Resuelto a emprender el viaje sin regreso de ir a la reelección sin posibilidades de volver a postularse; desvanecidos los escrúpulos que suscitó en el perredeismo optar desde el poder a la repostulación, aún oponiéndose con la mayor vehemencia dirigentes de fuerte arraigo partido-principios, cuya majestad han invocado, no ha cedido el hechizo de la voluntad autoritaria y avasallante del presidente Mejía, rompiendo la apacibilidad de la «casa blanca».
Hay aversión desde el oficialismo a admitir que Mejía, pues, ya iniciado en la idea y estructura de la reelección, por principios debió oír y aceptar, y a conocer y aquilatar las enseñanzas perredeístas. Aunque este proyecto haya resultado caótico en su presentación, pese a las dudas, que siempre han sido muy claras, el Presidente y su grupo no ceden en sus ambiciones. Se han aferrado a lo faccionario contaminado por la astucia del mandatario quien ha malogrado la única herramienta verdaderamente poderosa para luchar en el aridísimo terreno que ha escogido: la unidad partidaria. Esta ha sido postergada por no obtemperar a convertirse en oráculo para todos sus compañeros sino en insurrección, malgastando miserablemente su tiempo en pugnas bizantinas.
Solo la tozudez lo llevan a una segura inmolación pretendiendo mantener el poder por contar con un buen posicionamiento en el tribunal electoral, en los cuarteles militares y policiales, por los recursos del erario que le han permitido retorcer esquemas electorales y partidarios, hacer presiones económicas, fiscalistas y monetarias, y hasta para invadir la privacidad ciudadana, cuando lo fundamental de un proyecto continuista es llevar el concepto de hacernos prósperos, multiplicando las oportunidades de empleos y darle seguridad a los ciudadanos; que la economía y la justicia social no sean letra muerta en los lineamientos de dirección del Estado. Pero aspiran a calcar un pasado irrepetible, tan pretérito como el tiempo de esas prácticas, que no gozan del estímulo de los espíritus más maquiavélicos por lo burdo, o para concretizar: por su mal velado disimulo. Ahora se orientan a jugar a escenarios como los de los noventa en un enfoque disociado de la realidad política.
¿Acaso goza Mejía del respaldo de la fortaleza intelectiva, la obra social, las habilidades, las alianzas, el compromiso de clases sociales, políticas y económicas, tan útiles por su peso y calado para hacer creíble su estratagema como las tuvo el doctor Balaguer? La respuesta es obvia.
La única ganancia ha sido el crecimiento del rechazo que solo augura tan malos presagios en el camino electoral. Por eso crece el desencanto y la frustración. Todo va camino al tiempo de la crisis política, de la ruina moral, de la ruina constitucional, de todo, de la existencia misma. El gobierno vive bajo sospecha. Encuestas tras encuestas, grupos sociales importantes señalan la desconfianza que siente la mayoría de los ciudadanos respecto al partido gobernante y del Presidente en particular. Lo hacen culpable de todos los males que le llueven a los dominicanos hoy; los consideran como que se aprovechan del poder, que son prepotentes, engreídos, que no cumplen sus promesas, y que en su totalidad, son incompetentes.
Pero no solo la pérdida de la ética administrativa, también el gobierno ha ganado otro repudio generado por la crisis partidaria que ha querido torcer el rumbo del pueblo dominicano sacando del contexto de democracia la solución de su crisis. Esa decisión funesta, catastrófica, sólo ha servido para arreciar la lucha entre la voluntad y la razón, la permanencia y el cambio ocasionando obviamente un daño político profundo con consecuencias peligrosas para la estabilidad y el desarrollo democrático por las constantes agresiones a la libertad, a la confianza y a la seguridad jurídica. Ya no son solo amenazas de usar el poder, no solo son bravuconadas, los primeros síntomas ya están presentes: imposición de reformas, ausencia de participación, resquebrajamiento de la representación, riesgos a la gobernabilidad, etc.
Contra los devenires (o decaeres) que nos aguardan, confiemos en la Constitución, en las fuerzas honestas, independientes y comprometidas con poner fin a la impunidad y a la ruina institucional, para ayudar a recuperar la credibilidad tanto de la justicia como de la actividad política y la democracia. ¡Dios nos proteja, dominicanos!