Cándido Gerón
El modernismo en la pintura dominicana

<STRONG>Cándido Gerón<BR></STRONG>El modernismo en la pintura dominicana

POR MANUEL NÚÑEZ
No son pocas las cábalas  que le atribuyen al número tres un carácter mágico y fundacional. Pedro Henríquez Ureña centraba la historia de la América hispánica en tres grandes acontecimientos. El Descubrimiento de América que representa el mestizaje de las culturas en las que se ha fraguado nuestro ser;  faena de España.

El Renacimiento que produjo un cambio de las mentalidades, emancipadas finalmente del clasicismo y de los círculos cerrados de la religión, tarea de Italia; y la Revolución que introdujo la modernización de la sociedad y de los sistemas políticos, fundados en los sistemas de los tres poderes, y de la soberanía, afincada en el pueblo. De ello se ocupó Francia.

Según otros cálculos, la modernidad principia con la entrada en el teatro de las ideas de Friedrich Nietzsche, que no se amolda con ninguno de los preceptos y valores morales que quedaban en pie; de Carlos Marx, que fue el génesis de una buena proporción de utopías políticas que reinaron como religiones en el siglo XX y de Sigmund Freud, cuyas investigaciones nos descubrieron la vida psíquica. Se  le ha llamado la trinidad maldita para oponerla aquella heredada del Cristianismo y de la tradición, conceptual izada en el Padre, el Hijo o profeta y el Espíritu Santo.

Siguiendo esa representación ternaria, Gerón establece tres grandes principios, en sus consideraciones de la modernidad:

1. Que el artista abandone los estilos esquemáticos, el anquilosamiento, la parálisis de las rutinas y las costumbres, la dictadura de la tradición, y comience a reinventarse, superando sus propias fronteras.

2. La modernidad en las artes se halla asociada a la revolución en las formas simbólicas operada en las grandes ciudades, donde cuajaron los grandes movimientos: el impresionismo de Manet que nos llega de París; el expresionismo alemán, una visión interior que ha penetrado la representación de la figuración, transformándola. El cubismo nacido de las formas de la Demoiselle D´Avignon de Picasso, que trasunta un lenguaje nuevo, extraído de un sincretismo con las formas prevalecientes en las máscaras africanas.

3. Advierte, el poeta parejamente,  que no podemos borrar el pasado de un plumazo. Lo nuevo no se contrapone al pasado, sino que es una reinterpretación, que lo incluye.

Siguiendo los mismos derroteros, tres nombres fundan la modernidad dominicana. Jaime Colson (1906-1979), Yoryi Morel (1906-1979) y Darío Suro (1918-1998).   En Colson, el poeta Gerón, intuye la conciencia de que el arte es un lenguaje de formas simbólicas. Tenía el  artista puertoplateño el dominio del cubismo, de un expresionismo humanista, del surrealismo; conocía a fondo las estrategias y desafíos que se plantearon las grandes vanguardias europeas. Yoryi Morel era un inmenso intuitivo, incluyó su propio presente: campesinos, villorrios, flamboyanes —; exploró en sus canteras interiores, en las figuraciones de su pueblo natal, en los entresijos de su identidad, y así, llegando a la máxima representación de lo propio, alcanzó a ser universal. En contrapartida,  en Suro se expresa una turbulencia existencial que franquea las fronteras de la abstracción y la figuración, y una voluntad de estilo personalísima. Al observar la pintura dominicana, el poeta Gerón, nos enfrenta con un batallón de epígonos y unos cuantos maestros. Son estos los que han transformado los derroteros de arte nacional. Son estos los que han seducido con sus estilos y composiciones.  Los tres dominaron y ensayaron cumplidamente los lenguajes y todas las posibilidades del arte de su época; los tres tenían conciencia de que debían encarnar una nueva percepción, y en los tres permanece viva una idea de la sociedad, del hombre, del arte, como invención y reinterpretación del mundo. Exploraron la cultura y las sociedades, bucearon el mundo interior de los sueños y fantasmas y trataron de representar sus ideas y sus sentimientos. Es decir, sus formas de conocer el mundo.

