Cantando una canción triste al euro

Cantando una canción triste al euro

POR MARK LANDLER
FRANCFORT, Alemania.- Mientras lamentan el ascenso récord del euro frente al dólar este año, a los europeos les ha dado por citar a un ex gobernador de Texas. Pero no es a quien es más directamente responsable por el reciente declive del dólar, el que acaba de extender su permanencia en la Casa Blanca.

Es a John B. Connally, quien fungió como secretario del Tesoro bajo el gobierno de Richard M. Nixon a principios de los años 70 y es recordado por decir a un mundo preocupado: «El dólar es nuestra moneda, pero su problema».

La declaración, con su tono de jactancia y connotaciones unilaterales, resuena entre los europeos, cuyo estado de ánimo en estos días es incierto, están cargados de angustia y malhumorados al ver como su moneda -y por implicación su futuro económico- parece ser rehén de las acciones de Estados Unidos. El todopoderoso euro, lejos de un símbolo de la prosperidad europea, se ha convertido en la más reciente causa de queja.

El descontento de Europa va de la mano con su pesar general por sus perspectivas. Aunque los europeos disfrutan de algunos de los niveles de vida más altos del mundo, y producen algunos de sus productos más cotizados, eligen lamentar más bien su débil crecimiento, declinantes tasas de natalidad, sociedades envejecidas y competitividad erosionada, comparado con el dinamismo de Estados Unidos y Asia.

Es tentador atribuir el estado de ánimo amargo a una tendencia europea innata hacia el pesimismo que muestra cansancio de este mundo. Pero expertos dicen que refleja algo más inquietante, una más profunda falta de consenso sobre el futuro de la Unión Europea. Los desacuerdos sobre una nueva constitución, crecientes dudas sobre admitir a Turquía en el club, la turbulencia dentro de la recién designada Comisión Europea, todo indica una división de la opinión pública.

«Esta podría ser una función de la peculiar cultura política de Europa», dijo Niall Ferguson, profesor de Harvard especializado en historia financiera. «Encuentran difícil emprender una acción concertada a nivel internacional, ya sea sobre Irak o el dólar».

Los europeos pasan un momento difícil incluso al ponerse de acuerdo sobre si quieren una moneda vigorosa. Hace cuatro años, cuando el euro se hundió frente al dólar, había muchas declaraciones angustiadas sobre su fracaso.

La debilidad monetaria es un problema para los países que dependen de las importaciones de productos esenciales como el petróleo, y tienen mucha deuda externa que pagar; muchas naciones pequeñas y en desarrollo encajan en esa descripción. Pero para los países desarrollados, la fortaleza monetaria puede ser un problema mayor, haciendo más difícil que las compañías y los trabajadores compitan en el mercado global. Un euro que alcanza alturas récord frente al dólar es bueno para los turistas de habla francesa y alemana que compran barato en la Quinta Avenida. Pero en casa, deprime el turismo, las exportaciones y el crecimiento económico, y eleva el desempleo.

Con algunas de las economías más grandes de Europa mostrando signos de debilidad, la asignación de culpa transatlántica ha empezado. La opinión cínica aquí es que el gobierno de George W. Bush está dispuesto a dejar que el dólar siga cayendo por dos razones: una determinación de ayudar a los fabricantes estadounidenses, aun cuando signifique afectar a los socios comerciales de Estados Unidos; y la poca disposición a enfrentar sus propios y enormes déficit comecial y presupuestario.

En una época en que Estados Unidos y Europa ya están enfrentándose como cónyugues enojados, algunos aquí predicen que la política sobre el dólar de la Casa Blanca será la próxima chispa de una disputa familiar.

El ministro de Finanzas de Austria, Karl-Heinz Grasser, dice que es «inaceptable que Europa deba pagar la cuenta por los importantes desequilibrios en la economía mundial, especialmente el déficit de cuenta corriente y el déficit presupuestario de Estados Unidos».

Se necesitan dos para crear un desequilibrio, por supuesto, y los acreedores en este caso son los exportadores asiáticos, que llenan los centros comerciales estadounidenses con productos, y convierten sus vastas acumulaciones de dólares en pagarés de la Tesorería, financiando los déficit de Washington. «Los europeos están sentados ahí como un tercer bando pasivo en una gran transacción finnciera entre Estados Unidos y China», dijo Ferguson.

En conjunto, las 12 naciones que comparten el euro importan aproximadamente la misma cantidad que exportan, lo cual significa que «ni añaden a la economía mundial ni restan de ella», dijo Daniel Gros, director del Centro para Estudios de Política Europea en Bruselas. «En ese sentido, Europa es un transéunte inocente».

Hay algo ilógico en la idea de que la zona del euro -el bloque comercial más grande del mundo, con 450 millones de personas que producen más bienes y servicios cada año que Estados Unidos- tenga que preocuparse al margen. En verdad, la impotencia de Europa es en su mayor parte una ilusión.

Europa tiene muchos instrumentos que pudiera usar aún para frenar el ascenso del euro. Como solución rápida, el Banco Central Europeo pudiera intervenir en el mercado cambiario como lo hace el Banco de Japón para poner un tope al yen. O pudiera reducir las tasas de interés, lo cual tendría el beneficio añadido de hacer que los somnolientos consumidores gasten más.

Más allá de eso, los líderes europeos pudieran finalmente actuar seriamente sobre reorganizar sus economías, abrir los mercados laborales y reformar sus sistemas de pensiones y atención médica. Eso restablecería el impulso de países como Alemania, que crecerá apenas un 1 por ciento este año. «Los europeos pudieran ofrecer más, si tuvieran una mentalidad más reformista», dijo Norbert Walter, economista en jefe de Deutsche Bank.

Para ser justos, Alemania, y en menor grado sus vecinos, han estado insistiendo en algunas de estas medidas. El mes próximo, el gobierno alemán reducirá los beneficios de desempleo para las personas que no hayan trabajado durante más de 12 meses. Varias importantes compañías alemanas concertaron recientemente contratos laborales con sus sindicatos que congelan los salarios aunque extienden las horas de trabajo o relajan las reglas laborales.

Eso deja al Banco Central Europeo, que no ha movido su propia tasa de interés en al menos 18 meses. Esa constancia, que alguna vez pareció disciplina, ahora parece a algunos críticos como falta de temple. Dinero a menor tasa pudiera estimular el consumo interno y ayudar a corregir los desequilibrios globales. Si los holandeses y alemanes adoptaran al menos un poco del materialismo exuberante de los estadounidenses, Europa absorbería una mayor parte de los juguetes chinos y equipo electrónico japonés.

«Cualquiera que piensa que este problema puede resolverse simplemente con que Estados Unidos se apriete el cinturón está fantaseando», dijo Ferguson. «Una Europa débil es un problema tan grande como el déficit estadounidense».

Ha llegado el momento, dijo, de que los europeos se sacudan el derrotismo y se comporten como personas con una moneda que está golpeando al mundo. Si enfrentan el desafío, podrían incluso ser recompensados con una declinación saludable del euro.

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