Una de las tareas básicas para hacer prosperar cualquier plan contra la criminalidad dispuesto por el Gobierno, es identificar con acierto cada una de las causas de este mal y cuáles factores multiplican su incidencia en la sociedad, para poder atacar sus raíces.
En las presentes circunstancias y sin minimizar otras causas, el microtráfico de drogas constituye uno de los blancos que el Gobierno debe atacar de manera resuelta, sin contemplaciones.
Hasta hace algún tiempo, una de nuestras grandes preocupaciones era contener el tráfico de drogas hacia el exterior, principalmente hacia Estados Unidos, y ganarnos de ese modo una «certificación» de eficiencia que, paradójicamente, proviene del mayor mercado de demanda de sustancias controladas.
Para estos tiempos, a esa preocupación se ha añadido otra ciertamente grave, influyente en alto grado en todo cuanto significa violencia, criminalidad, pérdida de la salud física y mental y, también, de los principios y valores de coexistencia armoniosa.
-II-
Visto en el contexto social, el microtráfico de drogas, que surge debido a que el tráfico internacional paga en especie una proporción de sus servicios locales, se ha convertido en uno de los multiplicadores más activos en materia de violencia, criminalidad y pérdida de principios y valores.
Las operaciones de este tráfico interno se han encargado de comprar complicidades entre las propias autoridades, ha multiplicado sus puestos de oferta en base a la impunidad que le garantizan esas complicidades y se ha encargado de generar demanda facilitando a jóvenes de corta edad sus primeras dosis de droga, su iniciación hacia la degradación y la muerte.
A partir de la adicción inducida, protegida por las complicidades sin las cuales el auge no fuera posible, lo que se genera es primero el delito menor en el rango familiar por parte de jóvenes que sustraen valores para costearse el vicio adquirido, y luego la búsqueda de presas mayores a través del crimen, de la violencia.
-III-
De ahí la importancia del trabajo de inteligencia que establece la disposición gubernamental para detectar e identificar los puntos de venta de drogas. Un ex jefe policial afirmaba que había en el país unos veinte mil puntos de drogas identificados, pero jamás se tuvo noticia de que alguno fuera desarticulado y sus responsables castigados.
Independientemente de que las adicciones a otras sustancias, como el alcohol por ejemplo, son precursoras de actos reñidos con la convivencia armoniosa, ninguna tiene los efectos multiplicadores que tienen la cocaína, el crack, el éxtasis, la marihuana y otras sustancias.
La sociedad agradecería que este aspecto del plan contra la delincuencia produzca los resultados deseados, y que podamos «autocertificarnos» como capaces de reducir a este multiplicador de monstruosidades.