 Un acontecimiento mostrado en todo su dramatismo en la obra tendrá repercusiones en el arte dominicano. Se trata de la Guerra Civil Española. Tres países acogieron los exiliados preferentemente. México, República Dominicana y Chile. A nuestra terruño, no llegaron las grandes figuras, cubiertas de gloria como acaeció con México, sino los artistas en agraz, que aquí completaron su trayectoria artística como Manolo Pascual, José Vela Zanetti, Joseph Gausachs Armengol,  Eugenio Fernández Granell, uno de los grandes maestros del surrealismo. De ahí el enorme legado que dejaron en la enseñanza. A esta pléyade, se añaden los nombres notables de Georges Hausdorf, Joseph Fulop y de Mounia André, que enriquecieron la percepción artística. Todos Con esos dos antecedentes, el de los dominicanos que ya tenían un lenguaje propio, y que fundaron escuelas, Colson y Morel, preferentemente ; y el engendrado por la visión de los maestros, fraguados en nuestra tierra, nace una modernidad, en personalidades diferentes, y surgen en un mismo tiempo histórico una generación de artistas que aun no ha sido superada como grupo. A ella pertenecen Eligio Pichardo, Domingo Liz, Ada Balcácer, Silvano Lora y Fernando Peña Defilló.

Toda modernidad tiene sus raíces en las ideas. La del siglo XX estuvo cuajada en los movimientos utópicos, en las sociedades imaginarias impulsadas por la ideología revolucionaria, que nace en la Revolución mexicana del 1910. Se vuelve programa, tras la Revolución rusa de 1917. Y, después de la derrota de dos de los grandes totalitarismos  en la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo como una realidad bipolar. Como ideas enconadas, desplomadas con la caída de Muro de Berlín en 1990.

En el siglo XX, sin embargo, se produjeron cambios radicales que incorporarían una nueva sensibilidad. La mayoría de los habitantes vivirían en las ciudades, la globalización de las comunicaciones nos convertiría, a la par, en espectadores de la opulencia de las grandes ciudades del mundo y actores de una Numancia, cercada de carencias. Se ha roto el aislamiento, las ambiciones sociales no se hallan circunscritas a las fronteras nacionales. Las ideas, el desplome de todos los valores y de todas las certidumbres, nos ha arrojado, muy lejos de los paraísos serenos y bucólicos, de como fue la vida durante mucho tiempo.  La pregunta que debemos hacernos, ¿cuál es el derrotero que han tomado la representación del presente perpetuo que constituye la auténtica modernidad?

Las respuestas son múltiples.

Para hallar la clave de ese laberinto es indispensable introducir un principio de clasificación. El poeta Gerón expone menudamente las técnicas y afiliaciones electivas de los artistas. A partir de éstas podemos agruparlos en las vertientes que definen su concepción, su voluntad de estilo, las ideas que impregnan sus prácticas.  Lo primero que ese echa de ver en ese dédalo de sensibilidades y mentalidades distintas y personales, es la presencia en  grandes mesnadas de artistas de  las huellas de Francis Bacon, quizá por la fascinación que ejercen la abyección, el derrumbe de la moral y de los valores, la disolución de las formas, de las cuales Bacon es un testigo ejemplar. Se advierte , igualmente, el lenguaje de introspección antropológica en las simbologías interiores de la cultura llevada a término por Wilfredo Lam, el célebre autor de la Jungla, que nos propone renovar las formas artísticas, yendo directamente a las canteras y a las revelaciones que atesora la cultura nativa, en la que resalta las herencia africana; pero, también se halla las formas neoprimitivas de Rufino Tamayo, el geometrismo cromático de Torres García y las realidades luminosas de Roberto Matta. Y todo ello atestigua de la comunión de nuestro arte con el resto de la América latina, y la afiliación de nuestros artistas al resto del mundo, seducido por estos grandes iconos de la modernidad.

 En Ramón Oviedo se dan todas las condiciones del virtuosismo.  A la manera picasiana, Oviedo convive con todo ese arte; se impregna; e inventa y abre nuevas puertas y llega a nuevos territorios. En la percepción del mundo al través de un cromatismo geométrico hay que incluir a Cuquito Peña, Antonio Guadalupe; en la exploración autobiográfica, fundada en el autorretrato a lo Frida Kahlo, halla su máxima figura en Elsa Núñez; una personalidad singularísima, dotada de impulso poético y de una factura propia. Y luego quedan la representación de los conflictos sentimentales relacionados con la religión, la sexualidad, donde  la figuración parece obedecer al temperamento expresivo, a un mundo psíquico que se incorpora a la representación y condiciona las percepciones de la imagen. Derivado de esta vertiente que convierte las metamorfosis de la percepción en el dínamo de toda su obra, nos hallamos con Melanio Guzmán. Un neoimpresionismo que recuerda al gran Armando Reverón, desenfadado y metido en la espesura de lo cotidiano. Otros convierten ese impulso en buceo en la cultura, como acontece con Clara Ledesma, Paul Guidecelli y la gran Ada Balcácer.  Luego nos tropezamos con los salvajes, Guillo Pérez representa la fiereza en la pincelada, la irrupción cromática del dibujo y del color; en algunos predomina, la composición volcada directamente a la provocación y a la violencia como sucede en Domingo Liz,  en García Cordero; en otros, tal el caso de Jesús Desangles, se llega al brutalismo, a un expresionismo, colmado por la ironía, la caricatura y por la incertidumbre. Un arte de la embriaguez.

