de protección, educación y empleo de la niñez y juventud mayoritaria del país, que de su posible represión o exterminio.

Del señor Pedro Candelier poseo dos anécdotas de primera mano: la primera es de un periodista francés a quien, mientras hacía un reportaje en un barrio popular, le abrieron el carro y le robaron la computadora portátil. Cuenta, que al ir a poner la queja al destacamento barrial un policía le dijo que no se preocupara, que ellos iban a hacer una redada de «tigueres» y que ellos tenían el método (le enseño un bate de metal) para «romperlos». Luego dijo, ya en confianza, y muy nostálgico, que «en los tiempos de Candelier aquí matábamos dos y tres de esos a cada rato y los tirábamos donde no se pudieran encontrar».

La segunda anécdota, es que en la inauguración de los Juegos Panamericanos me tocó sentarme al lado del ex-general (solo, sin guardaespaldas y sencillamente vestido), momento que aproveché para presentarme y contarle lo que había presenciado en la esquina de mi casa: a dos oficiales de la AMET, quienes a lo Rambo arrastraban a dos infelices muchachos negros que en la esquina venden jugo de naranja, con todo y carrito, hacia un camión. Los muchachos iban llorando y aunque traté de intervenir, los Rambos me advirtieron que no me metiera, que esas eran «ordenes superiores».

Entonces el señor Candelier me dijo: «El problema es, señora, que los vecinos se viven quejando de los vendedores ambulantes y entonces hay que intervenir». Y yo le pregunté: «¿Y cómo se van a ganar la vida decentemente si hasta de las calles los expulsan? ¿Usted, general, no podría evitarlo?» A los pocos días los muchachos estaban de vuelta en la esquina y no se les ha vuelto a molestar desde entonces.

¿Qué quiere decir todo esto? Que siempre, en lo que a los militares concierne, uno tiene la tendencia a asumirlos a ellos como responsables de la represión, de la tortura, de los asesinatos, de la brutalidad, pero una nunca mira a los sectores detrás del militar. Esos que juegan con las aspiraciones de un ex-muchacho campesino, o urbano-marginal, que sueña, como todo el mundo, con la gloria.

En el caso de Pinochet, no era solo a él a quien Baltasar Garzón tenía que arrestar, sino a los sectores que le apoyaron, con un legendario historial criminal contra mineros, obreros, sindicalistas, campesinos y artistas populares. Sectores que hoy, confrontados con las cuentas millonarias en dólares de Pinochet y sus actos de corrupción, le han abandonado y se autoproclaman como gestores de la transición a la democracia. Y podría poner otros ejemplos, como el de Franco y su prolongado Guernica material y espiritual contra el pueblo de España.

Entonces, en el caso del señor Pedro Candelier, cuyo «mérito principal» se dice, e insiste, fue «limpiar los barrios de jóvenes delincuentes» (los mismos que el sistema crea, recrea y fomenta con su despilfarro, su distribución injusta de bienes, su falta de servicios básicos de salud, educación, empleo y recreación sana, con su corrupción y ambición desmedida) lo que hay que hacer no es solo responder la pregunta de Sara: ¿quién le regalo a Candelier la villa en Casa de Campo?, para saber quién o quiénes le aúpan, sino acercarse a él y plantearle otros modos de contribuir con el futuro de la patria. Un futuro que empieza entendiendo que la patria son todos y todas sus ciudadanos, y que hay recursos para todos si se saben emplear y si se saben distribuir con equidad. Y si sectores como el del banquero, por ejemplo, dedican una parte de sus extraordinarias ganancias a programas como los «Ameticos», o los «Politursitos», que contribuyan a darle empleo y sentido de autoestima a jóvenes marginales.

Y al señor Candelier recomendarle que la solución a los problemas de la nación no está en aspirar al poder para (dada la reputación que tiene, o le han creado) posiblemente convertirse en un represor de su propia gente, sino estudiar en qué consiste la popularidad de un Chávez, que no radica en sus ojos o en su físico, ni en su retórica («habla demasiado», le dijo una vendedora de frutas a la Associated Press, durante las ultimas elecciones, «y nos cansa mucho, pero cuando uno compara lo que hace con lo que hacían los Adecos, el que le conviene a los pobres es él»), sino en las políticas sociales que implementa a favor de su pueblo todos los días y que explican por qué un 70% de la población venezolana apoya su permanencia en el poder, a despecho de la oligarquía, la burguesía y la clase media alta.

Entonces, el señor Pedro Candelier podrá aspirar a «casarse con la historia», y contar con nuestro atento seguimiento, partiendo de la frase bíblica que define todo comportamiento ciudadano: «Por sus hechos los conocerán».

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