 Pero  los hay  también pintores de ideas. Aquellos que tienen la veta y la fuerza poética combinada con la razón y dominio pleno de sus recursos, aquellos que conjugan armoniosamente las fuerzas dionisiacas y apolíneas. En ellos la conceptualización  encarna en un mundo completamente subjetivo, realizado en un lenguaje mental, surrealista, tal como acaece en Iván Tovar. O, en un figuración metafísica, henchida de hallazgos poéticos, tal como acaece en Fernando Peña Defillo. Ambas figuras cuentan con el reconocimiento internacional. Ambos han definido completamente sus trayectorias. Sus facturas libres de abocetamientos y de los balbuceos nos muestran a unos artistas que saben adónde van, y utilizan, con dominio y cálculo, los recursos de la expresión.

Resalta el poeta Gerón la presencia de personalidades singulares, como la del artista Rincón Mora, una obra despojada de las vacilaciones, que introduce una mirada única e insustituible en la plástica nacional;  Alberto Ulloa, sobre el que ya ha escrito dos monografías, Amaya Salazar, Luz Severino, el extraordinario dibujante Vladimir Velásquez y el artista de estirpe surrealista Dionisio Blanco. En todos se afirma una voluntad de estilo, y una lealtad a una simbología, base fundamental de su temperamento y de expresión. Pone de relieve el autor, aquellos que se agrupan en torno a una cantera común. Por ejemplo, los que se han dejado seducir, por los hallazgos de la memoria, sustentada en recuerdos y objetos, obra de la nostalgia, arraigada en los laberinto del yo. Tal como acaece en Vicente Pimentel, que tiene, a no dudarlo, categoría de verdadero maestro, artista que ha alcanzado copiosamente el reconocimiento internacional y en Alonso Cuevas y Manuel Montilla, laureados de todas nuestras bienables.

El  arte de la modernidad es exploración, hallazgo, conocimiento. Tal vez su mejor definición nos la ha dado el gran poeta dominicano Domingo Moreno Jimenes, fundador de la modernidad en la poesía dominicana, en aquellos años primeros del siglo XX.  Su poema “ Aspiración” define cabalmente la tesis central de este libro:  Quiero escribir un canto

Sin rima ni metro;

Sin harmonía, sin hilación, sin nada

De lo que pide a gritos la retórica

Canto que tuviera

Sólo dos alas ágiles

Que me llevaran hasta donde quiere

Con su sed de infinito

En las noches eternas volar el alma

Canto que como un río sereno,

Fuera diáfano; y en su fondo se vieran

Como piedras cambiantes mis ilusiones;

Como conchas de nácar, mis pensamientos

Como musgos perpetuos, mis ironías

Sobre los arenales de mi esperanza

Y allí mostrarme todo

Como soy en la vida

Y seré tras la muerte

Cuando la eternidad orle mi gloria

Con su palmas de luz

Las preocupaciones de Moreno en este poema son el conocimiento de sí y la libertad, son los cimientos que prolongarán la existencia de todo artista, más allá de la muerte. Una buena porción de los esfuerzos de Cándido Gerón se han consagrado al conocimiento y la divulgación del arte dominicano. Ha escrito más de diez libros de pintura entre los que descuellan La enciclopedia de las artes plásticas dominicanas, las monografías sobre Alberto Ulloa, Jaime Colson, Guillo Pérez y la intitulada  Presencia de once pintores en la plástica dominicana.  O la intitulada Catorce pintores y cinco escultores. En todas esas obras, trae Gerón revelaciones importantes. Pero, particularmente en ésta, se propone trasuntarnos la clave de lo que hay de permanente y grandioso, en la pintura dominicana. Los lectores de esta obra singular le estarán rotundamente agradecidos.

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